sábado, 17 de noviembre de 2012

La bandera mágica


De Salomón se dice que era un mago prodigioso al que obedecía el viento y que sabía hablar con los pájaros. La reina de Saba le regaló una inmensa alfombra de fina seda verde con la que el sabio volaba junto a todo su séquito. Así en un mismo día podía desayunar en Damasco y comer en Medina. Pero de todas sus virtudes, exaltadas por el Corán y el Talmud, las que con mayor fuerza han llegado hasta nosotros, son las de su sabiduría y de su proverbial sentido de la justicia. Del honorable Artur Mas se desconoce si le obedecen los vientos, aunque hay quien dice que sabe hablar con algunas aves, especialmente con las gaviotas. También él se ha montado desde hace unos meses en una bandera mágica que le permite volar raudo por encima de la indignación, la angustia y la precariedad de la ciudadanía catalana. Pero a pesar de sus sorprendentes poderes, nuestro presidente lamentablemente tiene bien poco que ver con un Salomón. Aunque dice haber encabezado el gobierno de los mejores, no ha demostrado sabiduría alguna, y en lo de la justicia, le ha faltado por los cuatro costados.

La sociedad catalana es hoy más pobre y desigual que antes del 28 de noviembre de 2010. Desde entonces el gobierno de la Generalitat ha dado muestras sobradas de falta de sensibilidad social y de que los intereses que defiende no son los de una mayoría nacional, sino los de una élite económica. El equipo de Artur Mas no ha desarrollado plenamente el Estatuto de Autonomía catalán y ha desmantelado ámbitos clave de concertación social como la Ley de Industria o el Acuerdo Estratégico. Tampoco ha mostrado reparos en desvirtuar elementos de cohesión tan fundamentales como la Renta Mínima de Inserción. Y es que sus recetas económicas tienen bien poco que ver con la gastronomía catalana, sino que replican esquemas calcados de la cocina neoliberal. Entre esos fogones de los que salen los mejunjes indigestos que están intoxicando a media Europa, Mas se ha mostrado como un pinche especialmente aplicado. Ha renunciado a los ingredientes de calidad, a la innovación y a la buena sintonía entre profesionales, para dedicarse en cuerpo y alma al ‘fast food’ político.

El modelo de competitividad que el gobierno catalán nos ha impuesto no es el de la economía del conocimiento que permite competir en eficiencia y capacidad. Su obsesión por la reducción de costes laborales, por el debilitamiento de la interlocución social o el tijeretazo en los servicios públicos ha condenado a Catalunya a un descenso de división económica. El resultado es el empobrecimiento de amplios sectores de la población, unas prestaciones peores en educación, sanidad o atención social y un conflicto continuado que lastra la tan necesaria cohesión. El argumento repetido hasta la saciedad de que son la crisis y la herencia recibida las responsables, no ocultan la evidencia de que en este país ha mandado durante dos años quien confunde gobierno con gestión. Artur Mas no ha sabido sumar a la sociedad catalana, porque no ha querido repartir con justicia la carga de la crisis. Sus complicidades de clase le han impedido organizar los recursos disponibles para ser fiel a las señas de identidad del tejido económico y social catalán y potenciar iniciativa y concertación.

Es absurdo que quien ha desmantelado lo público, privatizado el patrimonio y flexibilizado los derechos de los catalanes, defienda ahora las virtudes de un estado propio. Parece de un gran cinismo que quien ha enmendado y recrudecido la reforma laboral de la derecha española, quien ha votado con el PP catalán para eliminar el impuesto de sucesiones, o ha contado con su apoyo para aprobar los presupuestos, se rasgue ahora las vestiduras para proclamar el abuso y el chantaje que se le realiza a la nación. Diríase que nuestro presidente tiene más de prestidigitador que de mago. Que lo suyo se agota en el truco y la ilusión. Por eso el precio que le pone a la consulta pública es el de una mayoría contundente. Así condiciona el plebiscito a un voto de confianza previo. Con un poco de suerte tendrá una mayoría para seguir gestionando, pero que según su criterio será insuficiente para convocar un referéndum. Así, cuando de aquí a un tiempo nos preguntemos qué fue aquello que cruzó nuestro horizonte, nos dirá que por arte de magia la bandera voladora se convirtió en una estrella fugaz.

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