domingo, 31 de enero de 2021

Propiedad y deuda

Parece imposible alcanzar un cambio estructural en el mundo del trabajo, sin entrar al mismo tiempo en la cuestión de la propiedad. Tanto el uno como la otra condicionan la redistribución de la riqueza. Si la clase alta es aquella que puede vivir de rentas, y la media la que puede vivir gracias a su trabajo, la baja, es aquella que ni con su trabajo alcanza para poderse mantener. Hay una clara relación entre propiedad y trabajo, y si bien en la socialdemocracia persiste un debate sobre ‘empleo’, la cuestión de la propiedad ha sido marginada deliberadamente. Para encontrar alguna referencia es menester buscar más a la izquierda. El periódico L’Humanité, brindó, hace ahora un año, una magnífica oportunidad con la organización de una mesa redonda en la que participaron dos economistas franceses tan singulares como Frédérique Lordon y Thomas Piketty. Si el primero enriquece el análisis de la crisis del capitalismo con una perspectiva filosófica inspirada en Spinoza, el segundo, como teórico de la desigualdad, aporta una reflexión y propuesta en la que prevalece el enfoque histórico y sociológico.

El debate, de dos horas, resulta apasionante y parece transportarnos por momentos a 1921 cuando, en el politburó soviético, se discutía la Nueva Política Económica. La tensión se palpa también por el fuerte contraste de las personalidades, Lordon, redicho y místico, Piketty, extrovertido y pragmático. Este último presenta, en líneas generales, la propuesta desarrollada en ‘Capital e ideología’, eso es, la superación de la propiedad privada capitalista en el marco de un socialismo participativo que contempla tres tipos de propiedad. Al margen de la pública está la ‘propiedad social’que reclama un nuevo equilibrio entre accionistas y asalariados en el seno de las empresas, extendiendo al 50% el derecho de voto de estos últimos en los consejos de administración. La tercera propiedad es la que denomina ‘temporal’ y se basa en la potestad de lo público para gravar impositivamente renta, propiedad y herencia, con la carga que estime necesaria según el momento socioeconómico, y que, ante la excepcionalidad de la crisis, la incertidumbre y la necesidad acuciante de protección e inversión, puede ser del 90%.

Lordon ve en esta propuesta una solución ‘capitalista’ al ‘capitalismo’, que no se aparta en exceso del planteamiento socialdemócrata, ni altera la lógica neoliberal que intenta convertir a los trabajadores/as en consumidores y accionistas. Con respecto a la participación en los consejos de administración, señala ésta como una herramienta de división de la clase trabajadora. Si estos se ven como ‘accionistas’, al cerrar una determinada planta de producción, la ‘solidaridad’ con los compañeros/as afectados se puede ver condicionada por el ‘interés’. Cualquier solución ‘socialdemócrata’ se enfrenta además a la realidad histórica de las sucesivas derrotas que ha encajado esta ante la hegemonía neoliberal. Para Lordon la única vía posible es la de la superación completa de la propiedad privada y su reemplazo integral por la propiedad social del uso, en la línea de la propuesta elaborada por Bernard Friot en relación al ‘salario vital incondicional’, que se financiaría por la socialización de la riqueza producida, mediante una cotización social. Esta propuesta reivindica la dignidad de los ‘trabajos’ (cuidados, estudios, producción…) frente a la lógica tóxica del ‘empleo’.

Para el autor de ‘Capitalismo e ideología’ esta erradicación total de la propiedad no deja margen a la iniciativa ni a la emancipación personal. La propuesta pone además viento en las velas del hipercapitalismo, al generar complicidades con los intereses y miedos de los pequeños empresarios. Lordon responde que la iniciativa queda garantizada aunque tenga que ser colectiva y construida desde el marco de la cooperación, pero para Piketty el esquema propuesto es demasiado dogmático y rígido y queda muy lejos de la actual correlación de fuerzas. La crisis y la conflictividad social son condición indispensable y necesaria para el cambio, pero no son condición suficiente. Necesitan de un marco verosímil, factible para poderse realizar. Aquí entra también la cuestión europea, debate endémico de la izquierda francesa, en el que Lordon plantea la salida del euro de Francia, mientras Piketty reclama un avance decisivo en la cooperación fiscal que asegure los recursos para amortizar la deuda, proteger trabajo y renta e invertir en el modelo productivo.

El debate de fondo en la izquierda del socialismo francés, que traslada la mesa redonda organizada por L’humanite, sitúa y recupera algunos de sus conflictos centenarios. Plantear si hoy existe algún cambio estructural posible, o si tan sólo podemos ajustar los mecanismos que ya existen (fiscalidad, legislación, Europa), y que nos han llevado por inercia hasta el momento actual, es resumir las dos únicas alternativas posibles para una política transformadora. La articulación de una u otra dependerá de la profundidad de la crisis y de la capacidad de organización política y social. De entrada la opción más escalable y pragmática de Piketty parece tener un mayor horizonte de posibilidad. Para iniciarla haría falta sin embargo un paso adelante firme como el que proponían recientemente otros tres economistas (Landais, Saez, Zucman): La creación de un impuesto progresivo sobre los grandes patrimonios que permitiría recaudar el 10% del PIB europeo en 10 años y pagar así la ‘factura’ de las políticas de protección y reactivación. Mientras este es el debate en la izquierda francesa, el de la izquierda española se puede resumir en la propuesta de Podemos de que los trabajadores participen en un 10% de las empresas del Ibex y en la negativa rotunda del PSOE. Parece evidente que la única alternativa que se plantea a la acumulación de la riqueza es la acumulación de una deuda que, tarde o temprano, no harás sino más degradación social y democrática.

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