lunes, 1 de abril de 2013
Plus Ultra
Piensan algunos que el latín da siempre cierto empaque y
distinción. Prueba de ello es que Luis Bárcenas, al crear su entramado
financiero, bautizara una de sus creaciones como Fundación Sinequanon. El
nombre, buscado probablemente con prisas en algún antro con sillones de cuero,
penumbra y ambientador de lima-limón, es una muestra clara de frivolidad. Otorgarle
a un instrumento de enriquecimiento ilícito la categoría de una persona
jurídica, la fundación, que no persigue ánimo de lucro, es ciertamente cínico.
Colgarle a esta además una expresión en latín que subraya el carácter de
‘imprescindible’ o ‘necesario’, es de una simpleza que raya en lo mezquino. Pero
eso es lo que ocurre con frecuencia cuando se recurre a la lengua de los
romanos. Que lo solemne oculta lo trivial. Hay si acaso una digna excepción
histórica. La del emperador Carlos V que con su lema, y no sabemos si por
crueldad o con un atisbo de ironía, marcó con gran acierto el devenir de súbditos
y tributarios. ‘Plus Ultra’, en latín ‘más allá’ figura aún hoy como lema en el
escudo constitucional, y marca y define una aspiración que ha resultado ser
consubstancial a nuestro aciago destino.
Y no tanto por las columnas de Hércules que, a lado y lado
del estrecho de Gibraltar, marcan el límite geográfico que había de superar
nuestro afán aventurero, sino porque, en otro orden de cosas, no ya físico,
sino sobrenatural, aquí se ama la realidad, pero se anhela si cabe aún con
mayor fuerza, el ‘más allá’. Ya lo decía la santa andariega con su ‘vivo sin
vivir en mi’, que no es exceso místico, sino definición clara y diáfana de la
expiación crónica que conlleva lo hispano. De forma algo más brutal lo exclamó
Millán Astray ante un pasmado Unamuno al gritar en Salamanca aquel ‘Viva la
muerte’, complicidad extrema con el más allá, y argumento al parecer
incontestable, especialmente cuando aquel a quien va dirigido prefiere
permanecer, aunque sea por humildad, a este lado del óbito. El ‘más allá’ es el
hilo narrativo que conduce la semana santa, con sus hermosísimas tallas que visitan
a los fieles y se pasean por las calles engalanadas de ciudades y pueblos, en
un tránsito metafísico y religioso que huele a incienso y suena a gloria. Que se
mezcle folclore, milicia, catolicismo y realeza, no es más que la prueba
definitiva de que lo que allí discurre es la esencia misma de lo que se sobreentiende
por ‘hispanidad’.
Si los egipcios construían pirámides para abrir una brecha
en el espacio tiempo y acceder así a los campos de Amón y Ra, aquí los fieles,
en semana santa, cargan a sus espaldas pasos y tronos para sentir la cercanía
del Auxilio, del Perdón, de la Buena Muerte o de la Piedad. Contaba un
compañero sindicalista francés que en Francia, en el momento en el que la
afilada cuchilla de la guillotina segó vida y cabeza de Luís XVI, los franceses
se habían librado de manera definitiva de cualquier intermediario entre ellos y
la eternidad. Aquí aún nos separan de la bóveda celeste los pesados tronos y la
magnífica imaginería que nos cubre el horizonte con la patina humeante del
fervor y la religiosidad. En Francia fue la fraternidad entre iguales, la que
permitió elevar por encima de cualquier otra cosa el patrimonio común e
irrenunciable de los derechos de ciudadanía. Aquí son cofradías y hermandades
las que en un esfuerzo devoto, generoso y común, elevan por encima de nuestras
testas las santísimas imágenes de cristos y vírgenes que nos recuerdan el valor
del dolor, de la humillación y de la soledad.
Diríase que si el esfuerzo que ponen costaleros, nazarenos y
cófrades para conducir con sorprendente destreza sus veneradas imágenes por las
estrechas calles de pueblos y villas, se invirtiera en elevarnos a nosotros
mismos por encima de nuestra circunstancia, otro gallo nos cantaría. Pero un
buen número de mujeres y hombres que pueblan estas tierras si bien son de
natural entregado, a la hora de entregarse poco o nada les vale la realidad.
Estas gentes que llevan el ‘más allá’ en su enseña, no se unen ni juntan para
mejorar su condición, sino para defender juntos el valor de lo ultra terrenal.
Frente a una realidad que sabe a poco, se defiende así la realeza, que, como en
el caso del faraón egipcio, es un primer paso hacia el más allá. No es de extrañar
que en algunos lugares las imágenes vayan calzadas en ‘tronos’ o que se las
honre interpretando la ‘marcha real’.
Hay que reconocer que toda esta magnífica parafernalia tiene una fuerza
dramática sugerente y poderosa. Pero también cabe preguntarse si ante la
dramática circunstancia actual no es hora ya de corregir a Carlos V, rey de romanos,
para cambiarle el lema. Llegó el momento de abominar del ‘Plus Ultra’, para
entonar un más humilde ‘Plus Hic’. Y es que ante las amenazas que nos acechan,
hoy al ‘Más Allá’ se le impone un modesto, práctico y republicano ‘Más Acá’.
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