sábado, 26 de octubre de 2013
El ángel negro
Europa es un mundo de contrastes. Tan pronto hace sentirnos trasladados a un futuro idílico con trenes de alta velocidad y fachadas de vidrio, como nos transporta al pozo profundo de la edad media. La reciente deportación de Leonarda, la adolescente gitana residente en Francia, o el oscuro episodio de María, el ‘ángel rubio’ de origen búlgaro, son prueba evidente del grado de latencia de un racismo que aqueja a una parte importante de la población europea. Al otro lado de la cordura, cruzando el filo hosco y estrecho de una modernidad inhóspita e injusta, sigue dormitando la pesadilla de los pogromos, de la demonización y de la caza de brujas. Lo hemos visto también en Irlanda, con la retirada temporal de la custodia a una pareja gitana, y la fulgurante canonización mediática de otro ‘ángel rubio’ que, al final, de manera inevitable, devino ‘ángel negro’. Por momentos, en pleno siglo XXI, renace con fuerza inveterada el poder mitológico de una mentira que acusa a los unos de robar niños, y que, en breve, podría acusar a los otros de hornear almas cándidas o de envenenar pozos. Al parecer Europa, a la par que la cordura y el buen sentido, también pierde a pasos agigantados la vergüenza que le impedía remover, hasta hace bien poco, en el cenagal de su miseria histórica.
Resulta decepcionante buscar en el tratamiento informativo, si ha habido quién se ha preocupado por estudiar la incidencia de la austeridad en las políticas sociales griegas. Tampoco nadie ha querido aprovechar la oportunidad para plantearle a la opinión pública por qué nos resulta lo más normal del mundo ver a una pareja de occidentales paseando a una niña oscura, mientras nos sigue resultando molesto e inquietante, que dos adultos oscuros paseen a un niño blanco. Es de temer que esa misma razón sea la que hace que nuestros ángeles, sean siempre ángeles ‘rubios’. En señal de inocencia, de ‘pureza’, pero también, por que al haber sido arrancados de su entorno ‘racial’, se les supone una proximidad inminente al martirologio. Resulta lamentable, pero este prejuicio de inevitables connotaciones religiosas, es uno de los elementos que compone también la realidad europea. La inmensa mayoría quisiéramos construir el proyecto común sobre unos cimientos humanistas, solidarios, de elevadas miras sociales y filosóficas, pero la evidencia histórica resulta abrumadora. El fanatismo, las cruzadas y guetos son tan consubstanciales a Europa, como la seguridad social, la sanidad pública o la concertación de las políticas económicas.
En teoría somos libres, y por tanto somos nosotros los que elegimos. Pero tan sólo en teoría. No existe un marco democrático ni un debate profundo y abierto que permita establecer la centralidad que habría de comportar una identidad europea. Europa está desconcertada, en su personalidad y en su idea. La globalización y el empoderamiento de la élite financiera a la hora de fijar las reglas de juego, ha puesto contra las cuerdas la viabilidad del proyecto común. Hoy la Unión como propuesta, no se puede centrar en el valor del trabajo como eje de progreso social y económico, cuando, día a día, se reduce la producción industrial, se esquilman los derechos laborales, se pervierte el diálogo social y se deslocalizan las grandes empresas. Tampoco es realmente un espacio de mercado, porque este resultaría indiferente en el marco del mercado global, y porque, de un tiempo a esta parte, se demoniza el consumo en nombre de una austeridad que denigra cualquier política que incentive la demanda. Finalmente, tampoco es un espacio de ciudadanía, porque para ello falta la legitimidad democrática en la toma de decisiones. Y si no es la propia historia, ni el trabajo, ni el mercado, ni tampoco la ciudadanía, habrá que preguntarse ¿Qué puede dar fundamento a la Unión Europea?
Para responder a esta pregunta resultan esclarecedoras las conclusiones del reciente Consejo Europeo. Si ya sabíamos de la inclinación de la Comisión por los mundos virtuales y por la estadística, las prioridades establecidas por Van Rompuy y Cia el pasado viernes van incluso un paso más allá. Según estos la solución a nuestros problemas pasa indefectiblemente por la economía y por el mercado único digital. Se apuesta por estrategias tecnológicas como el Big Data (procesamiento, archivo, almacenamiento y análisis de grandes cantidades de datos) o la tecnología de la nube digital (cloud), que permitirían recuperar la productividad y la calidad de los servicios en Europa. A pesar del escándalo suscitado por las prácticas denunciadas por Edward Snowden, inclusive el injustificable acoso al teléfono personal de nuestro ángel rubio por excelencia, se apuesta con fuerza por desarrollar la construcción de Europa en una dimensión virtual que, es de suponer, resulta más controlable y provechosa. No hay duda. Es más fácil migrar datos que hacer frente a la migración de personas. Es más sencillo (en teoría), proteger datos que tutelar los derechos de las personas. Así, ante la alternativa de la Edad Media, Bruselas apunta directamente al siglo XXII y a la Europa virtual como culminación del proyecto europeo. Así se nos ahorran las miserias que sugería el incómodo principio de este siglo XXI. Tan sólo queda por ver, si no será que también aquí, detrás de nuestro ángel rubicundo, alemán y rubio, no se ocultará otro hermoso ‘ángel negro’.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario