lunes, 24 de junio de 2013

Esperando a Solón

Los niños al jugar suelen repartirse las tareas. No resulta extraño que alguno tome la iniciativa y los otros le sigan. Al jugar a las cocinitas, por ejemplo, es normal que uno de los niños o niñas se ponga a hacer tortitas mojando tierra, y que los demás hagan ver que se las comen. Para que la cosa tenga una cierta coherencia, eso es, un parecido con el mundo de los adultos, lo suyo es que además a uno se le ocurra convertir algunas piedrecitas en monedas, y hacer ver que aquello es un negocio contante y sonante. Si el liderazgo es muy exigente, puede suceder que el mismo cocinero o cocinera haga las veces de banca, y reparta las piedrecitas para que los demás le puedan comprar los pasteles. Lo que no sucede habitualmente es que, una vez que los demás han hecho ver que se comen las tortitas, el cocinero les exija que les devuelva las piedrecitas. Los niños para eso son demasiado inocentes. Tampoco se les ocurriría nunca que a cambio de las piedras que no tienen, les pusieran a andar a cuatro patas, barrer el patio o pagar con sus canicas o cromos. Por muy cruel que sea el mundo de la infancia ese tipo de perversión se les escapa totalmente. Es exclusiva del mundo de los grandes.

En el caso de la economía mundial este modelo de los cocineros banqueros existe desde los albores de la humanidad y ya lo describe Tomás Moro en su ‘Utopía’, de 1516. Ciertos países a través de su política monetaria acaparan la producción mientras que otros, con menor interés o capacidad en sacar punta a su competitividad, adoptan el papel de consumidores deudores. Esta relación asimétrica se acompaña de dos importantes cuestiones. En primer lugar, el crédito puede enriquecer a una minoría, pero la deuda ser trasladada a un país entero. Así la deuda creada en beneficio de una élite corrupta, puede permitir la compra a precio de saldo de valiosas materias primas, recursos naturales o patrimonio público. Por eso ya Tomás Moro establecía, hace  ahora 500 años, que el crédito ha de ser avalado por la Ciudad en la que se realiza la entrega, lo que prueba que la Utopía del siglo XV es aún Utopía en el siglo XXI. En segundo lugar, a partir de un monto suficiente de deuda, el precio del crédito lo pasa a fijar el acreedor. Y a diferencia de los niños, cuando el cocinero banquero exige sus piedrecitas a los países que han comprado sus ‘tortitas’, sí puede imponer condiciones indignas y humillantes

La esclavitud por deuda existía ya en la Grecia antigua. Su abolición por parte de Solón, hace ahora 2.600 años, acompañó la aparición de la democracia, y de la dignidad que se asocia al concepto de ciudadanía. El proceso introducido entonces se llamó ‘Seisachtheia’ y prohibía todo crédito que tuviera su garantía en la persona del deudor. Al igual que lo planteado en la Utopía de Tomás Moro, esta cuestión es hoy de plena actualidad en el marco del debate sobre la condonación parcial de la deuda de algunos países, hoy abocados a una ruina insalvable. La diferencia de criterios en esta cuestión y también en lo relativo a la eficacia de las políticas de austeridad, ha llevado a un distanciamiento creciente entre el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea. Los rumores de divorcio en el seno de la troika se extienden y parece ser que el Consejo Europeo y sus próceres ideológicos van a quedarse solos a nivel global en su aventura de imponer la falsa moral a la realidad económica. Pero la repentina puesta en escena por parte del FMI es postiza. Persigue tan sólo la aprobación de las potencias emergentes, y no oculta que, en lo esencial, sus convicciones no distan mucho de las del ECOFIN.

Las recomendaciones realizadas recientemente a España, en el sentido de  una nueva vuelta de tuerca a la reforma laboral, muestran hasta qué punto el equipo de Christine Lagarde sigue abducido por el credo de la competitividad y por la lógica del cocinero banquero. El problema es que no hay suficiente con condonar deudas y empezar desde cero con tal de alentar de nuevo la sobreproducción mundial. El reto consiste en concertar un criterio que haga que sean equilibrados y sostenibles producción, comercio y consumo global. Y no sólo desde el punto de vista financiero, sino también en lo relativo a cuestiones tan inmediatas como la escasez de recursos o el sobrecalentamiento global. Así es preciso que complementariedad y demanda fijen el equilibrio entre producción y consumo y que el trabajo decente recupere un papel económico central. Frente a la esclavización por deuda que hoy hunde la economía mundial hace falta desarrollar el concepto de ciudadanía global e interiorizar la apuesta que supone el compartir la responsabilidad sobre unos objetivos de desarrollo a nivel mundial. No es una utopía ni un ideal. Es la única receta para evitar que en el futuro todos nos veamos forzados a tener por único alimento unas indigestas tortitas de tierra.

3 comentarios:

  1. "Es necesario introducir la educación como una noción mundial más poderosa que el desarrollo económico: el desarrollo intelectual, afectivo y moral a escala terrestre. La perspectiva planetaria es imprescindible en la educación para elaborar un auténtico sentimiento de pertenencia a nuestra Tierra considerada como última y primera patria" Sobre la transdisciplinariedad de Edgar Morín.

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  2. Gracias por la cita... Da en el clavo... Sin educación no hay crecimiento, o como mínimo el crecimiento que importa que es el personal y humano...

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  3. Gracias por la cita... Da en el clavo... Sin educación no hay crecimiento, o como mínimo el crecimiento que importa que es el personal y humano...

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