domingo, 17 de febrero de 2013

Desconectando Europa

Habitualmente se habla de dos fundamentos que pueden dar solidez a la construcción de Europa: el mercado interior y la cohesión social. Aunque no se pone poco empeño en decir que ambos pueden ser complementarios, a nadie se le escapa que priorizar a uno u otro, comporta dos modelos europeos muy diferentes. Los que atribuyen al mercado interior la prioridad y dicen que son las fuerzas de este mercado las que, gracias a las 4 libertades fundamentales (libre circulación de personas, mercancías, servicios y capitales), garantizan la cohesión  mediante un proceso de reequilibrio constante, defienden la opción neoliberal. Al situar como elemento cohesionador el propio mercado, esta visión de Europa suele defender una reducción de los elementos de gobierno (Comisión…), y la flexibilización, privatización y liberalización del trabajo y de aquello que aún conforma el dominio de lo público. Los que defienden la Europa social, ponen el énfasis en la cohesión social, cuya consecución se ha de realizar a través de la convergencia fiscal, económica y social y de la regulación del mercado interior, fomentando la creación de espacios comunes de gobierno. 

La presentación de las Conclusiones del Consejo Europeo sobre el Marco Financiero Plurianual (2014-2020) con una reducción del presupuesto de la Comisión del 3% muestra hasta qué punto los que llevan las riendas del proyecto europeo son los defensores de la competitividad a ultranza y los que quieren construir Europa alrededor de la idea del mercado interno. Es preocupante que tras 25 horas de negociación se impusieran las tesis defendidas por Reino Unido y por Alemania, dos países con una vocación europeísta muy marcada por la perspectiva nacional. Pero resulta aún más alarmante que el Presidente de la Comisión Europea, Durao Barroso y su vicepresidente, Joaquín Almunia, ante semejante recorte del presupuesto no tuvieran más que parabienes para el Consejo Europeo. Decir que ‘el acuerdo político ha sido el más alto al que se podía llegar’ y que ‘el acuerdo es bueno en sí mismo’ demuestra una pobreza de análisis, de argumentos y de convicción en materia europea que resulta impropia e inmadura en boca de aquellos que, bien al contrario, deberían inspirar la maduración y desarrollo del gobierno europeo. 

La disposición de Martin Schulz, presidente del Parlamento a vetar un presupuesto restrictivo, o la del presidente de su comisión de presupuestos, Alain Lamassoure, al denunciar que las primeras víctimas de semejante presupuesto serán el crecimiento y el empleo, demuestran hasta qué punto la iniciativa europea actualmente descansa no en la Comisión sino en el Parlamento Europeo. La Comisión se ha convertido en simple adlátere de un Consejo Europeo que gobierna Europa al margen del Tratado y desde una lógica intergubernamental que es tan desequilibrada desde el punto de vista territorial, como poco representativa desde el punto de vista democrático. Al renunciar a establecer una alianza estratégica con el Parlamento, lo que le habría permitido ganar cierta legitimidad y habría reforzado su imagen ante la ciudadanía europea, Barroso & Cia demuestran que la Comisión no es más que la extensión de una visión ideológica de Europa. Esta emana de unos estados obsesionados por servir a los intereses financieros a cambio de reforzar su posición hegemónica aunque sea a costa de la credibilidad, viabilidad y sostenibilidad del proyecto europeo.

A muy pocos se les escapa que la Unión Europea en su circunstancia actual es poco más que una herramienta de redistribución de la riqueza que tiene en la Unión Monetaria su principal instrumento. Esta redistribución funciona aún en dos ejes, a nivel territorial, de los países del sur a los del norte, y a nivel social, de la clase media a las élites económicas y financieras. Pero a medio o largo plazo, tan sólo será relevante en el plano de clase. La deflación salarial en el sur comporta mediante los mecanismos del mercado interno una presión sobre los países del norte. Ya sea por la migración de trabajadores del sur al norte, de la prestación transnacional de servicios o del traslado de la producción de mercancías del norte al sur, la deflación competitiva comportará a nivel europeo una transferencia de la renta del trabajo al capital. Todos los trabajadores europeos, también aquellos del norte que hoy al parecer no le hacen ascos a la redistribución de la riqueza a nivel territorial, se verán abocados a una pérdida en sus condiciones laborales y en los derechos y prestaciones asociados. Por mucho que algunas eminencias grises como Barroso piensen que es asumible una pérdida de inversión en el crecimiento en Europa, la realidad es que esta comportará una cada vez mayor desconexión de la ciudadanía europea con el proyecto que teóricamente lidera.

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