domingo, 2 de junio de 2013

Frenesí primaveral

La primavera se ha hecho esperar. Cuando finalmente su colorido, su esplendor, sus irresistibles y embriagadores efluvios se han abalanzado sobre las indefensas criaturas para inocularles el universal espíritu de concupiscencia y voluptuosidad, nada ni nadie se le ha podido resistir. Como el estallido de la crisálida o de la vaina vegetal, incluso los corazones más calculadores han tenido que ceder a la emergencia impostergable y violenta de la vida en su faceta más sensual. Baste con mirar el milagro que se ha operado entre dos personas, dos gobernantes, dos mundos hasta hace bien poco salvajemente antagónicos. Ella, la rectitud reformista, el pulso suave pero implacable del gris y gélido mar del norte. Él, el adalid de la concertación y de la justicia social, de horizonte vitalista, como la fragante brisa provenzal. Se podrá decir que el apareamiento tantas veces pospuesto no ha resultado excesivamente equilibrado. Que ni tan siquiera ha sido refinado o vistoso. Pero no hay que olvidar que la naturaleza da para todo: para los testarazos del macho cabrío, para el pecho henchido del palomo y para el festín que se da la tarántula a costa de su maltrecho consorte.

Si la naturaleza resulta así de brutal ¿cómo no va a serlo cuando, como en el caso de Europa, se inscribe además en la lógica no ya del mercado, sino del mercadeo más despiadado? Así para Françoise no todo han podido ser caricias y carantoñas. Indefectiblemente, a la lírica del acto se ha sumado algo de naturaleza eminentemente material. Ante la contundencia de la propuesta angelical: relegar la austeridad por bien de la reforma, nuestro hombre se ha dejado ir y se ha abalanzado sobre el abismo de lo estructural. A cambio, dirán algunos, con un retintín resabido, ha conseguido 2 años de indulgencia para reducir el déficit. Pero como en el caso del apareamiento, lo de menos son las condiciones y la puesta en escena, y lo que realmente importa es si hay o no carnalidad. En este sentido hay que decir que el presidente francés, como buen socialdemócrata, al menos contaba, en lo relativo a la reforma, con una larga práctica en lo que concierne a la concesión. Aún así no puede dejar insensible a nadie que a un socialista y persona de bien, de buenas a primeras le substituyan su consabida reforma socioeconómica por la radial insaciable de una reforma ideológica en toda regla.

Pero si la primavera ha cargado las tintas con una buena dosis de ironía en la alta política europea, en lo que concierne al politiqueo ibérico tampoco es que se haya quedado atrás. Era un secreto a voces que Alfredo le había estado tirando los tejos a Mariano desde antes de que se anunciara el primer deshielo. La infidelidad de José Mari a Mariano, el coqueteo de este con Felipe y el persistente galanteo del líder del PSOE finalmente han obrado el milagro. Ahora como sucede en todo lo sexual, ya sea a lo ancho o a lo largo, al fin se ha puesto en valor el centro físico y meridional. A Alfredo ya no le preocupa ni la reforma laboral, ni la LOMCE ni la ley del aborto, ni el cura que la parió. Cuando se trata de ser coherente y de mostrar valor, uno no se ofusca ni cuando se trata de rebajar las pensiones, ni cuando se pretende flexibilizar el mercado laboral más allá de los seis millones de desocupados, ni cuando se plantea subir el IVA a los productos de primera necesidad. La responsabilidad, como la calentura, no permite aplazamientos. Con tal de mostrar decisión, al político voluptuoso hasta le vale la astenia del gobernador del banco central cuando exige que se ventilen el salario mínimo interprofesional.

Con tanta turgencia y sofoco no se sabe si dentro de nueve meses tendremos unos brotes verdes o un pan como unas tortas. De lo que no cabe duda es que, esta primavera, la clase política ha caído presa de una misma pandemia continental. Al contrario que en Brasil, EE.UU. o de manera reciente en Japón, la derecha y ahora también la socialdemocracia europea parecen haber asumido que el único modelo válido es aquel que prioriza por encima de todo la exportación. Con ello se olvida de tres cuestiones sin duda relevantes. En primer lugar que el superávit en la balanza comercial por lógica no vale para todos y que en un mundo redondo, no todos pueden dedicarse a exportar. En segundo lugar la obsesión por colocar el valor y la riqueza fuera de las propias fronteras obvia el hecho de que la legitimidad viene de muy dentro. Se basa en el consumo, en los derechos, las prestaciones y el bienestar social. Finalmente conviene recordar que el Bundesbank no pretende un modelo único para Europa, sino un argumento útil que le permita convertir el creciente desequilibrio en una ventaja competitiva que refuerce la posición hegemónica del capital alemán. Es así. Tan viejo y primaveral como preguntarse si la mano furtiva la empuja el amor, o el instinto sexual.

No hay comentarios:

Publicar un comentario