domingo, 19 de mayo de 2013
Su misión
“Hace daño continuamente a muchísima gente, es su estilo, y hasta
cierto punto está orgulloso de su impopularidad. Permite que la economía se
vaya a pique, que los bancos cierren y que el número de parados ascienda a seis
millones. A intervalos regulares, más o menos cada seis meses, se publica una
‘normativa urgente’ que rebaja una y otra vez el valor de los sueldos, las
pensiones, las prestaciones de asistencia social…”. Esta sugerente cita no
forma parte de alguna crónica dedicada a Mariano Rajoy, sino que pertenece a
las memorias de Sebastian Haffner. El gran periodista alemán recuerda en ella las
señas de identidad del gobierno del funesto canciller Heinrich Brüning. En
contra de la tesis, errónea históricamente, y malintencionada políticamente, según
la cual el auge del nacionalsocialismo fue la repuesta a la hiperinflación
(1926), el nazismo se alimentó, en realidad, del malestar generado por la
austeridad impuesta por Brüning. A los nueve meses de iniciarse su gobierno, el
NSDAP pasó de 12 a 107 diputados, convirtiéndose en 2ª fuerza política. 7 meses
después de la marcha del político nacional-católico, el 30 de enero de 1933, Hitler
fue nombrado canciller.
Es una de las paradojas actuales que la mentira que señala
la hiperinflación como elemento desencadenante del nacionalsocialismo, justifique
la aplicación de una austeridad salvaje que reproduce fielmente en algunos
países como Grecia o Hungría, las condiciones en las que emergió el
totalitarismo alemán. Si se tiene en cuenta que el proyecto europeo nació de
las ruinas humeantes de la devastación bélica desencadenada por los nazis, y
que hoy la receta que amenaza ese proyecto es fruto de un análisis que falsea el
origen del tercer Reich, parece que más que ante una paradoja nos encontramos
ante una verdadera perversión. Máxime cuando la mentira es interesada, porque lo
que pretende es legitimar el destructivo monetarismo del Bundesbank.
Destructivo para algunos. Porque garantiza una inflación moderada para los
rentistas alemanas, asegurando el voto conservador y, al mismo tiempo, refuerza
la posición hegemónica de las multinacionales alemanas. Pero frente al discurso
que generaliza la culpa a ‘los alemanes’, alimentando el ‘nacionalismo’ que
tanto necesita el capital alemán para su propaganda, conviene echar una ojeada
a nuestro ‘Brüning’ particular.
Son 3 los elementos que llaman la atención si se intenta
analizar la responsabilidad de Mariano Rajoy en la aplicación de la lógica
‘Brüning’ en nuestro estado. En primer lugar hay que destacar que la razón
última de las tremendas restricciones que aplicó el canciller al principio de
la década de los treinta a los ciudadanos y trabajadores de la República de
Weimar, se debía al pago de las reparaciones de guerra. Por mucho que sea
menester que todo análisis histórico relativice la cuestión de la culpa
colectiva en caso de conflicto bélico, resulta obvio que el contexto alemán se
correspondía con una dimensión bien diferente a la que subyace a la necesidad
de garantizar el pago de la deuda de la banca privada española a la banca
privada alemana. En segundo lugar, hay que recordar que en el caso alemán se
introducía por primera vez una receta económica que a partir de allí, siempre
que se ha aplicado, ha vuelto a tener los mismos efectos desastrosos. A
diferencia del canciller alemán, Rajoy cuenta con un balance histórico y por si
este se quedara corto, con la valoración y el análisis de los más renombrados
economistas mundiales a la hora de entender el error de análisis que comporta
la austeridad.
Pero finalmente hay una tercera diferencia, la más sangrante,
si cabe. El canciller Brüning aplicó a sus ciudadanos y ciudadanas la
imprudente lavativa económica en función de su propio criterio y legitimidad.
En nuestro caso las medidas se aplican siguiendo el criterio de Berlín y sin
respetar el programa con el que el PP ganó las elecciones. El servilismo de
Mariano Rajoy, fuerte con los débiles y débil con los fuertes, no sirve a los
intereses de los desocupados o de la población más vulnerable. Tampoco es de
ninguna utilidad ni tiene en consideración las necesidades de aquellos que
tienen aún la suerte de tener un empleo. Pero es que tampoco sirve a la mediana
y pequeña empresa y, si se tiene en cuenta la recesión en que ha entrado
Francia y Europa, ni tan siquiera sirve a los intereses del tejido económico y
productivo de la Eurozona. La pregunta es entonces ¿Para qué sirve el inmenso
riesgo que asume Mariano Rajoy? ¿Para qué sirve toda la injusticia y la miseria
que genera? La respuesta es compleja, y tiene un trasfondo psicológico. No sirve para nada en especial,
sino que es fruto de lo que falta: capacidad de gobierno y visión política.
Parece mentira, pero es pura servidumbre, pura sumisión.
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