sábado, 11 de marzo de 2023

Duelo en Disneyworld

El gobernador de Florida tiene lo que hay que tener para liderar la extrema derecha. Un ego exultante y un horizonte intelectual acotado. Ya tiembla Trump, porque las primarias para 2024 se le complican. Y junto al Donald ex presidente tiemblan todas las criaturas del parque temático de Florida, a las que el despiadado Ron de Santis ha declarado la guerra. El autodenominado ‘guerrero de Dios’ lo ha dicho con rotundidad: ‘Hay un nuevo sheriff en la ciudad’. Y la ciudad no es otra que Disneyworld. El complejo, que emplea a 80.000 trabajadores, y tiene un fuerte autonomía, con la capacidad de gestionar permisos de construcción, recaudar impuestos o garantizar servicios básicos, ha despertado la ira del paladín republicano. Y no es para menos. La afrenta del presidente ejecutivo del inmenso complejo, Bob Chapek es evidente. En respuesta a la aprobación de una ley homófoba, le ha retirado los fondos de campaña a de Santis que, tras analizar la situación en detalle, ha reaccionado sin dudarlo un sólo instante: “Si Disney quiere pelear, eligieron al tipo equivocado”, y ni corto ni perezoso ha desalojado a los gestores del principal órgano de gobierno del parque.

No le vale al vaquero florido la sonrisa de los niños y niñas sobre la que se cierne ahora la nube de la incertidumbre. No le perturba ni tan siquiera el recuerdo de su boda, hace tan sólo 14 años, cuando contrajo matrimonio en una capilla con vistas al castillo de Cenicienta y a la laguna de los siete mares. Ron de Santis ha madurado de golpe, y lo ha expresado resuelto en otra cita que queda para los anales de la historia política: “El reino corporativo ha llegado a su fin”. Lo que hubiéramos querido escuchar en boca de algún líder progresista, o pronunciado incluso con determinación por el Secretario General de Naciones Unidas, lo ha manifestado un neoliberal de manual sin inmutarse lo más mínimo. Que la extrema derecha es experta en apropiarse de discursos y lemas de la izquierda sin que se les caiga la cara de vergüenza, lo sabíamos. Pero que por un puñado de dólares, aunque sea para su campaña electoral, un líder de la más ortodoxa derecha económica ponga en duda el principio sacrosanto de la autoridad y del poder de la gran empresa, es algo inaudito y que tan sólo parece posible en los márgenes disolutos de un universo decadente como el de Disneyworld.

Y sin embargo algo está sucediendo en la patria mundial del capitalismo. El renovado apogeo del mercantilismo que inició Trump, pero que inspira también algunas de las últimas decisiones del gobierno norteamericano, como la ley de reducción de la inflación, confronta a la multinacional y su terreno de juego natural, el patio trasero global, con los intereses geopolíticos de los EEUU. Por tanto Ron de Santis, a pesar de decirlo por el motivo equivocado y en un lugar que no corresponde, no desentona con el discurso oficial. Éste plantea un giro radical en el que el promotor de la apertura comercial mundial, de pronto, se decanta por una política de bloques que cuestiona el sentido no sólo de la Organización Mundial del Comercio, sino del Fondo Monetario Internacional o del Banco Mundial. La razón aducida para este giro copernicano en la configuración del modelo global es el empobrecimiento de las clases medias, pero sin duda lo es aún más, el estar perdiendo la hegemonía a nivel mundial. A pesar de que, en términos de PIB, a EEUU le queda margen, en lo relativo al dólar como divisa de referencia mundial, puede tener los días contados.

Cuando faltan los argumentos, o cuando, lo que es peor, se entra en abierta contradicción con los valores propugnados a lo largo de décadas, uno echa mano habitualmente de la imaginación, muy especialmente al escoger las palabras… Así mientras Rana Foorohar sitúa en términos casi románticos la ‘vuelta a casa’ (homecoming) de la economía, otros han introducido el concepto de ‘Friendshoring’, en abierta oposición al de deslocalización ‘offshoring’, y que resume la preferencia por negociar con naciones ‘amigas’. En cualquier caso, y al margen de la incoherencia que resume mejor que nadie el economista Branko Milanovic al recordar que “no se puede mantener la validez universal de una ideología que no se sigue”, el resultado de este giro inesperado habría de invitarnos a plantear dos cuestiones. En primer lugar, si el hecho de volver al mercantilismo y a la lógica de bloques es una buena idea. Si es por la huella ecológica y a cambio de la liberación de patentes y derechos, lo podría ser, pero ese no es el caso, sino que el motivo de fondo es la confrontación. Pero en segundo lugar hay otra cuestión aún más relevante: ¿Cómo aprobamos democráticamente este giro, y cómo decidimos en qué bando nos situamos?

A estas alturas parece obvio que muchas de las decisiones que se han tomado en el último año van en línea con la mejor tradición Thatcherista, eso es, no dejarnos alternativa. Así ha sido con la respuesta a la invasión de Ucrania, en la que se ha obviado en todo momento la posibilidad de situar el proceso en el marco del multilateralismo. Cohesionar a 900 millones de personas (EEUU, UE, UK , AUS, Can…) frente a 7.000 millones no parece una gran idea en términos económicos ni tampoco civilizatorios, y menos aún cuando parece evidente que Europa se sitúa como socio minoritario en la coalición atlántica, y aporta a los EEUU poco más que un mercado de 500 millones que, se verá, se intentará regular en el marco de un nuevo ‘acuerdo’ comercial como se intentó anteriormente con el TTIP. Europa renuncia por tanto a su soberanía y al liderazgo que, en lo ‘institucional’ (NNUU, OIT…), pudiera ejercer a nivel global. Es de esperar que, frente al empuje del complejo político financiero norteamericano, empecemos a distinguir en nuestro espejo la mueca de un dibujo animado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario