domingo, 7 de octubre de 2012

La torre de papel

A finales de septiembre tuvo lugar la ceremonia de puesta de bandera de la Unión Europa en el edificio que se construye en Frankfurt para albergar el Banco Central Europeo. Ante la ausencia del presidente de la entidad, Mario Draghi, presidió el acto el miembro alemán del Consejo de Gobierno del Eurobanco, Jörg Asmussen. Este aprovechó la ocasión para explicar los errores de cálculo en el presupuesto del proyecto arquitectónico. Frente a los 850 millones previstos, las dos torres, de 185 y 165 metros de altura, le costarán al contribuyente previsiblemente 1.200 millones de euros. Un aumento del 40%. Pero lejos de comportar un procedimiento de déficit excesivo que implique una disminución del salario de los ejecutivos del BCE y, de paso, un recorte del sueldo de sus empleados, como sería de temer en estos tiempos de exquisita socialización de riesgos, el aumento será asumido íntegramente. Y es que, al parecer, hay razones de peso. El incremento de los precios de los materiales y servicios era, se supone, tan imprevisible como los problemas de licitación y los inconvenientes estructurales que han derivado de la construcción.

Porque ¡Quién iba a decir que el peso específico de la futura sede del BCE amenazara los cimientos y el tejado del gran mercado central (Grossmarkthalle) de Frankfurt, en cuyo espacio se quiere construir! Al menos no se le ocurrió al responsable del proyecto que, además, sirva como excusa, habrá sido subcontratado. Pero al margen de suspicacias superfluas, el tema tiene guasa. Que el templo de la economía financiera europea amenace, incluso en términos de cálculo de estructuras, a un recinto de la economía real, parece responder antes a la justicia poética que a la reprobable falta de profesionalidad de un proyectista cualquiera. Que el mercado sea además un mercado alemán, sin embargo le pone bemoles a la cosa. Conviene recordar que la perniciosa arquitectura financiera europea, en trance de definición, tiene como principal objetivo salvar a la economía real alemana. De hecho el constante aplazamiento en la puesta a punto de una supervisión financiera que se realice desde órganos colegiados europeos, salva de la criba a los bancos alemanes que, se conoce, están tan intoxicados como el común de los bancos “malos”, españoles, alemanes y europeos.

De hecho, en Frankfurt, corren rumores de que el Banco Central Europeo se ha convertido para Angela Merkel en su sudario homérico particular. Cual Penélope a la espera de su Ulises, la canciller pondría todo el empeño ante sus pretendientes en tejer durante el día un Banco Central Europeo, para luego volver a desarmarlo por las noches con nocturnidad, es evidente, pero también algo de alevosía. Hay quien dice que unas pocas horas después de pararse la obra, se ha visto corriendo bajo la luna que ilumina el Meno una sombra fantasmagórica que se lleva, con inveterada diligencia, juntas de fraguado, hormigoneras, viguetas y toda suerte de utensilios de obra. Que así condena al proyecto europeo a un indeseado eterno retorno, muy deficiente desde el punto de vista económico, eso sí, parece evidente. Pero facilita que el común de los mortales tengamos que continuar albergándonos bajo el miserable amparo que en la construcción europea ofrecen los mecanismos y fondos financieros para la estabilidad (sic!). Que además el FEEF y el MEDE tengan como presidente a Klaus Regling, un economista que ha alternado su carrera entre el Fondo Monetario Internacional y el ministerio de finanzas alemán, deviene sin duda en una garantía adicional. Para algunos, al menos.

Porque para el resto de los mortales, o de los mortales periféricos, porque también aquí hay que salvar las diferencias, la subcontratación de la política monetaria europea (el FEEF es una sociedad establecida en Luxemburgo) comporta el matiz de la ‘condicionalidad’. Esto significa que los términos en los que se accede al crédito, antes la emisión de moneda, implica una batería de medidas estructurales que, sin haber sido votadas ni contar con legitimidad democrática alguna (¡Y viva la subsidiariedad!), conlleva cambios sustanciales en el modelo social. Mal que les pese a algunos, el BCE no será una primorosa torre de cristal, lo cual comportaría algo de transparencia, sino una torre de papel, aunque de papel moneda, eso sí. Una torre de papel y de Babel. Porque a estas alturas resulta del todo inescrutable distinguir, tal es la proliferación de acrónimos, una lógica ciudadana y democrática tras toda esta parafernalia financiera. Una construcción fallida desde su propio diseño. Un puro instrumento para la transferencia de riqueza pública a riqueza privada, como demuestra que los recortes sociales no lleguen ni a paliar el coste de los intereses que paga la deuda soberana española.

Angela Merkel podrá seguir con la aguja en la mano y el telar siempre de nuevo y por hacer. Conviene entender que la ventaja económica actual radica en la capacidad de gestionar y definir el riesgo. El capital alemán ganaría menos con una unión monetaria y financiera real o con la fallida del sistema monetario europeo, de lo que gana con el riesgo de insolvencia de sus así llamados ‘socios’. En la misma medida lo que hemos de poner sobre la mesa es la capacidad de definir con inteligencia un riesgo que, al fin y al cabo, es el nuestro. El de todos. El riesgo social. Por eso es impostergable definir ya todas las alternativas. Tener calculado, hasta el más mínimo detalle, el coste que nos supone actualmente la unión monetaria, la gobernanza y el pacto fiscal en los términos en los que se plantean. Eso es ser europeísta. Esta certeza es la que conviene a la ciudadanía europea, ya sea alemana, checa o escocesa. Frente a una Penélope que mantiene vivo su empeño en esperar siempre de nuevo al Ulises redentor, habrá que valorar la posibilidad de que éste se haya amancebado con Circe (¡y a quién le extrañaría!), o que, tal vez, se haya visto contagiado por el cíclope Polifemo, y cuando vuelva, se dé un banquete con todos nosotros.

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