martes, 15 de mayo de 2012

La 'C' de Casino

John Maynard Keynes escribió en el capítulo 12 de su ‘Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero’ que ‘cuando el desarrollo de capital en un país se convierte en un subproducto de las actividades propias de un casino, es probable que aquel se realice mal’. El concepto de ‘capitalismo casino’ que inspiró el economista británico en los años treinta describe la influencia ‘inmoral i insidiosa’ que ejerce la economía en la sociedad, cuando escapa a la regulación del estado y comienza a alimentarse de las burbujas indigestas de la especulación. Lo hemos podido comprobar en Cataluña y en el conjunto del estado. El desarrollo de capital que acompañó al modelo de ‘crecimiento’ del ladrillo se tradujo en un fuerte endeudamiento de empresa y familiar que, a lo largo de los dos últimos años, se trasladó a la deuda pública y ‘soberana’.

Esta traslación introdujo una segunda fase en la que la sequía y la dependencia del crédito por una parte, y la falta de un marco de soberanía monetaria por el otro, se convirtieron en argumentos para trastornar, no ya el modelo de crecimiento, sino el modelo de sociedad. Los derechos sociales y laborales, las prestaciones y servicios del estado del bienestar, la propia calidad de la democracia, pagan ahora la factura de una especulación que fue producto de la falta de regulación. Que sobre este trasfondo, frente al precio insoportable al que hoy ha de hacer frente la ciudadanía, se abra una competición entre Madrid y Barcelona para ver quién consigue atraer un proyecto de las características de Eurovegas, parece un contrasentido. Un estrafalario ejercicio de cinismo mediante el cual se quiera poner, a través de los rascacielos del complejo, un monumento totémico al hierático e irresponsable modelo que generó la crisis y que se tradujo en una brutal debacle social.

La propuesta del multimillonario norteamericano Sheldon Adelson incide en los peores elementos de aquello que para Aznar hacía de España un referente mundial. La especulación urbanística y financiera, la explotación del territorio a nivel social y ambiental, el endeudamiento y la concentración en sectores no internacionalizables, que no estimulan el conocimiento ni tampoco la competitividad. Estas son las señas de identidad del modelo que ha conducido a una de las crisis más profundas de nuestra historia. La aplicación del capitalismo casino que mencionaba Keynes en versión catalana y española. El capitalismo del ‘laissez faire’ en el que la política no destaca por lo que hace, sino  por aquello que deja de hacer. Es sobre este eje, el de la renuncia del gobierno, ya sea fiscal, laboral, ambiental, sobre el que hoy se pone en escena la competición abierta entre Barcelona y Madrid. Ganará la carrera quien renuncie con más determinación a lo que habría de ser su función y responsabilidad.

La expresión más clara de la expansión de un mundo en el que la política ha claudicado frente a la economía, es el de la emergencia creciente de zonas francas. Las promesas son las de un crecimiento instantáneo y, eso siempre, la creación de lugares de trabajo. También Eurovegas presenta el ariete de combatir el paro y la precariedad. Lanza el turbador anzuelo de 260.000 trabajos que, parece evidente, jamás se crearán. No olvidemos que estamos en el mundo de la ficción temática, del neón y del glamour en el que las mentiras están al servicio de la apariencia y de la verosimilitud. La falta de transparencia y el secretismo con los que se negocia en Barcelona y Las Vegas anuncian alguna fechoría. Los argumenta algo absurdos que se esgrimen nos traen reminiscencias del famoso ‘duro a cuatro pesetas’. Pero más allá de la comedia negra de esta conquista del oeste del Llobregat, la situación actual comporta una realidad que es ciertamente preocupante.

El gobierno de Catalunya muestra en esta carrera que, en lo económico, comparte elementos básicos con el partido popular. Los dos sienten fascinación por la generación espontánea de la riqueza, tienen una aversión sanguínea a las políticas sociales y una carencia compulsiva en todo aquello que tenga que ver con la participación, la transparencia o la calidad democrática. También coinciden en la falta de un proyecto que se construya sobre las capacidades, la confianza, el dinamismo de la ciudadanía, con tal de encontrar una salida digna y justa a esta crisis. En el fondo, estos tenaces políticos de carrera, académicos iluminados y empresarios frecuentemente fracasados, parece que no quieren entender que la riqueza sólida, la que perdura y permite progresar, no es fruto del azar ni de la apuesta, sino del conocimiento y de la inversión en aquello que, desde siempre, es el valor de futuro más seguro: el trabajo.

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