martes, 14 de febrero de 2023

Tres guerras

Las calamidades a las que nos enfrentamos son de diversos tipos, pero en estos momentos destacan tres. Está el cataclismo natural, como el terremoto en Turquía, que se ha cobrado ya cerca de 25.000 vidas y cuyo impacto, a pesar de ser, como fenómeno, inevitable, se puede reducir con medidas de prevención sísmica. Después está la guerra, como conflicto nacional, que es el que, en el caso de Ucrania, cumplirá en breve su primer año con un trágico saldo de más de 100.000 vidas perdidas. A pesar de que el relato oficial sitúa este balance como ‘inevitable’, y carga las culpas en el otro lado, parece evidente que las próximas 100.000 vidas que se pierdan, serán responsabilidad de quien no se acercará ni de lejos al frente. Y, finalmente, está la guerra económica, que es un conflicto que se prolonga desde la noche de los tiempos y en el que nos disputamos unos y otros la renta, en función del poder y de la correlación de fuerzas. En esta materia el contexto europeo viene marcado por lo que el vicepresidente del BCE Luis de Guindos, denomina ‘la batalla contra la inflación’.

Como es sabido, halcones y palomas del Banco Central pretenden reducir el incremento de los precios ahogando el consumo. La fórmula es sencilla: Si no hay dinero para comprar, los precios bajan. Por eso, la prioridad para la autoridad bancaria reside en contener la demanda, eso es, bajar salarios reales, encarecer hipotecas y créditos ajustando al alza el tipo de interés, como quien aprieta una tuerca. Sin embargo congelar al paciente con tal de que no se muera no es necesariamente la receta del éxito clínico y menos aún cuando no se trata de un sólo paciente, sino de 26 y algunos están mejor preparados que otros. Así, si no se compra, se deja de producir, y, si no se produce, no se contrata. Sumado lo uno con lo otro, el efecto final de la ‘batalla contra la inflación’ es la ‘batalla contra el empleo’. Pero, al mismo tiempo, subir los tipos de interés penaliza a quien vive de su salario y beneficia a quien vive de renta. Si tenemos en cuenta que en el norte el paro es estructural, las hipotecas son mayoritariamente a tipo fijo y el ahorro es muy superior, parece evidente que, como en la Gran Recesión, las políticas del BCE están siempre hechas a medida de los mismos.

Y no sólo hablamos en clave Norte-Sur, sino también del eje público privado. Así, cuando la banquera Ana Botín dice que ‘la inflación es el cáncer que hay que combatir’, lo hace porque el tratamiento le sale muy a cuenta. Y es que cuando la gran banca ingresa cada hora ocho millones en intereses y otros tres en comisiones, la cosa está como para ponerle un monumento a los tumores. De manera parecida a los precios al consumo, donde se ha incorporado el aumento de los precios energéticos, y no se han reducido cuando estos sí lo han hecho, la Banca aumentó comisiones para paliar su ‘déficit’ en intereses por los tipos casi negativos, y ahora que han subido, no reduce las comisiones. El resultado en 2022 fue de 21.000 millones de euros. En cuatro años, incluidos los de la pandemia, suma ya 50.206 millones de beneficios netos, y eso que la banca española, así los y las expertas, no tan sólo tiene una dubitable calidad moral, sino la peor calidad financiera de toda la zona euro. Pero como dice sin tapujos el Presidente Gorigolzarri: “los beneficios de la banca se están normalizando” y si en la normalidad no cabemos todos, pues habrá quien sobra.

Que el Banco Central Europeo no representa los intereses de la ciudadanía sino los de la banca privada no es ningún secreto. Tampoco que eso es posible gracias a que tiene un único mandato, el de ‘la estabilidad de precios’, que omite y margina el papel que juegan para la ciudadanía europea cosas tan irrelevantes como el empleo, la renta de los hogares o la cohesión social. Lo que tal vez sorprenda, es que eso sea a cuenta del erario público. El dinero que el BCE prestó a tipo cero en la fase de expansión cuantitativa, ahora le vuelve en calidad de depósitos que ha de pagar al 2%. Un negocio redondo para algunos/as, que, en el caso del Banco de España, supondrá unas pérdidas de 2.000 millones y que en 2022 le costó a la Reserva Federal norteamericana, la friolera de 18.800 millones de dólares. Y a cada nuevo incremento del tipo, más negocio para unos pocos. Parece evidente que a lo que asistimos es a una transferencia unidireccional y unívoca. Una que no va dirigida a fortalecer el estado del bienestar, sino el bienestar de unas y unos pocos.

Si se interpela al BCE sobre la coherencia del planteamiento y sobre el agravio que comporta esta política su respuesta es clara. Al ser el Banco Central: ¡La cosa se soluciona imprimiendo más dinero! Y alguno se dirá. Pues vaya manera de combatir la liquidez, que es lo que en teoría pretende la subida de tipos. Como ha mostrado el economista Paul de Grauwe, lo que está sucediendo y al parecer conmueve poco o nada a quien debiera velar por el interés público, es que los bancos centrales están transfiriendo el beneficio de su monopolio en la creación de dinero a la banca privada, y que por tanto, lo que sucede, es que se está institucionalizando el robo. Si alguien tenía alguna duda de dónde se encuentra el palacio de invierno, que empiece a buscar por los meandros del Meno… Y que se de prisa. Por si tuviera algún efecto el incremento del tipo de interés sobre la inflación, eso es, que, en palabras de Botín, hubiera cura para el cáncer, el Banco Central Europeo está revisando la ponderación de los diferentes componentes de la inflació con tal de prolongar un poco más negocio y agonía.

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