jueves, 9 de junio de 2022

André Gorz 2

Escribe David Harvey que la única manera de desposeer a la clase capitalista es mediante una “amplia y convincente visión de una alternativa alrededor de la cual pueda confluir una subjetividad política colectiva”. Para el autor, el concepto fundamental en el que debería sostenerse esta alternativa es el de ‘alienación’, enlazando así con el Marx del Manifiesto y de los Manuscritos económico-filosóficos, aunque de quien se sirva para su reflexión sea de André Gorz. Éste, defendía que la alienación que introduce la racionalización económica del trabajo se compensa necesariamente con una segunda alienación, la del consumo: “los trabajadores funcionales, que aceptan la alienación en su trabajo porque las posibilidades de consumo que ofrece son una adecuada compensación, solamente pueden existir si simultáneamente se vuelven consumidores socializados.” No se trata por tanto del consumo orientado a satisfacer necesidades inmediatas, sino de un consumo compensatorio que resarce al trabajador ante sí mismo y ante los demás.

La clave del marketing es despertar el apetito por algo que en realidad no se necesita, y para eso el producto tiene que poder asociarse a la felicidad, a la realización personal, a la autoafirmación ante los demás. Esta puede basarse en la distinción o la exclusividad, pero siempre le retornará, en términos sociales, esa parte de ‘sociabilidad’ y ‘significación’ que la tecnología le roba en el proceso productivo a la persona. El trabajo no tan sólo es creación de riqueza, sino un ámbito de autocreación que la máquina, el molde, la cadena de producción, tornan en espacio y tiempo yermos. Gorz plantea en esta lógica una sorprendente paradoja. Por un lado el precio que pagamos por la tecnificación tan sólo es aceptable si nos ahorra tiempo y trabajo, pero, por el otro, si lo que la tecnología ahorra es tiempo y esfuerzo, destruye al mismo tiempo todo el sentido que pueda tener aún para nosotros el trabajo. Por eso, frente a la alienación, la mayor subversividad reside, para el filósofo francés, en disputar el tiempo de trabajo, aún al precio de reducir el consumo compensatorio.

La tecnología se justifica tan sólo si hace superfluo un trabajo que ya no quiere ser trabajado, porque acaba por reproducir en el obrero la automatización, el carácter instrumental de la propia máquina. Sin embargo es la propiedad sobre los medios de producción la que hace imposible que el trabajo sea superfluo, porque es éste el que genera el plusvalor que hace posible que se reproduzca el capital y hace posible, al mismo tiempo, la renta que es indispensable para el consumo de aquello que se produce. Y si parece que esta lógica se circunscribe exclusivamente al ámbito industrial donde la tecnología determina la organización del trabajo desde la primera revolución industrial, la traslación a otros ámbitos sectoriales es hoy evidente, y basta con pensar en la banca comercial, en los dependientes de los comercios o con observar al camarero robot que nos atiende en algunos restaurantes asiáticos.

Si la parte del trabajo que Marx asignaba a la reproducción social, eso es, a satisfacer las necesidades de la clase trabajadora para pervivir como tal, la pudiera desarrollar la tecnología, se plantearían dos grandes cuestiones. En primer lugar la de cuál sería el poder de los unos sobre los otros, o yendo un paso más allá, cuál sería la necesidad que tendrían los unos (propietarios de la tecnología) de los demás (consumidores). En segundo lugar se nos plantearía la gran incertidumbre de qué hacer con nuestro tiempo. Probablemente sea aquí donde falta una visión capaz de hacer confluir la subjetividad política colectiva mencionada al principio. ¿Tiene algún sentido colectivo el trabajo puramente ‘autocreativo’? ¿O hay tal vez una mayoría que prefiere una creación ‘social’, eso es, útil para los demás? Es difícil concebir un mundo tan sólo de artistas e intelectuales, o como mínimo de hacerlo sugerente o atractivo. Parece así preferible no tanto priorizar la abolición del trabajo, como encontrar una alternativa a la otra gran variable del capitalismo: ‘la propiedad’.

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