lunes, 28 de agosto de 2017

Miedo

La imagen de los padres de Xavi, el niño de tres años arrollado en las Ramblas, abrazados a Dris Salym, un imán de Rubí, nos regala, desde una generosidad inmensa, un hálito de esperanza en un mundo cuyas estructuras se tambalean. Junto a ella está también la imagen de Raquel Rull, una educadora social de Ripoll, que, con rostro desencajado y voz quebrada, compartía con nosotros el pavor que provoca el no encontrar explicación posible a la emergencia de tanto odio. Su breve relato y la estremecedora carta que hacía llegar a la sociedad catalana desarman, desde la empatía, el relato en el que nos había instalado la visceralidad de otros atentados como los de Niza, Bruselas o París.

Los jóvenes de Ripoll no eran, como en el caso de Saïd y Chérif Kouachi (Charlie Hebdo), personas marginadas a la periferia urbana y social, sino que estaban aparentemente integradas en su municipio. 8 de ellos trabajaban, todos ellos disfrutaron de un entorno pedagógico atento, sensible. La lógica del desarraigo y de la desafección que se trasmuta en odio no encaja con ellos, tampoco la de la orfandad institucional que se convierte en autarquía social y busca otros asideros. Si consideramos el entorno familiar, el probable arraigo en la comunidad en la que crecieron, no nos queda otra respuesta que la pregunta que se hace desde el aparente fracaso Raquel Rull ¿Cómo puede ser, Younes?

La explicación del agente exógeno, el imán que ‘abdujo’ a los jóvenes, interviniendo en los líderes del grupo, y sirviéndose de la complicidad entre hermanos y primos, tampoco puede satisfacer plenamente la necesidad de encontrar una causa, y nos condena, irremisiblemente, a sospechar de la fragilidad del tejido social que rasgaría y envilecería con tanta facilidad el adoctrinamiento. La radicalización de aquellos que no han podido echar raíces, y que las buscan en una quimera política o religiosa, no parece cuadrar en el caso de estas personas, que estaban aparentemente integradas y que con su renuncia, súbita y visceral, ponen en cuestión un modelo de convivencia que seguimos dando por bueno.

Este es sin duda el mayor éxito de quien ha estirado de los hilos para urdir la abyecta trama que se consumó en Barcelona y Cambrils. La incapacidad de encontrar una explicación razonable nos hace más vulnerables y parece condenarnos a una incertidumbre insoportable. Sin embargo, frente al terror y sus monstruos, hay que decir que poco importa que el desencadenante haya sido la rabia del amok o la cobardía del instigador, que se haya tratado de una manada o de un lobo inductor. Como ha demostrado la ciudadanía, la única respuesta posible al terror es la renuncia al miedo, porque condena al esperpento y a la miseria a quien ha querido sembrar el recelo y el temor.

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