lunes, 30 de abril de 2012

La insoportable levedad del BCE

Hay un momento inolvidable en la película ‘La insoportable levedad del ser’ en la que empiezan a temblar las ventanas. El fragor que lo sacude todo y enrarece con una incierta amenaza las calles nocturnas de Praga, es el de las orugas de los tanques soviéticos que invaden Checoslovaquia para aplastar la que tal vez fue la primera primavera de las libertades civiles. Hoy, a pocos días de la cumbre del BCE en Barcelona, nos descubrimos mirando con desconfianza la primavera a través de los cristales. Y no tan sólo por la sospechosa ausencia de brotes verdes, sino porque se percibe un rumor, aunque no sea el de los blindados, sino el de los arneses, chalecos, cascos, escudos, esposas, vehículos y helicópteros de los cuerpos de seguridad que han de proteger, los próximos días 2, 3 y 4, a los banqueros europeos.

El despliegue de 6.000 agentes con motivo de la cumbre ha sido precedido por una intervención en toda regla. El gobierno catalán ha desatado una campaña de represión e intimidación que mantiene en prisión a los chivos expiatorios de una estrategia de disuasión sin precedentes. A nivel político, el capitán general Mario Draghi ha proferido la amenaza de cerrar algo más el grifo para dejar de comprar deuda soberana española. Su subteniente en Madrid se ha cuadrado con diligencia, anunciando que, para 2013, subirá el IVA, mientras el presidente Rajoy confirma que los viernes continuará anunciando medidas que no incorporó a su programa electoral, pero que obedecen a la ‘fuerza mayor’ que impone el estado de sitio financiero. Finalmente, con motivo de la cumbre del Banco Central Europeo, se ha suspendido temporalmente el Tratado de Schengen y se ha restablecido el control en los pasos fronterizos dificultando la libre circulación.

El coste de este operativo, sumado al del traslado de 23 delegaciones de banqueros que precisan, como es sabido, de un cierto confort y de un aislamiento higiénico de la población, no cuadra con el trasfondo ideológico de austeridad que proclama el BCE. Pero que nadie pida coherencia. Es evidente que no es el momento. Y sino tan sólo hace falta escuchar a nuestros dirigentes, cuando dicen que de lo que se trata es de ‘blindar’ la seguridad de la cumbre y de salvar la imagen de ‘solvencia’ de la economía catalana y española. Como si existiera algún milagro cosmético que pudiera tapar la vergüenza política que supone el tener a 1.800.000 familias sin ningún tipo de ingreso, y más de 5.600.000 personas en el paro, mientras se recortan los presupuestos de las políticas activas de empleo, de educación y de sanidad, en un país con largas listas de espera y en el que el fracaso escolar superó, ya hace mucho tiempo, cualquier límite.

La política de austeridad que impone el BCE es incongruente porque sus objetivos se ven contradichos de manera persistente por sus efectos en la economía real. Con las primas de riesgo, el déficit y la deuda pública desbocados, se siguen defendiendo las bondades de una medicina que no hace otra cosa que debilitar al paciente hasta extremos insostenibles desde el punto de vista ‘clinico’. La frivolidad, incluso el cinismo de los argumentos, disfraza un puro ejercicio de poder que tiene algo de militar en su autoritarismo, y de secuestro desde el punto de vista político. Con la excusa de la mayoría absoluta se ha pasado al absolutismo, a la negación del diálogo y de la cohesión como fundamentos de la convivencia. Lo que está en juego es la propia esencia de la democracia en una operación de grandes dimensiones que supone, de facto, un golpe de mano y que persigue, como objetivo, una inmensa redistribución de los recursos.

En Praga el ruido de los blindados anunciaba la imposición de un régimen que aplastó las libertades civiles y nacionales y eliminó los engranajes que garantizan cualquier equilibrio democrático. Lo sucedieron los aspavientos de gobiernos títeres y el expolio de los derechos, libertades y recursos de la ciudadanía. Si bien en esta ocasión la ideología imperante no es la del totalitarismo soviético, parece difícil negar que persiga otro fin que no sea la sumisión, la subordinación y la rendición de la soberanía popular a los intereses de una elite. Sus comandantes ahora llevan corbatas y en vez de haberse formado en colegios militares han pasado por las mejores escuelas de negocio. Son especialistas en anular la resistencia civil y en destruir el estado del bienestar con tal de introducir un nuevo orden.

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