domingo, 2 de octubre de 2016

Política o mercado

El espectáculo que está dando el socialismo español parece más propio del circo romano que de un partido con más de 100 años de historia. La lucha de poder entre Sánchez y Díaz tiene poco o nada que ver con un debate ideológico, en el que es de temer que, muy a nuestro pesar, las coincidencias serían amplias, y mucho con una interpretación de la oportunidad política, en la que el hilo conductor es, a su vez, análogo; la pura ambición personal. Si no fuera tan reciente la maniobra de Sánchez con Ciudadanos, no existiera evidencia de su predisposición a diluir las propuestas socialistas al dictado de la patronal, cabría interpretar el pulso actual como una pugna entre, por un lado, la voluntad de renovar discurso y estrategia, y, por el otro, el inmovilismo del aparato, llamémosle burocracia o establishment, que tan bien representa Díaz.

El punto de sensatez lo ponía esta semana Joaquín Borrell, al recordar que es inevitable crear un consenso firme y duradero en el socialismo, entorno a la relación con la nueva izquierda que hoy representa Podemos. Pensar que el PSOE pueda recuperar este espacio político con la facilidad con la que el PP, a pesar de la corrupción, parece recuperar el del electorado naranja, sería ingenuo. Por un lado la tendencia a la fragmentación siempre ha sido mucho mayor en la izquierda que en la derecha, y por el otro, el declive del socialismo español se corresponde con el que es endémico a escala europea. La vocación más de gestión que de gobierno, adaptando la línea política al dictado de mercados e intereses corporativos, y la falta de iniciativa propia, de una voluntad efectiva de transformación y progreso social, ha hecho cundir en el electorado socialista una profunda astenia en toda Europa.

Sin duda es difícil y arriesgado querer establecer en qué momento se inició este declive. Un referente esclarecedor sea tal vez el de la socialdemocracia alemana, y su revisión, a lo largo de las últimas décadas, del equilibrio entre estado y mercado. En respuesta al ordoliberalismo y la economía social de mercado que inspirara a la cristiano democracia alemana y a líderes como Ludwig Erhard, el SPD enmendó su propio curso en el congreso de Bad Godesberg, en 1959. Tal vez la divisa que mejor resume el consenso que se forjó en aquel momento en el barrio diplomático junto al Rin, es la famosa máxima del que fuera años más tarde ministro de economía con Willy Brandt, Karl Schiller. Su ‘Tanto mercado como sea posible, tanto estado como sea necesario’ se convertiría en el referente del socialismo europeo, como mínimo hasta la irrupción de la tercera vía.

Para los que desconfiamos de la claridad y distinción cartesianas y entendemos la vida, y con ella la sociedad y la política, como un imparable flujo de razones a medias y de verdades diversas, no hay máxima que no invite a ser cuestionada. En este caso la duda radica en cuál es el fundamento que justificaría anteponer el mercado al estado. Desde la óptica del socialismo histórico (al menos hasta 1959) lo justo habría sido plantearlo en los siguientes términos: ‘Tanto estado como sea posible, tanto mercado como sea necesario’. Por la misma razón, al famoso cuadrado mágico planteado por Schiller y que situó los 4 objetivos de gobierno en empleo, equilibrio comercial, estabilidad en los precios y crecimientos constantes, le faltaría una quinta esquina dedicada a la redistribución de la riqueza y a la cohesión social.

Sin duda alguna el canciller Brandt como más tarde Schmidt, Mitterrand o González, encarnan la época de esplendor de la socialdemocracia, que sin embargo se rendiría demasiado pronto a la ofensiva del neoliberalismo, ante la que, como era de prever, demostró estar desarmada en lo moral y en lo político. Las rebajas ideológicas, ese estado al servicio del mercado tan cercano al ordoliberalismo, condenaron el espacio natural de la socialdemocracia, y la empujaron a buscar cobijo, cada vez más, en el liberalismo con preocupación social, que tan tolerante se ha mostrado frente a la precarización, la privatización y la liberalización.

La emergencia de la nueva izquierda no hace sino corroborar hasta qué punto es inevitable recuperar el debate de las ideas en el socialismo. Ni Sánchez ni Díaz están preparados ni interesados en afrontar este reto, porque su obsesión es la de asegurarse el poder dentro del aparato Socialista. Sin embargo sin un debate en profundidad y una revisión de su posición ideológica, el PSOE no tiene otro futuro que el de la nostalgia permanente, alternativa que al parecer seduce a Felipe González. Para hacer viable el proyecto hace falta un debate que sitúe con claridad al partido en el nuevo mapa político y facilite alianzas que son ya inevitables para el cambio. La estrategia de forzar la inestabilidad orgánica para dar carta blanca al Partido Popular y reconstruir el socialismo desde una oposición simbólica es un engaño a la militancia y al electorado. La prioridad ahora es un congreso y abrir la hoja de ruta a la sociedad, más allá de los intereses de los sospechosos habituales.

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