domingo, 27 de noviembre de 2016

Izquierda menguante

Probablemente alguna vez haya existido una izquierda en mayúsculas, pero, muy a nuestro pesar, hemos de constatar que, a día de hoy, el debate político de la transformación social se sitúa a la altura de la histórica guerra entre Blefuscu y Liliput. Como se recordará, estas dos diminutas islas viven intensamente su antagonismo alrededor de una cuestión tal vez menor (no podía ser de otra manera) pero no por ello menos conflictiva; si los huevos cocidos se han de cascar por su parte más ancha o por la más estrecha. Sin entrar en cuál es hoy el huevo de la izquierda, sí parece evidente que le faltan visionarios que, como Colón, pongan fin a tanta división y polémica plantando el huevo sobre la mesa.

Y como hemos visto en Francia, nos va el alma en ello. Que el 14% de los electores en las primarias del Partido de los Republicanos sean votantes de izquierdas, muestra hasta qué punto se da por seguro que la segunda vuelta de las presidenciales está reservada a la derecha y al Frente Nacional. La melifluidad de Hollande y la deriva liberal del PSF, han abandonado el discurso social a Le Pen y favorecido que el voto ‘moderado’ se aglutine alrededor de la derecha francesa. Que el electorado de izquierda vote en las primarias de la derecha, pagando dos euros y suscribiendo sus principios políticos, es así una opción rocambolesca, pero comprensible si quieren asegurarse el mal menor, eso es, el menos malo de los candidatos.

Al margen del fracasado Sarkozy, cuya infeliz estrategia fue la de disputarle la radicalidad a la mismísima Marine le Pen, los dos contendientes finalistas en la carrera por la candidatura presidencial son los ex primeros ministros Juppé y Fillon. Si el primero, ahora considerado la opción más centrista, tuvo el triste honor de ser el líder político francés más odiado por su reforma de las pensiones, el segundo aporta al embate de la segunda vuelta el programa más neoliberal presentado en Francia desde la postguerra. Una breve visita a su página web permite conocer sus prioridades, la primera de ellas liberalizar la economía, y averiguar de paso cuáles son sus medidas estrella.

El que fuera jefe de gobierno francés entre 2007 y 2012 anuncia 100 mil millones de recortes en gasto público, aligerar en otros 40 mil millones las cargas empresariales, destruir en cinco años 500 mil empleos públicos, acabar con la semana de 35 horas y aumentar la edad de jubilación a los 65 años. El autor de ‘Vencer el totalitarismo islámico’ se sitúa en lo geopolítico en la órbita de Putin y Trump y, si se opuso en el pasado al matrimonio homosexual, hoy anuncia que limitará las terapias de fertilidad a las parejas heterosexuales, excluyendo a madres solteras y lesbianas. Ante este panorama no sorprende que la izquierda se vuelque en las primarias de la derecha, ni que Le Pen pueda acabar por disputarle a Fillon el papel de ‘moderada’.

La dinámica a la que asistimos estos días en Francia no es ajena a una tendencia global en los países occidentales, y que no es otra que la desaparición de la izquierda. Lo hemos visto en Polonia y en Hungría, donde ya no existe, y también en las elecciones presidenciales en los EEUU en las que el tramo final se disputó entre conservadores (Clinton) y populistas xenófobos (Trump). Decía Fidel que la política es la consagración del oportunismo de los que tienen medios y recursos, y si esa es la seña de identidad de los Clinton y de los Trump, de los Orban, Duda o Fillon, también lo es de los Valls y Hollande. La confluencia en la defensa de los intereses corporativos y del status quo ha vaciado la democracia, dando alas al posfascismo.

Mientras, en la izquierda, eso es, la opción ideológica que no se da por vencida ni satisfecha con la realidad, y que pretende transformarla en el sentido de una mayor cohesión y justicia social, el debate está atrapado en disputas liliputienses, y marcado por el pesimismo. A base de poner un huevo en cada cesta, parece que el voto de progreso se haya olvidado de incubar los propios, y estos serían tres. En primer lugar recuperar la propia identidad; defendiendo el modelo social, la legitimidad democrática, la preeminencia de lo público y la centralidad del trabajo. En segundo lugar una alianza transversal; en lo político, en lo social y en lo sindical. Y, finalmente, recuperar la vocación internacionalista y la defensa de Europa como un baluarte irrenunciable para influir en una globalización con rostro humano y social.

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