sábado, 1 de junio de 2013
Patria chicha
En un mundo en el que los conceptos se disipan como el humo,
lo de coger el diccionario se ha convertido en un acto de fe cada vez más
necesario. Ante la aprobación, la semana pasada, del anteproyecto de Ley de
Emprendedores, era por eso preciso irse a la RAE para consultar el significado
de la palabra ‘patria’. Allí encontramos la siguiente definición: ‘Tierra natal
o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por
vínculos jurídicos, históricos y afectivos’. De esta sabia descripción conviene destacar
tres cuestiones. En primer lugar que la patria puede ser adoptiva, lo que es de
agradecer si tenemos en cuenta lo cuesta arriba que se pone lo de quedarse en
este país. En segundo lugar, que la patria es un valor subjetivo que nace de un
sentimiento de ligazón que experimenta la persona, por lo cual nadie puede
quedar excluido. Finalmente que los vínculos que justifican este lazo pueden
ser del tipo jurídico, histórico y/o afectivo, lo que en principio excluye los
motivos puramente económicos y el mercadeo como fundamento. Sin embargo, a
pesar de lo juiciosa que resulta la definición, es de temer que no satisface
plenamente la comprensión que tiene el gobierno Rajoy.
Con la mencionada Ley de Emprendedores el Partido Popular
establece nuevas condiciones para la tramitación acelerada del permiso de
residencia a los extranjeros. La adquisición de más de 2 millones de euros en
deuda pública, la compra de una vivienda de precio superior al medio millón de
euros, o los proyectos empresariales con impacto socioeconómico, dará un acceso
privilegiado a la residencia en España. Es sorprendente que esta
mercantilización de la residencia provenga de un partido con criterios muy
rigurosos en relación a la inmigración y que opuso desde el principio fuerte
resistencia a formalizar el arraigo de los/las inmigrados/as laborales. El
ligar el derecho de residencia a la existencia de activos financieros introduce
además una lógica con consecuencias imprevisibles. ¿Estará sujeto el permiso de
residencia a que se mantengan los activos en cuenta? ¿Se podrá retirar la
residencia a aquellos extracomunitarios ya residentes que transfieran sus
ganancias a otros países o que cierren la empresa recién creada? Hay que
reconocerles a Rajoy & Cia que por poco que inviertan en I+D+i, en lo de la
innovación al menos administrativa no dejan de romper moldes.
Porque si vamos un paso más allá y saltamos de la residencia
a la ciudadanía, el Partido Popular, lejos de poner precio a la españolidad,
podría estar insinuando una revolución a la altura de las inmensas exigencias
que plantea la globalización. Imaginémonos por un momento que no solo la
residencia, sino también la ciudadanía fuese ligada al patrimonio financiero o
a la inversión empresarial. El médico que tuviese la mayor parte de su fortuna
en Suiza, pasaría de ese modo a ser ciudadano helvético, y renunciaría a su
nacionalidad española. El industrial que trasladase la mayor parte de su
empresa a Bangladesh, se convertiría en nacional bangladesí y dejaría de lado
su DNI. Habría de aclararse lo relativo a la nacionalidad de ciudadanos con
fortuna helvética y empresa asiática, pero tal vez pudiera dirimirse el asunto entre
los dos países candidatos a nacionalizar al ciudadano en cuestión. Ante este trasfondo
se nos plantea la pregunta de si el cambio de nacionalidad debería ser o no
voluntario. Parece natural y evidente que si el traslado de empresa o activo
financiero no es en ningún caso obligatorio, tampoco habría de ser preceptivo
el derecho a mantener la nacionalidad original.
Con este cambio, al margen del asombroso crecimiento
demográfico de algunas remotas islas caribeñas, y, por qué no decirlo, también
de algún que otro país europeo, se apreciarían interesantes cambios
socioculturales. Los apasionados de la industria plástica china descubrirían al
mismo tiempo las singularidades de la democracia y de la justicia de aquel
país. Los amantes de los paseos de Lausana o Ginebra, averiguarían lo
desagradable que es quemarse la lengua con la Raclette y lo eficaz que resulta
la hacienda suiza con sus propios paisanos. Los nuevos ciudadanos de las islas
Salomón conocerían lo largas que se hacen las colas en las aduanas para los
naturales de lo minúsculos imperios de ‘alta mar’. Si en vista de estos
matices, la derecha quisiera argüir que nada impide que uno sea de un lugar,
aunque sea por las formas, y que eso de retirar la nacionalidad es un acto de
extremo encarnizamiento administrativo y escasa conmiseración, habría que
recordarles que con un golpe de mano así se sacarían de encima a más de un
desagradables. No tan sólo a los Bárcenas y similares, sino, con un poco de suerte,
al tan internacional José María Aznar.
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