Los niños al jugar suelen repartirse las
tareas. No resulta extraño que alguno tome la iniciativa y los otros le sigan.
Al jugar a las cocinitas, por ejemplo, es normal que uno de los niños o niñas
se ponga a hacer tortitas mojando tierra, y que los demás hagan ver que se las
comen. Para que la cosa tenga una cierta coherencia, eso es, un parecido con el
mundo de los adultos, lo suyo es que además a uno se le ocurra convertir algunas
piedrecitas en monedas, y hacer ver que aquello es un negocio contante y
sonante. Si el liderazgo es muy exigente, puede suceder que el mismo cocinero o
cocinera haga las veces de banca, y reparta las piedrecitas para que los demás
le puedan comprar los pasteles. Lo que no sucede habitualmente es que, una vez
que los demás han hecho ver que se comen las tortitas, el cocinero les exija que
les devuelva las piedrecitas. Los niños para eso son demasiado inocentes.
Tampoco se les ocurriría nunca que a cambio de las piedras que no tienen, les
pusieran a andar a cuatro patas, barrer el patio o pagar con sus canicas o
cromos. Por muy cruel que sea el mundo de la infancia ese tipo de perversión se
les escapa totalmente. Es exclusiva del mundo de los grandes.
En el caso de la economía mundial este modelo
de los cocineros banqueros existe desde los albores de la humanidad y ya lo
describe Tomás Moro en su ‘Utopía’, de 1516. Ciertos países a través de su
política monetaria acaparan la producción mientras que otros, con menor interés
o capacidad en sacar punta a su competitividad, adoptan el papel de
consumidores deudores. Esta relación asimétrica se acompaña de dos importantes
cuestiones. En primer lugar, el crédito puede enriquecer a una minoría, pero la
deuda ser trasladada a un país entero. Así la deuda creada en beneficio de una
élite corrupta, puede permitir la compra a precio de saldo de valiosas materias
primas, recursos naturales o patrimonio público. Por eso ya Tomás Moro
establecía, hace ahora 500 años, que el
crédito ha de ser avalado por la Ciudad en la que se realiza la entrega, lo que
prueba que la Utopía del siglo XV es aún Utopía en el siglo XXI. En segundo
lugar, a partir de un monto suficiente de deuda, el precio del crédito lo pasa
a fijar el acreedor. Y a diferencia de los niños, cuando el cocinero banquero
exige sus piedrecitas a los países que han comprado sus ‘tortitas’, sí puede
imponer condiciones indignas y humillantes
La esclavitud por deuda existía ya en la
Grecia antigua. Su abolición por parte de Solón, hace ahora 2.600 años, acompañó
la aparición de la democracia, y de la dignidad que se asocia al concepto de
ciudadanía. El proceso introducido entonces se llamó ‘Seisachtheia’ y prohibía
todo crédito que tuviera su garantía en la persona del deudor. Al igual que lo
planteado en la Utopía de Tomás Moro, esta cuestión es hoy de plena actualidad
en el marco del debate sobre la condonación parcial de la deuda de algunos
países, hoy abocados a una ruina insalvable. La diferencia de criterios en esta
cuestión y también en lo relativo a la eficacia de las políticas de austeridad,
ha llevado a un distanciamiento creciente entre el Fondo Monetario
Internacional y la Unión Europea. Los rumores de divorcio en el seno de la
troika se extienden y parece ser que el Consejo Europeo y sus próceres
ideológicos van a quedarse solos a nivel global en su aventura de imponer la
falsa moral a la realidad económica. Pero la repentina puesta en escena por
parte del FMI es postiza. Persigue tan sólo la aprobación de las potencias
emergentes, y no oculta que, en lo esencial, sus convicciones no distan mucho
de las del ECOFIN.
Las recomendaciones realizadas recientemente a
España, en el sentido de una nueva
vuelta de tuerca a la reforma laboral, muestran hasta qué punto el equipo de
Christine Lagarde sigue abducido por el credo de la competitividad y por la
lógica del cocinero banquero. El problema es que no hay suficiente con condonar
deudas y empezar desde cero con tal de alentar de nuevo la sobreproducción
mundial. El reto consiste en concertar un criterio que haga que sean equilibrados
y sostenibles producción, comercio y consumo global. Y no sólo desde el punto
de vista financiero, sino también en lo relativo a cuestiones tan inmediatas como
la escasez de recursos o el sobrecalentamiento global. Así es preciso que complementariedad
y demanda fijen el equilibrio entre producción y consumo y que el trabajo
decente recupere un papel económico central. Frente a la esclavización por deuda
que hoy hunde la economía mundial hace falta desarrollar el concepto de
ciudadanía global e interiorizar la apuesta que supone el compartir la
responsabilidad sobre unos objetivos de desarrollo a nivel mundial. No es una
utopía ni un ideal. Es la única receta para evitar que en el futuro todos nos
veamos forzados a tener por único alimento unas indigestas tortitas de tierra.
"Es necesario introducir la educación como una noción mundial más poderosa que el desarrollo económico: el desarrollo intelectual, afectivo y moral a escala terrestre. La perspectiva planetaria es imprescindible en la educación para elaborar un auténtico sentimiento de pertenencia a nuestra Tierra considerada como última y primera patria" Sobre la transdisciplinariedad de Edgar Morín.
ResponderEliminarGracias por la cita... Da en el clavo... Sin educación no hay crecimiento, o como mínimo el crecimiento que importa que es el personal y humano...
ResponderEliminarGracias por la cita... Da en el clavo... Sin educación no hay crecimiento, o como mínimo el crecimiento que importa que es el personal y humano...
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