lunes, 8 de abril de 2013
Teoría financiera del ajo
Decía el amigo Francisco Navas Azuaga que el dinero tendría
que ser como los ajos, durar solo de un año para otro. Más allá de lo
anecdótico de la propuesta, lo que sí parece evidente es que el dinero lejos de
amontonarse en cámaras acorazadas, debería ser forzado a alimentar de manera
constante la economía. Pero no la economía especulativa, encadenándose hasta la
extenuación todo tipo de operaciones ficticias, sino lo que se conoce como
economía real y por tanto la inversión en bienes, equipamientos, recursos,
capacidades. Con el patrón ‘ajo’ los beneficios tendrían que ser reinvertidos
en las empresas, gastados en productos o servicios o devueltos al estado para
que derogaran por un tiempo su caducidad orgánica. Además, el ‘ajo’ ofrece el
beneficio de que es fácil seguirle el rastro y que al margen de sus cualidades
antisépticas, es un reconocido repelente para todo tipo de parásitos y seres de
naturaleza vampírica. Más allá, como es conocida la aversión generalizada por
parte de los países del norte hacia este ingrediente tan mediterráneo, la
divisa ‘ajo’ nos daría cierta seguridad de que nuestros generosos vecinos en
vez de dedicarse a acumular riquezas, ante la amenaza de acabar asfixiados por
el hedor que emergería de sus cajas fuertes, pondrían algo más de empeño en
hacer fluir el ajo. No es fácil elucubrar
hasta dónde nos podría llevar la gran revolución que comportaría este
cambio paradigmático en la política monetaria, pero de lo que no cabe duda, es
que se pondría fin a una de las más truculentas estafas de nuestra reciente historia.
Para sorpresa de algunos y escándalo de muchos el Consorcio
Internacional de Periodistas de Investigación presentó la semana pasada un
completo estudio sobre los paraísos fiscales. 15 meses de dedicación por parte
de 86 periodistas de 40 países diferentes, invitan a descubrir quién es hoy propietario,
beneficiario o promotor de más de 120.000 compañías offshore. Tras la lista de
usufructuarios no tan sólo se ocultan notorios evasores, empresarios,
oligarcas, mafiosos, delincuentes y millonarios, sino también un buen número de
profesionales medios o de capitales familiares que buscan poner a buen recaudo
sus preciados tesoros en unas islas que, no hace tanto, eran aún feudo de
piratas y bucaneros. Desde Tita Cervera, pasando por el ministro del presupuesto
francés Jérôme Cahuzac, hasta el extesorero del PP, Luís Bárcenas, son muchos
los defraudadores que se han sumado a algo que, es bien sabido, se promueve no
sólo a la sombra de los cocoteros, sino también desde sociedades gestoras de
patrimonio y entidades bancarias que encontramos a la vuelta de la esquina. El
secreto financiero y las malas prácticas asociadas se han expandido como una
plaga por el globo, cercenando la salud de las cuentas públicas, esquilmando
los balances empresariales y esparciendo la corrupción y la impudicia a nivel
político. La red de justicia fiscal (Tax justice network) cifra el haber de
estos falsos paraísos en 24 billones de euros, lo que vendría a ser la suma de
lo que producen juntas la economía norteamericana y la japonesa. Cada año esta
cantidad aumenta en un billón de euros, eso es, lo que anualmente produce, o
producía, nuestra maltrecha economía.
Mientras el dinero se acumula en las islas Cook, Caimán,
Seychelles, pero también en lugares más próximos como las islas de Man, Liechtenstein,
Mónaco o Andorra, las arcas de nuestros bancos centrales ofrecen una perspectiva
lamentable. La evasión comporta, entre otras muchas cosas, una falta de
liquidez que nos condena a comprar el dinero al precio ideológico que imponen
los pantagruélicos acuerdos impuestos por la comisión y el FMI, o al que marcan
los así llamados mercados. Cuando, como en el reciente caso de Portugal, la
injusticia del ajuste topa con los fundamentos del ordenamiento jurídico, los
gobiernos, lejos de sentirse abochornados por su servilismo, prefieren
denunciar que la ‘rigidez’ de su propio tribunal constitucional compromete la
estabilidad financiera. Hasta ese punto ha llegado la obsesión de centrar la
política financiera en el lado del gasto. Una obsesión, interesada e intrigante
que es inversamente proporcional a la laxitud que se promueve por el lado de
los ingresos. Así, a lo largo de los últimos cinco años, los 50 mayores bancos
privados del mundo han doblado las reservas depositadas en paraísos fiscales. De
4 a 8 billones de euros. Por eso es hora ya de afear a estos nidos de piratas
su codicia y de forzarles a cambiar en ventanilla sus euros por una nueva divisa,
a poder ser del tipo 'ajo'. El sorprendente detalle que nos encontraríamos es
que en la fila de avergonzados evasores aparecería ni más ni menos que el Sr.
Klaus Regling, presidente del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera. Y es que
el instrumento de los así llamados ‘rescates’, eso es, la financiación que se facilita a los estados periféricos, tras hacerles firmar memorandos draconianos
¡Tiene su sede en el limbo fiscal de Luxemburgo! Pero ya se sabe… Quién se
pica, ajos come.
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