domingo, 20 de enero de 2013
Infiltrados
En 1986 Ulrich Beck publicó su emblemática obra: ‘La
sociedad del riesgo’. En ella, el sociólogo alemán planteaba un profundo cambio
de paradigma en la modernidad. Si en la sociedad industrial la producción de
riqueza había comportado la producción creciente de riesgos, en la sociedad del
riesgo, son estos los que determinan la producción de riqueza. Esta nueva
visión emergía del fin de una época, la guerra fría, y el nacimiento de otra,
la de la conciencia medioambiental, en la que la noción del riesgo,
imperceptible y global, se correspondía tanto con el potencial de
autodestrucción nuclear, como con la agresión del modelo de crecimiento a un
entorno natural de recursos limitados. 25 años después la obra de Beck sigue
siendo actual, y el ‘riesgo’ se confirma como elemento central de un modelo
económico y social, que ahora se ha extendido a otros ámbitos. Ya sea en el
mundo de las finanzas, donde el riesgo supone el principal valor para generar
grandes plusvalías, o en el dominio público, donde ya sea demográfico o contable,
es el argumento último para justificar políticas restrictivas, el riesgo parece
ser el núcleo en torno al cual gravita una nueva hegemonía.
El riesgo es un concepto de naturaleza ambigua. En el caso
de las hipotecas subprime el riesgo inherente a la concesión de créditos a
clientes poco solventes, su titularización, transferencia a fondos de
inversión, etc. comportó grandes beneficios. Sin embargo la ingeniería
financiera no eliminó el riesgo. Al reventar la burbuja, este se trasladó al
erario público mediante el rescate de bancos y aseguradoras. De la misma
manera, el riesgo que comportaba la cadena de créditos, desde bancos europeos a
bancos españoles y de allí a promotoras y particulares supuso buenos réditos.
Sin embargo no se tradujo, al hacerse efectivo, en una pérdida real para estos
bancos, sino para el conjunto de la ciudadanía. Así el riesgo, como argumento
para maximizar el beneficio es, parece ser, un riesgo ficticio, o, mejor dicho,
un riesgo instrumental. Sirve para generar negocio, pero cuando debiera actualizarse,
se transfiere a la sociedad, se externaliza, se hace público. Si un ciudadano
deja de pagar pierde su casa y asume por tanto el riesgo. Pero si el banco
acreedor amenaza con no pagar (habitualmente a otro banco), se nacionaliza la
deuda con el argumento de que eso es preferible al ‘riesgo’ que supone la
quiebra del banco con la consiguiente desaparición de los depósitos de clientes
y ahorradores.
El riesgo se ha convertido así en un elemento que cumple con
una especial función en el tránsito de lo público a lo privado, que
lamentablemente caracteriza nuestro tiempo. Si seguimos el hilo del párrafo
anterior, al asumirse el riesgo y rescatarse los bancos desde el estado,
aumenta la deuda pública. El supuesto riesgo de impago que comporta esta deuda
aumentada, al no existir soberanía monetaria, conlleva un duro ajuste fiscal.
Los recortes que se imponen al gasto contraen la demanda, determinan una mayor
atonía fiscal que desemboca en una espiral deflacionaria en la que el recorte del
gasto alimenta el recorte del ingreso y viceversa, creciendo cada vez más la
deuda. Esta dinámica se utiliza para devaluar el valor del trabajo y también del
patrimonio público, privatizándose empresas y servicios. El supuesto riesgo de
impago justifica la transferencia de la riqueza pública a la privada. El
ambiente en el que se realiza todo ello es el característico de la Sociedad del
riesgo, en palabras de Beck ‘una sociedad catastrófica’ en la que el estado de
excepción se convierte en estado ‘normal’.
Lo mismo ocurre a nivel demográfico. El envejecimiento de la
población como ‘riesgo’ para la sostenibilidad del sistema público de pensiones
comporta su privatización. A nivel cultural, el riesgo, ya sea visualizado por
pandemias, catástrofes naturales, la violencia doméstica, guerras y atentados, expanden la nueva hegemonía. Para alimentarla es necesario controlar las posiciones
clave del poder político y mediático. Pero ni siquiera hace falta que los
estrategas tengan gran talento o capacidad. Cuanto más incompetentes sean, más
eficientes serán a la hora de desprestigiar lo público. Cuanto más corruptos
sean con mayor fuerza deslegitimarán el modelo del bienestar o el propio marco
democrático y convertirán la propia democracia en un ‘riesgo’ inasumible. En
España lo vemos con claridad. Estos infiltrados, siempre impunes, sin que nunca
se les exijan responsabilidades, eminencias grises, personalidades mediocres, impúdicas y mezquinas se llenan los bolsillos a espuertas mientras la ciudadanía se debate entre la precariedad y la
incertidumbre. Su ruindad genera un malestar generalizado. Exactamente lo que
se pretende. Cuando se escenifique la quiebra de lo público y el naufragio
moral de nuestro modelo de convivencia, saludaremos con vítores al tecnócrata o
a la junta de gobierno que se haga cargo de las ruinas. Aunque sea para
venderlas a precio de saldo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Las últimas frases resumen lo que se avecina!!!
ResponderEliminarhttp://nisir.wordpress.com/2013/01/18/ultima-pagina-de-gobierno-mundial/