lunes, 25 de febrero de 2013

€mediterraneo

La autoinmolación en Sidi Bouzid, hace ahora algo más de dos años, del vendedor ambulante Mohamed Bouazizi, desencadenó una protesta social que se extendió rápidamente por toda la ribera sur del Mediterráneo llegando hasta países como Yemen, Omán o Bahréin. El fenómeno bautizado con poca fortuna como ‘primavera árabe’, forzó la renuncia de dictadores apoyados por occidente como Ben Ali o Mubarak, y dio paso a gobiernos islamistas que no han sabido satisfacer las demandas y expectativas de la población. Los recientes  acontecimientos que siguieron al vil asesinato del líder del izquierdista Frente Popular Chokri Belaid o los sucesos dramáticos vividos en Port Saïd, muestran que las revoluciones democráticas en Túnez y Egipto se cerraron en falso. Los nuevos gobiernos de carácter religioso han tardado bien poco en buscar el beneplácito de los principales actores geopolíticos y económicos (FMI, BM…), no han atenuado la polarización social y muestran un autoritarismo y falta de transparencia que recuerda a las prácticas pésimas de los regímenes anteriores. En aspectos como los derechos de la mujer o las libertades individuales, comportan además un alarmante retroceso.<

La lectura que se hizo desde los medios occidentales de las protestas y movilizaciones que inundaron el arco sur del mediterráneo a principios de 2011, destacó por su trivialidad. La cosa se quedó por un lado en la fijación por el marco tecnológico de las movilizaciones, ya fuera la televisión por satélite, la telefonía móvil o las redes sociales, y por el otro en la exaltación épica de la lucha ciudadana. Se informó, aunque de manera parcial, sobre la complicidad europea y atlántica con los regímenes autocráticos, pero poco o nada se dijo de los programas económicos aplicados a lo largo de los últimos diez años en estos países. Los ajustes estructurales, las privatizaciones, y la contención salarial que se impusieron, atenazaron a la clase media en lo económico en la misma medida en la que los medios de persuasión y los servicios secretos amordazaron libertades fundamentales ya fueran civiles, sindicales o de prensa. La complicidad tácita con los nuevos actores políticos por parte de los gobiernos occidentales muestra que la prioridad hoy, como entonces, sigue siendo la de asegurar un marco estable que asegure recursos energéticos, vías de comunicación y acceso a mercados emergentes y mano de obra barata, a ser posible con una buena formación en origen.

Salvando las diferencias ocurre algo parecido con los países de la periferia Europea. Ya sea en España, Italia o Grecia, la mal llamada ‘austeridad’ impone recortes sociales, deflaciones salariales, y pérdida de derechos. También aquí la corrupción se ha convertido en el pan de cada día, y la riqueza se polariza a marchas forzadas dejando descolocada a una buena parte de la clase media. La desfachatez de gobernantes como Rajoy o Berlusconi convierten la vida pública en un lamentable espectáculo y nos recuerdan a los tiranos del sur. También en España, Italia o Grecia las protestas se extienden, y la desesperación y la falta de expectativas arrojan a las personas a tomar decisiones extremas. La autoinmolación de una mujer en Almassora una semana atrás, o los suicidios que han precedido a la ejecución de varias órdenes de desahucio, siguen un mismo patrón. Frente a la injusticia y la negación de la propia dignidad se escoge la muerte. Es una actitud extrema, de una lucidez trágica que desconcierta a todos aquellos que no saben pensar más allá de variables cuantitativas, gráficos y tablas. 

Es innegable que la posición de salida de los países periféricos europeos es diferente y más beneficiosa  en muchos aspectos que la de Túnez o Egipto. Especialmente en lo relativo al estado del bienestar y a su balance social en cuanto a gastos e ingresos. Pero desde el momento en el que se abandona el modelo social europeo y se impone la Europa del mercado, eso es el ‘mercado’ a secas (no nos engañemos), parece también evidente que se quiere hacer competir el sur europeo con el sur mediterráneo. Por eso hoy la defensa junto a nuestros vecinos mediterráneos de valores como la laicidad, la democracia o el diálogo social, es una lucha solidaria, pero también interesada, por que ha de ayudarnos a mantener nuestro propio status quo. Con ella arremetemos contra la amenaza que se cierne sobre nuestras propias conquistas sociales y democráticas, contra la incompetencia y falta de vigor de unos políticos que le bailan la música a intereses que no son los nuestros. El Mediterráneo como espacio común exige derechos civiles, sociales y laborales comunes. El no integrarlos en la lógica del comercio muestra las intenciones de la Comisión Europea, no como proyecto ciudadano, sino como puro lobby.

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