martes, 24 de diciembre de 2013

Hotel Falcón

Pocas personas han encarnado mejor la convulsa historia de la socialdemocracia europea que Willy Brandt. El centenario de su nacimiento, celebrado el pasado 18 de diciembre, invita a la reflexión sobre el papel del ex canciller alemán en el devenir de la izquierda en Europa. Para ello resulta esclarecedor recuperar una etapa de su juventud en Barcelona, donde residió, en el célebre Hotel Falcón (La Rambla, 32), de febrero a junio de 1937, junto a otros eminentes invitados del POUM como George Orwell o Kurt Landau. Brandt había venido a Barcelona como secretario de las juventudes del SAP (Partido Socialista Obrero), partido al que se había afiliado tras una primera militancia en el Partido Socialdemócrata alemán. La renuncia al SPD, y adscripción a un proyecto que defendía los orígenes marxistas de la socialdemocracia, se debió a la extrema permisividad del SPD con las políticas de austeridad del canciller del hambre, Heinrich Brüning. Comportaba la lucha por articular un frente único de izquierdas y, más adelante, la necesidad de pasar a la clandestinidad y de huir al tomar el poder el partido nacionalsocialista alemán. Willy Brandt, nombre de guerra y pesudónimo que escogió el que hasta entonces era conocido como Herbert Frahm, buscó refugio en 1933 en Noruega, y tras trasladarse por espacio de unos meses, a finales de 1936, a Berlín, se dirigió a Barcelona. Allí su encargo era el de participar en el Buró Internacional de las Juventudes Revolucionarias y de estrechar lazos con el partido aliado del SAP, el POUM. Sin embargo, a pesar de coincidir en el análisis de la lógica feudal e involucionista del franquismo, y admirar las evidentes conquistas de la república a pesar de ser alcanzadas, en su mayor parte, en el escenario adverso de la guerra civil, el conflicto al que asiste Brandt en el corazón de la izquierda española y catalana, se le hará muy difícil de digerir.

En el debate sobre si la guerra civil es una guerra de clases (POUM) o una guerra nacional (PCE), el joven Brandt intenta posicionarse a medio camino, aunque por sus críticas a los comités, al ‘capitalismo sindical’, a las colectivizaciones, pero también al ‘sectarismo’ y al ‘subjetivismo ultraizquierdista’ del POUM, por momentos parece más cercano al bando comunista. Tras los sucesos del 3 de mayo, llega, 6 días después, la ruptura con el partido de Andreu Nin. El 16 de junio, con la detención del líder trotskista, Brandt, al igual que Orwell, conseguirá esconderse poco antes de irrumpir la guardia de asalto en el Hotel Falcón, y huirá, esa misma noche, desde el puerto de Barcelona. A pesar de que organizará un comité de apoyo internacional, y seguirá denunciando la persecución que se le realiza al POUM, parece evidente que la experiencia catalana marcará la trayectoria del futuro Presidente de la Internacional Socialista, y que, tras el baño de realidad revolucionaria, la convivencia con la socialdemocracia escandinava, primero en Noruega, después en Suecia, le resultará una experiencia mucho más confortable. Cuando Willy Brand vuelve a Alemania en 1946, y dos años después, a la socialdemocracia del SPD, nada quedará ya de la guerra de clases, y sí una lógica nacional, la de la reunificación alemana, que le invitará a dirigir su mirada al este europeo y a articular su famosa Ostpolitik. El programa de Bad Godesberg, que el SPD suscribe en noviembre de 1959, confirma el abandono del marxismo y de la lucha de clases por parte de la socialdemocracia alemana, para pasar a defender la economía social de mercado y la participación de los trabajadores en los consejos de empresa. Del ‘Libertad, igualdad y fraternidad’ se ha pasado al ‘Libertad, justicia y solidaridad’, lo que no deja de sugerir una cierta sensación de renuncia ideológica.

Ya sea como alcalde de Berlín, de 1957 a 1966, como ministro de exteriores, de 1966 a 1969 o, finalmente, como canciller alemán, de 1969 a 1974, Willy Brandt demostrará la capacidad que tiene la socialdemocracia de gobernar la República Federal, y de complementar el milagro económico con una nueva aceptación a nivel internacional. Para ello habrá de escenificar, de manera pública y notoria, la vergüenza y humillación que supone para la joven Alemania el recuerdo del tercer Reich, para así poder articular, en el complejo escenario de la guerra fría, una incipiente política de emergencia nacional. La habilidad diplomática y estatura política del canciller alemán en estos años queda fuera de toda duda. A él se debe en buena parte la superación del conflicto este-oeste que se visualiza definitivamente, en 1989, con la caída del muro de Berlín. Hoy Willy Brandt es un referente para el conjunto de la izquierda alemana, desde líderes de ‘Die Linke’ como Oskar Lafontaine, a los actuales ministros del SPD en el gobierno Merkel. No se le pueden adscribir los mayores errores de la socialdemocracia alemana, como la Agenda 2010 de Gerhard Schröder, que precarizaron hasta la miseria a un número ingente de trabajadoras y trabajadores. Tampoco se le puede achacar la aparición de una nueva actitud alemana, para algunos, soberbia y distante, que introduce más crispación en Europa. Lo único que se puede argüir en contra del hombre que escapó por los pelos del Hotel ‘Falcón’ es que, en su rechazo visceral al comunismo, no se diera cuenta de que era la existencia de este, la mejor garantía para que pudieran alcanzarse las conquistas del estado del bienestar. A su pesar, en lo más profundo, existió una complicidad de clase. Hoy, sin el telón de acero y sin la amenaza sistémica al capital, la socialdemocracia tiene mermada de raíz su capacidad de incidencia. O bien desaparece en su esencia, o habrá de volver a sus orígenes. A aquel momento en el que frente a las políticas de austeridad y frente a la tendencia antidemocrática al monopolio del capital, hubo quienes defendieron un Frente Popular.

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