lunes, 10 de abril de 2023

Vírgenes que arden

Están las parroquias que sacan humo. Después del incendio que afectó a la Santísima Virgen de los Desconsuelos en Chiclana, un cortocircuito de madrugada en Almadén de la Plata y un fuego en plena procesión en Vélez-Málaga han completado una semana ‘horribilis’ para los adeptos a la imaginería religiosa. Por si no fuera suficiente, tres inmisericordes cómicos catalanes han echado más leña al fuego en un programa de TV3 en el que han ironizado nada menos que sobre la Virgen del Rocío, provocando un conflicto que, en otros tiempos, habría acabado con dos pistolas y 20 pasos de distancia entre una y otra. Aún así el tema ha traído cola. La Federación de Entidades Andaluzas en Catalunya ha exigido que se restituya el honor de la Virgen, el Presidente de Andalucía ha denunciado la falta de respeto, e incluso se ha sumado a la polémica Teresa Rodríguez, en otro tiempo referente anticapitalista, que, para sorpresa de muchos y muchas, ha querido situar el conflicto en términos morales e identitarios, hablando de malaje e ignorancia.

Acusar de ignorancia a quien cuestiona, desde el humor, culto y ortodoxia, resulta sorprendente, especialmente viniendo de quien se inscribe, es un suponer, en la herencia de la ilustración. Cuando aún nos resuenan en los oídos las palabras de Fátima Báñez, hoy Presidenta de la Fundación de la CEOE, que, en 2012, con una tasa de paro del 25%, encomendaba las políticas de empleo a la Virgen del Rocío, no deja de preocupar que, quien ha liderado la izquierda progresista, denuncie como ignorante no a quien profesa la fe ortodoxa, sino a quien utiliza, con mayor o menor acierto, la sátira para cuestionar el culto religioso. Pero aún sorprende más que esta crítica se realice desde el feminismo y por parte de quien había defendido, por ejemplo, a las cofrades del coño insumiso, perseguidas por las huestes y medios del nacionalcatolicismo, y entre otros, por una asociación de abogados cristianos que, anteriormente, promovió la detención del actor Willy Toledo por cagarse en dios, y que como anuncia, ya está estudiando medidas legales para personarse contra TV3.

Mal está la cosa en la izquierda cuando se le atraganta la libertad de expresión y el localismo le pasa factura a la claridad y a la distinción en la articulación de las ideas políticas. Promover la autocensura, cuando el acoso del ultramontanismo atenaza la libertad creativa de periodistas y cómicos, le hace un flaco favor a los valores democráticos y a la libertad de prensa. Y no hablamos tan sólo de figuras como Pepe Rubianes, que hoy previsiblemente estaría a la sombra de una reja, sino de periodistas que, como Pedro Vallín, no hacen diferencia entre el fanatismo de una u otra religión. En un artículo reciente sobre idólatras e iconoclastas, el asturiano recordaba que la iglesia considera las imágenes una representación de lo divino y que por tanto se puede rezar a una imagen, pero no adorarla. La cosa es compleja. Si ya la propia virgen es un vehículo, en el que se deposita la semilla divina, la talla religiosa no es más que un símbolo que representa ese vehículo. Quien la adora, confundiendo dios y símbolo, incurre en idolatría y atenta así contra el primer mandamiento.

El culto a la virgen no es además ninguna exclusiva cristiana. Como tantos ritos, festividades y estampas, conecta con otros cultos anteriores como el de Horus en Egipto, de Krishna en la India o de la diosa Mitra, que nacen todas ellas de muchachas vírgenes y, casi todas ellas, en el solsticio de invierno. Mucho se ha escrito sobre el sentido profundo de esta cuestión, pero lo que realmente importa es el papel que le ha asignado el catolicismo, que ha promovido siempre la función instrumental de la maternidad a través de una virgen que concibe de manera ‘inmaculada’, y que, así Pablo VI, es ‘la mujer perfecta’, por encarnar valores tradicionales como la ‘sumisión’. Esta lógica es la que entra en contradicción flagrante con lo que tal vez represente el mito universal de la ‘virgen’, como defensa de la mujer ‘independiente’, que concibe sin atadura con ningún varón y que por tanto se apropia desde la maternidad del conjunto de un proceso reproductivo cuyo control siempre ha supuesto una de las principales obsesiones para la iglesia católica.

Desde la persecución de las matronas en el medievo, pasando por la adopción forzada, aquí y en Argentina, o la campaña permanente contra el aborto, el control de la natalidad siempre ha sido y aún sigue siendo una prioridad absoluta para la curia. Que alguien tome distancia crítica desde la ironía o incluso la sátira, como hicieron hace ya muchos años de manera magistral los Monty Python en ‘La vida de Brian’, no es sino un ejercicio de higiene democrática. Que alguien se rasgue las vestiduras porque unos cómicos hayan decidido vestir a una supuesta virgen del Roció de cartón, para hablar de ‘sus cosas’ con naturalidad y desenfado, no es justificable más que desde la más absoluta pacatería, el fundamentalismo religioso o la superstición enfermiza. Terreno vedado para todos y todas aquellas que defendemos los valores democráticos, que revisamos críticamente nuestra historia, y que entendemos que la mujer, con independencia de su condición, es dueña de su cuerpo, sin excepciones ni prerrogativas.

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