Estamos instalados en el imperio de la austeridad. Contra la opinión de economistas de renombre mundial, de algunas instituciones financieras internacionales y de la lógica de eso tan intangible, pero tan real en sus consecuencias, como lo son los mercados, la obsesión por el ahorro se impone en la política europea. Capitaneada por el gobierno alemán que la ha institucionalizado mediante el Tratado de Estabilidad, la austeridad nos condena a una recesión sin precedentes. Conlleva una redistribución de la riqueza hacia arriba y una pérdida de los derechos y de las conquistas sociales de las últimas décadas. Nos sitúa en una pérdida de soberanía y en una perversión de las esencias democráticas que cuestiona el marco de progreso al que nos sumamos y que identificamos, desde mucho antes de la agonía del dictador, con la construcción de Europa.
Ante este desbarajuste se nos plantean algunos interrogantes. El primero es si este nuevo y brutal consenso europeo responde realmente a un cambio de paradigma ideológico o si, de manera más pragmática, persigue sacar provecho a una situación de crisis y dependencia del crédito con tal de reforzar posiciones hegemónicas tanto a nivel social como territorial. El segundo es cómo le podemos hacer frente. La tragedia de Grecia tiene toda la pinta de funcionar como ejemplo aleccionador. Con un impacto más controlable a nivel macroeconómico que otros países, la batalla que ha presentado la sociedad griega se ha estrellado contra la intransigencia y la desazón de los poderes fácticos que la han utilizado como chivo expiatorio para diseminar el miedo y la resignación. Finalmente queda la pregunta de si el proyecto moderno de Europa podrá sobrevivir a su equiparación forzada con un modelo de expolio de lo público que rompe frontalmente con el contrato social que lo creó.
En relación a la existencia de una coherencia ideológica, si bien en Europa el imperio de la austeridad viste el hábito del ordoliberalismo, en primer lugar persigue cambiar los equilibrios en y entre los estados conquistando beneficios paso a paso. Con un crédito casi gratuito, un balance comercial positivo, el paro en mínimos históricos y una pérdida de competitividad en su periferia que en pocos años permitirá cosechar magnificas oportunidades de negocio ¿a quién le cuesta entender que el gobierno alemán no tenga ninguna urgencia en actuar? Su política económica permite sanear los bancos, mantener baja la inflación que podría amenazar a sus pensionistas y reforzar su competitividad atrayendo cerebros a precios de saldo. Que en estas circunstancias ni tan solo se plantee la posibilidad de reducir su déficit público (superior al nuestro) demuestra que más allá de toda ortodoxia ideológica lo que manda es un ‘sano’ pragmatismo de estado.
La tragedia de Grecia nos debería servir como revulsivo para darnos cuenta de que el tiempo que impone la contrarreforma social es salvaje y que es hora ya de reaccionar. Hemos de superar las claves y falsas seguridades nacionales para reconstruir la única identidad que compartimos en toda Europea, que es la que se articula alrededor del factor trabajo y de los derechos de ciudadanía. Es necesario reforzar la cohesión del movimiento sindical europeo y también de una izquierda que ha de dejar de lado las terceras, cuartas y quintas vías para concentrarse en aquello que es esencial: la primacía de la política frente a la economía y el papel de la cohesión y del diálogo social como factores ineludibles para un crecimiento sostenible, sólido, real. No nos engañemos. Europa se hundirá si la diseñan think tanks, consultoras y bancos.
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