domingo, 16 de octubre de 2016

Democracia y Socialismo

En un artículo dedicado a Oskar Negt, Joachim Beerhorst ofrecía, hace ahora dos años, una sugerente reflexión en torno a la relación entre socialismo y democracia. Se remontaba para ello al imperativo categórico de Kant, como detonante filosófico que dio inicio al debate sobre la ‘emancipación’ del individuo en la modernidad. La intención de Kant no era otra que la de dar un único fundamento a la dimensión moral del ser humano, una única ley que fuera capaz de regir su comportamiento al margen de hipótesis religiosas y/o culturales. Su ‘ley moral’ reclamaba la autonomía de la ‘voluntad’ como principio rector, y el derecho de la persona a ser un fin en sí mismo y a no ser degradada, mediante la instrumentalización, a un medio al servicio de otros.

Esta proposición, heredera del racionalismo y de la ilustración, inspiró el marxismo, como proyecto orientado a romper las cadenas que condenan la sociedad a la servidumbre, destruir el bucle de su reproducción histórica, y liberar al ser humano de la ‘enajenación’. El programa de la izquierda centró así su ideario en el ‘trabajo’, como ámbito en el que se realiza la ‘autonomía’ del individuo. La disputa del conflicto capital/trabajo se mantendría como hilo conductor de la ideología del progreso, de la justicia y la transformación social, hasta que su principal actor ‘político’, el socialismo, cedió a las presiones y sustituyó la centralidad del trabajo como motor de la ‘emancipación’ humana por un nueva centralidad, la del ‘mercado’.

Duele ver como hoy, junto al desplome del socialismo bajo el peso de sus propias contradicciones, tampoco la nueva izquierda consigue recuperar la centralidad del trabajo en su discurso y en su estrategia política. Parece a veces que hay quien cree que el trabajo tiene un papel coyuntural e histórico, como un paréntesis entre una revolución tecnológica y otra, y no un carácter estructural e irrenunciable, como ámbito de la producción, de la gestión y de la realización de la emancipación y de la identidad de la persona (Negt). Sin este fundamento la izquierda no podrá revertir la situación actual de parálisis política, y menos en un contexto de ofensiva neoliberal global que tan de cerca experimentamos en nuestro propio estado.

Sin duda a Mariano Rajoy el imperativo categórico kantiano se la trae al pairo: Por no tener capacidad ni voluntad de entenderlo y porque en lo ideológico, está más cerca de la edad media que de la ilustración. Aún así hay que reconocer que ha situado la anulación de la voluntad de la ciudadanía como elemento central de su programa político. Y lo ha hecho a tres niveles. En el plano individual, ha atacado frontalmente la autonomía ‘laboral’, mediante la precarización estratégica del empleo, ha extendido la incertidumbre, mediante la depreciación de la renta indirecta, y ha coaccionado la emancipación personal, mediante un ataque frontal al modelo educativo y de formación (profesional, continua, para el empleo).

En el plano político, lo que debería ser el ámbito colectivo de transformación social por excelencia, la democracia, se ha devaluado estratégicamente hasta convertirla en un instrumento al servicio de la reproducción de los intereses de la oligarquía. Este objetivo se ha alcanzado por dos vías. Por un lado se ha potenciado el descrédito de la política y de la democracia mediante la corrupción y el clientelismo. Por el otro se ha degradado la cultura política desactivando todo lo que tenía de espacio de dignidad y vocación pública, para convertirla en un triste y miserable espectáculo de lucha intestina por el poder.

Finalmente, en su dimensión social y comunicativa, la desarticulación de la emancipación individual ha funcionado también por dos vías. En primer lugar en el ámbito tecnológico, lo virtual y lúdico ha potenciado un individualismo ya fuertemente estimulado en el marco de la cultura de consumo. En segundo lugar, el control sobre la comunicación social se ha monopolizado mediante la concentración corporativa, con la actualidad convertida en cíclope al servicio de los intereses del capital, y a través de la anulación de la capacidad crítica de las personas al no dar elementos de reflexión, sino servir opiniones y pasiones prefabricadas.

Estos tres ámbitos de intervención sobre la ‘autonomía de la voluntad’ han comportado la extensión de un sentimiento de impotencia, de desmoralización pública, que a través de la indolencia, la indiferencia y la apatía promueve la inhibición política. Hacer frente a esta situación reclama recuperar la centralidad del trabajo como elemento articulador del progreso y de la riqueza social, y también el saneamiento democrático de la política como espacio de transformación de la realidad. Tumbar el tentetieso de la obscenidad política en España hoy, exige reivindicar la emancipación y el trabajo como fundamentos irrenunciables de la construcción del proyecto social. Para ello conviene entender que socialdemocracia no es la suma de democracia y socialismo, sino el fruto de su dependencia mutua.

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