lunes, 16 de abril de 2012

El espíritu de la hucha

El discurso dominante en las relaciones Norte-Sur en Europa se articula entorno al tópico recurrente de que la población de la periferia mediterránea ‘ha vivido por encima de sus necesidades’. La ociosidad, el ánimo crematístico y el hedonismo habrían abocado a los ciudadanos de los países que se aglutinan bajo el acrónimo de PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España, ahora también Italia) a la trampa en la que están atrapados. Este prejuicio muy extendido en la prensa amarilla del norte y fuertemente arraigado, no emerge de una campaña reciente, sino que recupera un discurso que es tan viejo como falso. Comporta una fractura moral de Europa con rancias concomitancias ideológicas que lamentablemente nos traslada a otros tiempos.

Hace más de cien años que Max Weber escribió el ensayo ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo’. En este texto el filósofo, historiador y sociólogo alemán no pretendía defender que el capitalismo, como sistema económico, fuera resultado de la reforma, sino estudiar hasta qué punto su factura ideológica y expansión geográfica e histórica obedecían a un determinada influencia religiosa. Si bien la búsqueda del beneficio sin escrúpulos ha existido en todas las épocas y lugares, Weber apuntaba que el tipo ‘moderno’ de emprendedor capitalista, aquel que huye de la ostentación y del consumo material de su riqueza, tiene unos rasgos ascéticos que se alimentan de una visión moral.

El origen de esta ideología estaría en la reforma y en la traducción que hace Lutero de la biblia. El teólogo trasladó al alemán la palabra ‘oficio’ como ‘Beruf’, un concepto íntimamente ligado a la ‘Berufung’, la vocación o llamamiento divino. El oficio o profesión, el trabajo en definitiva, se convierte en el sentido de la vida en sí mismo adquiriendo una dimensión religiosa. Se ha de trabajar no para calmar los sentidos o para satisfacer las necesidades materiales, sinó como prueba segura y visible de la autenticidad de la fe y por la gloria de dios. No es el fruto del trabajo, la riqueza, lo que se ha de menospreciar, sino el hecho de descansar en la propiedad, de disfrutar de la riqueza y de ceder a la tentación de la ociosidad.

El ascetismo protestante que impregna y se desarrolla en otras corrientes religiosas posteriores, carga contra el consumo lujoso, carnal, ocioso de la riqueza. A cambio elimina, a nivel psicológico, los escrúpulos de la moral tradicional frente a la adquisición de bienes. Este ascetismo provee además al empresario burgués que trabaja y acumula riqueza por la gloria de dios, de trabajadores concienzudos y abnegados que encuentran en su trabajo el sentido divino de sus vidas. Para aquellos a los que la vida no ha dado otras posibilidades, para el común de los mortales que se entregan a la herejía de trabajar para satisfacer sus necesidades, la literatura ascética defiende salarios bajos. La pobreza es, al fin y al cabo, condición inexcusable de su disposición a trabajar.

Este planteamiento que podemos reconocer fácilmente en algunos panfletos y titulares ‘nórdicos’ muy actuales, nos tienta a identificar la acumulación de capital que caracteriza a la economía financiera, con el resultado de una constelación moral. Y digo ‘tienta’ porque parece evidente que lo que importa de esta visión no es su coherencia ideológica sino su utilización cultural como legitimación de la situación actual. Se trata del substrato, del cultivo conceptual que se esconde bajo cierto discurso público del ‘norte', como argumento que justifica la segmentación moral y económica de Europa en centro y periferia.

Se da la coincidencia de que algunos países de los PIIGS son de tradición católica (ortodoxa, en el caso de Grecia), pero la consistencia filosófica del análisis de Weber, que emerge con inusitada actualidad, nos trasladaría a una lógica religiosa que no viene al caso. Los ‘periféricos’ no hemos vivido por encima de nuestras necesidades, sino que hemos ganado por debajo de ellas. El problema radica en los sueldos bajos y en el subdesarrollo social que tan bien retrata Vicenç Navarro en sus escritos. Las debilidades de nuestro estado del bienestar, la falta de inversión en formación, infraestructuras e innovación han lastrado nuestras economías. Un lastre, una rémora o una oportunidad para aquellos que piensan que la competitividad global de la Unión pasa por disponer no ya de una Europa de dos velocidades, sino de dos categorías productivas.

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