domingo, 27 de mayo de 2012

El camarero del Titanic

Desde que el nuevo presidente francés jurara el cargo el pasado 15 de mayo algo ha empezado a moverse en Europa. Y lo está haciendo por aire, mar y tierra. Cuando hace algo más de diez días el Falcon de la presidencia francesa despegaba del aeródromo de Villacoublay, al poco, el aparato fue alcanzado por un rayo. La alta tensión en el campo político que suponía la primera visita del flamante jefe de estado a Berlín, se trasladaba metafóricamente al ámbito atmosférico conjurando una tragedia que por suerte no tuvo lugar. De haber sucedido nos habría remitido inevitablemente a la mitología griega y al rayo con el que Zeus fulminó a Asclepio, dios de la medicina, en castigo por aplicarse con maña en las artes de la resurrección. Un atributo que nadie se atrevería a reclamar a Françoise Hollande, pero que más de uno le desea a escondidas viendo el estado en el que se halla la salud y expectativa de vida de nuestra maltrecha Unión.

Pero aún con cierto retraso, el encuentro finalmente tuvo lugar. El saludo oficial se escenificó sobre la alfombra roja de la cancillería en Berlín. Al pasar revista a la guardia de honor, el estado del tapete, empapado y resbaladizo, puso en apuros la solemnidad del acto, al obligar al jefe de estado francés y a la canciller alemana a socorrerse mutuamente en la búsqueda de equilibrio. Una nueva metáfora, producto de la constelación atmosférica, reincidente y contumaz, que sin duda sirvió a Hollande para cerciorarse de que, en su primera visita a Berlín, no podría ceñirse en exclusiva al crecimiento y que habría de respetarle los fueros al credo tan germánico de la estabilidad. La firmeza de Merkel en este punto, calificando de ‘innegociable’ el pacto fiscal europeo, supone en este sentido una importante advertencia, por mucho que en la trastienda, siga negociando a contrarreloj la aprobación del pacto ante el Bundestag.

Cambiando de elemento, cuatro días después se escenificaba en las mansas aguas del río Chicago una nueva estampa del culebrón primaveral en el que Europa se está jugando el paso poco fortuito que lleva de la recesión económica a la depresión. Que el barco llevara por nombre ‘first lady’ es sin duda fruto de la casualidad. Pero si bien es cierto que lo bucólico y poco protocolario del paseo fluvial convierten en insidiosa y malintencionada cualquier conjetura, también lo es que la centralidad en la política europea de Merkel no deja de despertar reminiscencias de otra férrea primera dama. Lo que es relevante es la presencia en el séquito del presidente español. Ostentaba Rajoy en la espalda los descosidos de dos puñaladas traperas, así la caverna mediática, administradas por Hollande al reclamar la intervención europea en la crisis bancaria española y marginar al presidente de la convocatoria de una cumbre a tres en Roma.

Es por eso no del todo improbable que Rajoy buscara en Chicago, sino el equilibrio, harto innecesario en una embarcación fluvial, si un gesto gentil y oneroso que le permitiera hacer frente a la debacle financiera que arrastra el sistema bankiario español. No tuvo suerte en la satisfacción de su anhelo ante la firmeza cordial, pero impávida, de la canciller. Por eso, con la cintura del péndulo, nuestro presidente hizo de la necesidad virtud, y dio paso a la tercera estampa de nuestra narración. Cual novio de Adelita, y permítanme que no juegue aquí con la rima eufónica, el presidente se subió al tren, no militar (aún no hemos llegado a esos excesos), pero si de alta velocidad, para compartir trayecto con el vituperado Hollande. Tras el almuerzo conjunto en el Elíseo, la cicatrización milagrosa de las heridas comportó, al parecer, la disposición imperiosa a una nueva alianza estratégica a favor de la liquidez y financiación de la deuda española.

Y es que, a estas alturas, nadie se atrevería a negar que con estas primas furibundas y crecidas, la estrategia a corto plazo imponga una gran capacidad de adaptación. Lo que si se echa en falta es la virtud de combinar en la estrategia política el corto con el medio y largo plazo. Que Rajoy se oponga a la mancomunización de la deuda europea, a la introducción de los tan necesarios eurobonos a cambio del acceso al grifo del crédito, expresa un inmenso sinsentido. El presidente español recuerda, con todos los respetos a la profesión, la insistencia del camarero/a en reclamar amablemente la propina, que no la cuenta, de la que precisa para subsistir. Que la culpa de la precariedad y del desfalco la tenga el cocinero, no le quita pólvora al hecho de que, en el caso del presidente del estado español, su comportamiento algo melifluo y torpe no socave cualquier posibilidad de salvación para los que compartimos pasaje en la tercera clase de este Titánic que es Europa a día de hoy.

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