martes, 5 de febrero de 2019

Europa al desnudo

El Ampurdán es un territorio de frontera, singular y único. Como espacio de naturaleza rebelde, sometido a la tramontana, que sopla tercamente del Canigó al Mediterráneo; como lugar de tránsito y anfiteatro extravagante que acoge, desde siempre, el contraste cultural y político entre norte y sur, en él han nacido personajes de un carisma sorprendente. Entre los más distinguidos, junto a Salvador Dalí, Josep Plà o Salvador Monturiol, figura sin duda el filósofo y político Alexandre Deulofeu, que ni inventó relojes blandos ni tampoco submarinos autopropulsados, pero, a cambio, ideó una teoría sobre el carácter cíclico de la evolución de las civilizaciones, que introdujo conceptos tan actuales como la ‘lucha de imperios’ y que le llevó a anticipar procesos como la desvertebración de Yugoslavia, la descolonización de Egipto y de India, o la desaparición de la URSS. Su método, conocido como ‘Matemática de la historia’, describe una dinámica universal que afecta civilizaciones e imperios, y que permite ponerles entre otras cosas, fecha de caducidad.

Así, para espanto de algunos y probable alegría de otros, Deulofeu sitúa al estado español a menos de diez años de completar su recorrido ‘imperial’ de 550 años, tras el cual se abriría un tiempo que denomina de ‘fragmentación demográfica’. Vale la pena recordar que la teoría del filósofo ampurdanés alterna, en la fase imperial de una civilización, dos etapas diferentes, la primera de las cuales, definida como ‘agresiva’, es la fase ‘federal’, a la que sucede una segunda, que es de carácter unitarista, y que es la que ahora estaría llegando a su fin. En el ámbito europeo donde se supone que se resuelve la crisis del estado, el vaticinio es incluso más pavoroso, con la predicción de una hegemonía germánica, que habría de durar 2.300 años, convirtiendo Berlín en garante de la estabilidad europea, al precio de la soberanía del resto del continente. Si el atrevimiento de poner fecha a la geopolítica del futuro transmite la fascinación que despierta un cuadro surrealista, no deja de resultar sorprendente la verosimilitud de aquello que describe Deulofeu, hace ahora 70 años.

Parece comprensible que el potencial de transformación del estado radique, por ahora, más en la compleción gradual de la construcción europea, que en un cambio negociado de su estructura territorial en el marco constitucional vigente. Sin embargo esta construcción no será inocua. La gestión de la crisis y la propia arquitectura de la gobernanza económica han demostrado que, si no se frena de manera preventiva, la evolución de la Unión no será ni equilibrada ni tampoco ecuánime con respeto a los derechos y valores de sus 500 millones de ciudadanos y ciudadanas. La pérdida de cohesión y el impacto asimétrico de las políticas fiscales que se han aplicado a lo largo de la crisis, cuestionan la posibilidad de un proyecto balanceado y harmónico, y la salida del Reino Unido de la Unión Europea, una reacción alérgica a la hegemonía que, muy cerca de la cocina de Bruselas, se olieron los británicos, reforzará sin duda aun más el ascendente económico y político de Alemania sobre los países de la Eurozona y de la UE-27.

Pero tal vez uno de los aspectos más interesantes del filósofo ampurdanés que ideó la ‘Matemática de la Historia’, es que, con ella, quería proveer a la humanidad de un instrumento que le permitiese entender los ciclos y garantizar que estos se desarrollaran en clave de prosperidad y de paz. La pregunta es cómo nos planteamos en positivo un dominio hegemónico europeo por parte de un país los próximos 300 años, cuando no se corresponde ni con nuestra vocación democrática, ni tampoco con los fundamentos de la Unión. La cuestión va incluso más allá… ¿Cómo hacemos compatible la construcción de un modelo social y cohesionado a nivel europeo, con un directorio de estados-nación que tan sólo ha cambiado la clave aristocrática (y a veces ni eso), por otra nueva ligada a grandes corporaciones financieras e industriales, que pactan los equilibrios hegemónicos? ¿Cómo garantizar paz y progreso social, cuando tras los decorados de la política-espectáculo hay un movimiento telúrico de placas que pretende definir la morfología política y económica del continente europeo?

Uno de los libros de Alexandre Deulofeu tiene un título de gran actualidad: ‘Europa desnuda’. Queremos pensar que éste hace referencia al cuento del rey al que sus súbditos engañan desde la hipocresía y el miedo. También Europa está desnuda cuando se plantea el carácter irrenunciable del proyecto y se omiten sus déficits, el más importante de los cuales es el democrático, y lo es por falta de ambición. Si nos queremos ahorrar 300 años de subordinación, es fundamental que avancemos en la democratización transversal del proyecto común. Así, es irrenunciable avanzar en un modelo de partidos europeos con autonomía, propuesta ideológica y presencia en todo el continente. Hace falta también que el compromiso y la vocación democrática se trasladen al conjunto de las instituciones y al tejido productivo, con un refuerzo de la separación de poderes y la representatividad por un lado, y de la subsidiariedad y el diálogo social por el otro. El mercado interno no es el objetivo último de la UE, sino el instrumento para garantizar el modelo social que conforma su identidad. Finalmente, es inaplazable la armonización de una arquitectura institucional europea que aporte equilibrio entre el papel de las administraciones locales, las regiones y los estados, y que traslade el peso de estos últimos, a una Unión Europea entendida como estructura política inclusiva y multidimensional.

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