martes, 13 de septiembre de 2022

El agujero de Jackson

En su intervención en Jackson Hole, en las montañas rocosas, Isabel Schnabel, representante alemana en el Banco Central Europeo, dejó las cosas muy claras. Frente a la inflación, decía, hay dos maneras de actuar: una desde la cautela, que parte de que la política monetaria puede ser la medicina equivocada para gestionar una crisis de oferta. La otra, la de la determinación, la del ‘control robusto’, que estaría legitimado por tres cuestiones: la incertidumbre sobre la persistencia de la inflación, las amenazas a la credibilidad de los bancos centrales, y el coste potencial de actuar demasiado tarde. Detengámonos en los sujetos que justifican el fuerte incremento del tipo de interés para los halcones del BCE: la incertidumbre, la amenaza y el coste potencial que pueda tener el no actuar. Todo ello cuestiones relativas, suposiciones en el mejor de los casos, que se esgrimen como argumento para evitar que se imponga el mayor de los riesgos: la ‘cautela’. Si esta es, tradicionalmente, el fundamento de la ‘sabiduría’, nuestro Banco Central debe andar sobrado, porque le preocupa mucho más el hecho de que la alta inflación, a medio plazo, le pudiera restar legitimidad y credibilidad a la institución que ostenta el control del dinero.

Como señalaba con acierto Juan Torres en un artículo reciente, en la política económica se pone en evidencia un divorcio creciente entre, por un lado, las políticas fiscales que alimentan los gobiernos con los planes de recuperación, y por otro el BCE, empeñado en ahogar la demanda mediante un incremento del tipo de interés que lastrará inexorablemente la renta disponible de los hogares y la capacidad de endeudamiento de las empresas, que deberían acompañar con inversión privada lo que intenta estimular la fuerte inversión pública. En términos bíblicos sería como si en el juicio de Salomón a las dos madres que se disputan la potestad sobre un recién nacido, el anciano rey hubiese optado por un receso, dejando a las dos mujeres tirando de cada uno de los brazos de la criatura. Si tenemos en cuenta que la criatura no es otra que nuestra economía, no queda otra que desear que la próstata dé tregua al juez y lo devuelva cuanto antes a la sala, porque sin veredicto, el estropicio es seguro. Pero volvamos a las montañas rocosas y al agujero de Jackson, que no tiene relación con la uretra bíblica, pero tiene visos de convertirse en el sumidero por el que se nos va a ir la recuperación.

En su discurso, Schnabel no dejó de lado la referencia al calentamiento global, al tórrido verano que hemos padecido, y a la necesidad de avanzar en la senda del cambio del modelo energético. Aún así, explicaba la economista alemana, éste es un reto que se inscribe en el largo plazo, mientras que la inflación, por su naturaleza, discurre en el corto, o eso al menos es lo que intuye. Aquí está el meollo. La inflación es un desajuste entre oferta y demanda que se produce o bien por una excesiva demanda, o por una limitación en la oferta. A estas alturas, y cuando la OPEP viene de reducir en un 2% la producción petrolífera, y a Putin se le han agotado paciencia y diplomacia para utilizar el gas como arma económica, parece evidente que no hay un exceso de demanda, al margen de la reducida bolsa de ahorro que ha generado la pandemia en las rentas medias, sino que lo que enfrentamos es una crisis de oferta. En primera instancia ésta viene inducida por la restricción del gas y del petróleo, pero luego están los efectos de segunda vuelta, que es la traslación (inflación subyacente) a los precios de consumo del precio energético por parte de las grandes empresas.

Estos efectos son tanto más efectivos, cuanto más se concentra el poder de fijación de los precios en oligopolios, y cuanto menor es la capacidad del mercado para imponer un equilibrio eficiente. Cuando la restricción de la oferta energética depende de cuestiones tan arbitrarias como la presión geopolítica de un gobierno como el ruso, o de la voluntad de los productores de petróleo de sacar el máximo de rentabilidad a la falta de alternativas energéticas, parecería que la determinación que falta es la de impulsar con determinación el cambio de modelo energético. Pero claro, eso son palabras mayores, que requerirían de políticas firmes como un ajuste fiscal que impulsara una redistribución justa del esfuerzo económico en la Unión Europea, y una inversión real de los excedentes acumulados por empresas y grandes bancos a lo largo de la frase de ‘crecimiento’. Estos ahora aplauden con las orejas el incremento de tipos que supone un aumento de la rentabilidad de los activos acumulados gracias a las subastas públicas del BCE (TLTRO…), mientras las grandees empresas se relamen la comisura de los labios pensando en términos de destrucción creativa, eso es, el aprovechamiento de los activos de las pequeñas y medianas empresas que quiebren.

Digámoslo con claridad. El mandato del BCE no es otro que el de satisfacer a los rentistas y a las entidades bancarias, y de poner ‘en su sitio’ a las personas trabajadoras. No es ningún secreto. Lo ha dicho la propia Sra. Schnabel diciendo que el incremento de los tipos de interés pretende mandar un mensaje claro a la negociación de los salarios. El BCE está donde se le supone, y por tanto la cuestión que se plantea es si es posible un cambio de modelo productivo: sostenible, eficiente, justo, con bancos centrales que tienen la misma calidad democrática que nuestro poder judicial o que la casa real. Escribe Varoufakis en la sugerente ‘Hablando a mi hija’ que “Lo que realmente pasa cuando los bancos centrales se vuelven independientes de los políticos elegidos es que (...) son más dependientes que nunca antes de una minoría política y financiera poderosa: la oligarquía y los banqueros.” La centralidad de los bancos centrales es suficientemente injusta e ineficiente como para condenarlos a la periferia, que es donde debería estar el interés de la banca privada. Y a la espera de que Salomón vuelva a la sala, a la señora Schnabel habrá que decirle que el amor a cualquier criatura humana, como a la sociedad, se demuestra con empatía, solidaridad y cautela, mucha cautela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario