domingo, 4 de noviembre de 2012

El salto de la rana


Un compañero me explica la situación actual de una manera muy gráfica. Si quieres cocer una rana, no puedes lanzarla al agua hirviendo porque saltará. Es preciso ponerla en una olla con agua fría y encender el fogón. El aumento de la temperatura, lento, inapreciable, hará que se intente adaptar a la situación hasta que sea demasiado tarde y le falten las fuerzas. Si hace ahora cuatro años nos hubiesen enfrentado de golpe a la situación actual no cabe duda de que la reacción habría sido espontanea, inmediata. Sin embargo el cambio que se ha ido operando, a través de las reformas laborales, de los programas de ajuste, de los recortes presupuestarios, del rescate bancario, ha sido suficientemente lento y progresivo como para que no haya habido una respuesta contundente. Se han medido los tiempos. Se ha ido cercenando los derechos sociales y laborales, paso a paso, condenando mediante un goteo imparable a un número cada vez mayor de personas al paro y a la marginación. Pero se ha puesto un cuidado exquisito en no precipitar la secuencia y evitar que la rana diera el salto.

Es evidente que la clase trabajadora, la ciudadanía en general, no es una rana cualquiera. Pero entre nuestros muchos atributos y cualidades por desgracia no figura el de tener certeza en cuanto al grado de cocción. Estamos de acuerdo en que la temperatura es ya insoportable. El acoso a la educación y a la sanidad, los recortes en las políticas de empleo, trasladan a los más vulnerables la carga de la austeridad. La injusticia de que se salven antes bancos y autopistas que familias y personas, que se amnistíe el fraude y la corrupción, se hace insufrible. Pero aún así al parecer hay algo que nos dice que se puede aguantar un poco más. Que es cuestión de paciencia. Que es una injusticia tan grande que se escalde a una rana tan hermosa como esta, que tarde o temprano alguien apagará el fogón. Y así nos va. Sabemos que junto a nuestra olla hay otras muchas. Algunas como la griega o la portuguesa llevan más tiempo al fuego. Por la receta aplicada podemos anticipar lo que nos espera a nosotros. En breve le tocará a las pensiones, se privatizarán aún más servicios y empresas públicas, se acotarán las libertades civiles. Por eso no caben más demoras. Es hora de sacudir las ancas y de tomar impulso.

El próximo día 14 de noviembre supone una gran oportunidad. El momento para dar el salto y situar un punto de inflexión en esta tropelía descomunal. Un día de respuesta colectiva y solidaria en el que se manifieste la voluntad de la ciudadanía de poner fin a la mayor operación de expolio público y social a la que nos hayamos tenido que enfrentar en nuestra historia. Un día extraordinario porque por primera vez la respuesta será a nivel europeo. Junto a nosotros estarán los trabajadores y trabajadoras de buena parte de Europa que confluirán en una jornada de protesta unitaria. Contra el desmantelamiento de un modelo social que es nuestra principal seña de identidad. En defensa de unos valores compartidos que nos han hecho progresar como sociedad. A favor de la responsabilidad, de la justicia y de la cohesión como factores de crecimiento económico y social. Un día para defender, recuperar y afianzar las conquistas de un estado del bienestar que nos está siendo robado por la incompetencia, la codicia y el despropósito de una élite que no busca otra cosa que el lucro personal.

La huelga del día 14 de noviembre ha de ser general y colectiva. Han de parar los trabajadores asalariados, pero también el comercio y las pequeñas y medianas empresas. Las medidas de austeridad que se imponen y que ponen contra las cuerdas nuestro modelo social afectan al 99% de la ciudadanía. Trastocan todas nuestras reglas de juego. Amenazan el trabajo, la innovación, el valor de la dedicación, de la iniciativa, del mérito. Favorecen a las grandes multinacionales y a los actores de una modelo de economía financiera que margina a la inmensa mayoría de la sociedad. Porque la precariedad del desempleado se traslada tarde o temprano al que trabaja. Y la precariedad de este acaba deprimiendo las cuentas del comercio y del pequeño y mediano empresario. No cabe duda de que en más de una rana aguarda un príncipe encantado. Más de uno, mientras nada congestionado, sigue esperando ansioso que se deshaga el hechizo. Pero no nos llamemos a engaño. Aunque este fuera el país de las maravillas, para la rana recocida no hay beso que valga.

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