domingo, 14 de octubre de 2012

Ni Mas ni menos

El racionalismo tiene su cosa. Cuando uno pasea por las calles del casco antiguo de Varsovia se encuentra, en la esquina de Swietojanska con Zapiecek, con una fotografía de la destrucción de la capital polaca en 1944. El paisaje ruinoso al que se abocó a la hermosa ciudad del Vístula mediante la destrucción programada, no tan sólo es el resultado de la represalia del ejército nazi, sino también de una operación de desguace de grandes dimensiones. Al mismo tiempo que se castigaba a la población por su resistencia armada, se aprovechaba para expoliar todos aquellos materiales que parecían imprescindibles para la fase final de la guerra. Esta perversa intervención urbanística contrasta frontalmente con la belleza de la máxima expresión de la arquitectura racionalista que encontramos en el Pabellón Alemán que construyera, para la exposición universal de 1929 de Barcelona, Mies van der Rohe. El arquitecto alemán compuso con él uno de sus proyectos emblemáticos que, a través de sus exquisitas proporciones, transmite una sensación sublime de equilibrio, paz y harmonía interior.

Se podrá decir que lo uno tiene bien poco que ver con lo otro. La común inspiración alemana resulta del todo anecdótica. Pero ahí está la cosa del racionalismo. Van der Rohe resumió su filosofía en aquel less is more, menos es más, que sintetiza de manera magistral el horizonte de la razón cuando se convierte en principio motor del quehacer humano. El sueño de la razón produce monstruos, escribía Goya en uno de sus caprichos, y resumía mejor que nadie la ambigüedad que conlleva el reduccionismo lógico, cuando este se lleva hasta sus últimas consecuencias. También hoy nos encontramos abocados de alguna manera a las consecuencias del racionalismo aunque, eso sí, sea político. Nada define mejor las oscuras promesas de la austeridad que el ‘menos es más’ que planteara el viejo Mies. Reducir el estado del bienestar, recortar sus prestaciones y derechos, se nos dice, comporta más crecimiento y por tanto más riqueza que distribuir. Pero la realidad social y económica nos demuestra lo contrario. Como podemos experimentar, más austeridad comporta menos cohesión y justicia social. Por tanto no necesariamente menos es más, sino que, en realidad: “Más (austeridad), es Menos (justicia social)”.

La austeridad se promueve en todos los órdenes políticos. Desde las instituciones financieras mundiales, ya sea el Banco Mundial o el FMI, como a nivel europeo, estatal y catalán. Pese a que la coincidencia en el discurso hegemónico comporta una creciente crispación y tensión a todos los niveles, la persistencia en mantener el rumbo económico es absoluta. Parece evidente que el fin que se persigue con ello no es el de la harmonía de una nueva arquitectura social, para eso empiezan a sobrar aristas y conflictos en todos los ángulos y superficies, sino la eficacia bélica de una intervención política y financiera en toda regla. La transferencia de riqueza del patrimonio público y colectivo a las arcas y cofres de bancos, fondos y multinacionales a la que asistimos hoy, escribirá, sin duda, alguna de las páginas más negras de nuestra historia. Cuando alguien pregunte que porqué no se ofreció mayor resistencia social, habrá que recurrir a toda suerte de tópicos y plantear que el sueño de la razón, en este caso el sueño siempre pospuesto y al fin realizado del capital, nos pilló a todos dormidos.

El problema fundamental es que la razón, ya sea práctica, pura o perfecta, no arraiga ni se alimenta de la vivencia y emoción humanas. Frente al valor añadido de nuestras existencias, eso es, las vicisitudes y experiencias que nos educan en la empatía y la solidaridad, la razón opone un talante higiénico que reduce todo a una contabilidad universal. Así nos encontramos abocados actualmente a los márgenes imperfectos de una hoja de cálculo global en la que se resta lo que habría de sumar. Nos vemos abocados, en definitiva, al proyecto anodino y temerario de un arquitecto que pretende construir un edificio que es imposible de habitar. Por eso, frente al ‘menos es más’, es prioritario recuperar el sentimiento de justicia y el sentido común primigenio que han hecho progresar a la humanidad. Algo tan sublime e innecesario desde el punto de vista contable como el poder irracional de los sentimientos, del respeto mutuo y de la generosidad. Si queremos salir de este lóbrego callejón habrá que volver a recuperar la ilusión, la esperanza y la voluntad como expresión de una voz propia e inajenable que cante con renovado desparpajo aquello de ‘el cristal cuando se empaña se limpia y vuelve a brillar. Ni más, ni menos, ni más, ni menos’.

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