martes, 31 de octubre de 2017

País de extraños

En un texto de hace ahora veinte años (Europa de extranjeros), Zygmunt Bauman situaba el origen del creciente recurso político a la identidad colectiva, en el fracaso a la hora de hacer frente a la crisis de la identidad individual, tan característico de la postmodernidad. Frente al pluralismo cultural y la coexistencia singular de una miríada de tradiciones, realidades y estilos de vida, ante la incertidumbre ingobernable de una precariedad y una desregulación que son seña de identidad de un poder extraterritorial que emana de multinacionales y mercados, los actores políticos se habrían visto tentados a recurrir, de manera cada vez más asidua, al espejismo y a las falsas promesas en el ámbito de la identidad colectiva.

La impotencia de los gobiernos para hacer frente a las causas reales de la incertidumbre individual, que surge de la emancipación del poder (global) respecto a la política (estatal o nacional), comportaría la opción por parte de algunos aprendices de brujo, de canalizar esta ansiedad e identificar la amenaza sobre la certidumbre ‘individual’, en un ejército de ‘extraños’. Se alimentaría así la ‘xenofobia’ con tal de que proporcionara sustanciosos réditos ya en el corto plazo. El funcionamiento de esta lógica discriminatoria se ha hecho visible en las últimas décadas en Europa, y ha vuelto a centrar la actualidad tras los recientes resultados electorales en Austria y Alemania, y los no tan recientes en Francia y los EEUU.

Las elecciones al Bundestag, en el que el partido gubernamental, la CDU, perdió un 8,6% de votos, y el SPD, un 5,2%, firmando sus peores resultados desde la postguerra, ha aupado al parlamento berlinés a ‘Alternativa para Alemania’ que se ha constituido como tercer partido por delante de los liberales, de la izquierda y de los verdes. Este sorpasso de la extrema derecha en Alemania, reproduce el realizado por el FPÖ austriaco hace ahora casi treinta años, que desbancó el bipartidismo y le abrió la puerta a una alianza entre el conservador ÖPV y los aprendices de brujo del FPÖ, que tuvo su primer episodio de 2000 a 2005, y que vuelve a situarse como el escenario más probable en el marco de las actuales negociaciones.

La diferencia entre la socialdemocracia y la extrema derecha austriaca no ha superado esta vez el 1 por ciento de los votos, y esto se debe en buena medida a dos factores. Por un lado está la estrategia de recuperar votos de la extrema derecha, adaptando el discurso a las supuestas demandas de su electorado, lo que no comporta sino un desplazamiento del conjunto de la agenda política hacia las posiciones más reaccionarias. Por el otro está el abandono progresivo de la agenda social por parte de la socialdemocracia, y su consiguiente instrumentalización por parte de la extrema derecha para beneficiarse del voto de trabajadores/as dispuestos a identificar la amenaza de la precariedad en cuestiones espurias como la inmigración.

Que eso sucede mediante un constructo de mentiras se hace evidente si se leen los programas del Frente Nacional, de FPÖ o de Alternativa para Alemania. Más allá de la denuncia de la injusticia para con los trabajadores, hay bien poco. Tras la fachada se esconde el clásico ideario de corte neoliberal: La denuncia visceral de la regulación excesiva y la burocracia que ahogan la economía, la idealización de un espíritu emprendedor que ha de liberarse del corsé fiscal, la presentación socialdarwinista de la competitividad en el entorno global como una lucha por la supervivencia. No cuesta encontrar paralelismos entre este extremismo y los que sufrimos en nuestra propia realidad. La diferencia radica en que aquí el ‘extraño’ es el/la que no comparte el mismo nacionalismo, o aquel que, de tan ‘extraño’, se acaba denunciando como ‘venezolano’.

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