domingo, 14 de junio de 2015

En el jardín botánico

La desesperación cunde en el partido impopular. De las 43 alcaldías que retenía se ha quedado con 18, 5 de ellas gracias al apoyo de los ciudadanos de Albert Rivera. En Madrid, a Esperanza la han apeado del cargo al ritmo de rumba la, rumba la rumba la… Le ha dado viento fresco un equipo encabezado por una luchadora ¡Ay Carmena! A la que no le han hecho falta armas ni arengas, porque le sobra corazón…. Rumba la, rumba la, rumba la… A la flamante alcaldesa de Madrid, que recupera para la ciudad la dignidad y simpatía de un Tierno Galván, le ha sobrado karma e historia, calma e ilusión, para llevarse por delante 24 años de hiel y de caspa. A la otra orilla del Ebro, a más de 600 km, el ritmo que sacude la ciudad de Barcelona es primo hermano del rumba la, rumba la, rumba la que se escucha en Madrid. También aquí el runrun transmite, por encima de todo, entusiasmo e ilusión. Alza la voz y espanta a los pájaros de mal agüero que se empeñan en tapar el sol, y proclama a los cuatro vientos que el único compromiso es el de defender el bien común. Mal haríamos en no celebrar las victorias, cuando la historia es tan parca y puñetera a la hora de soltarse el pelo. La izquierda se merece un respiro. Para disfrutar y tomar conciencia de sus aciertos, y para enfrentar con ánimo y fuerza el siguiente reto.

Es precisa la acción política por parte de aquellos que han ganado. Hay que pasar del discurso a los hechos y recorrer los cien primeros días sin tropezar en los obstáculos que ya urden los potentados, en los abrazos úrsidos y venenosos de aquellos que no pretenden otra cosa que demostrar que, a fin de cuentas, nadie se distingue en nada, ni existe la excepción. Al mismo tiempo hay que analizar cómo trasladar a escala autonómica y estatal la estrategia de éxito que ha condenado al ostracismo a una buena parte de la derecha en este país. Es hora de frente amplio, hora de sentido común. Hora de política que prescinda de personalidades y sectarismos y que se vuelque en la realidad. Se presenta una de las raras oportunidades en las que debiera ser posible poner en valor la mayoría de progreso que tanto cuesta sumar. Tal vez el referente más interesante en términos de sensatez y equilibrio sea por eso el que ha dado la izquierda en Valencia. Y decimos izquierda, porque sin duda el PSPV se ha vuelto a ganar esa consideración. El ‘Acord del botànic’, uno de los textos más sugerentes de la reciente política muestra cuál es la receta, una política de pueblo y no de partido, y cuál el camino para anular y arrinconar al fin las políticas que han “devaluado la democracia y han empobrecido el país”.

Ximo Puig, Mónica Oltra y Antonio Montiel han puesto el acento en el diálogo, la pluralidad, la participación y la visión a largo plazo. Han situado como principal prioridad un acuerdo social que cohesione la alianza que se ha formado y que permita trabajar en aquello que demanda la sociedad valenciana: el rescate social, la regeneración democrática, el gobierno por y para las personas, el cambio de modelo productivo y una financiación justa y controlada por la ciudadanía. En este momento histórico nadie sirve mejor los intereses del capital que aquel que divide e intenta perfilarse por encima de los demás. Los apóstoles de la pureza y de la radicalidad, aquellos/as que se obcecan en realizar el paradójico axioma de hacer mayoritaria la cultura de la minoría y preservar así las esencias que se atribuyen ellos en exclusividad, son los aliados preferentes de una derecha que se ha quedado fuera de juego, aterida y bloqueada ante el impacto de la realidad. Hicieron falta miles de millones de años para que de la ácida sopa primitiva emergiera la primera célula orgánica. Si las células procariotas no hubieran evolucionado hacia los eucariontes, no habría habido más que fisión binaria y conglomerados de bacterias y levaduras, y no se habría llegado a formas de vida compleja.

También la izquierda se ha bloqueado por demasiado tiempo en una dinámica de fisión binaria permanente, dividiéndose una y otra vez por efecto de una radiación dogmática y corrosiva. Hay que dar un paso más allá. Un paso orgánico, pluricelular, interdependiente, cimentado en la confianza y en la complementariedad. La ofensiva del capital industrial y financiero global requiere una respuesta organizada y una auténtica cultura de la confluencia que vaya más allá de la física y de la aritmética y sea lo suficientemente ‘química’ para sintetizar alguna fórmula de progreso real. Por eso el nombre del pacto valenciano resulta especialmente sugerente. Cuando Tierno Galván y la movida, había una canción que recogía la queja de una estatua metálica perdida en un jardín botánico y que ‘con su pensamiento seguía el movimiento de los peces en el agua’. Sentado en la penumbra era incapaz de tomar una determinación mientras perseguía enigmas al compás de las olas. Esa es la alternativa a la confluencia orgánica. La entelequia y la especulación ante una realidad que resulta incomprensible para aquellos/as que se dejan cegar por el brillo de su coraza. Es hora de río, no de estanques o presas. Porque habrá que resistir contraataques muy rabiosos y lo único que nos sobra es corazón… Rumba la, rumba la, rumba la…

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