lunes, 23 de mayo de 2022
André Gorz
Para André Gorz como para Jean-Paul Sartre, el alma era el cuerpo, e importa en ello el orden de los factores. La etimología liga el alma al aliento, el ‘atma’ indoeuropeo, y es por tanto lo que nos inspira de manera ‘orgánica’. El cuerpo sin aliento no existe más que como cuerpo ‘presente’. La vida es flujo, inmaterial y dinámico, espíritu, en sentido literal, etimológico, porque su raíz es el ‘soplo’, también de raíz indoeuropea. Hay autores que se nos hacen presentes mediante el intelecto, pero hay pocos a los que se les perciba hasta el aliento. Gorz es uno de ellos. Escribió, en su mirífica carta a Dorine, que siempre había intentado no existir, y es prueba de ello que nunca se sintió atado ni por el nombre, Hirsch (ciervo) en origen, Horst por vía materna, Bosquet como articulista y Gorz en la obra más filosófica, ni tampoco por su condición, lengua o nacionalidad. Si empezó a existir fue por el influjo de la persona con la que compartió 60 años de vida ‘presente’, y a ella debemos sin duda el aura textualizada y, por tanto, ‘materializada’, de un pensamiento que anticipa buena parte de los debates que aún hoy seguimos sin resolver.
André Gorz puso fin a su vida desde la coherencia. Frente al ‘agotamiento’ físico de la persona que le conminó a ‘existir’, decidió sumarse a su ‘extinción’, y levó anclas un 23 de septiembre de 2007, en Vosnon, en el Gran Este francés. Un mes antes había quebrado el banco de inversión American Home Mortgage, anuncio premonitorio de una gran recesión que Hirsch, Horst, Bosquet y Gorz, habrían saludado como la confirmación de la alternativa insoslayable entre afrontar una crisis catastrófica o emprender el reto de una ‘sociedad autoorganizada’. Nos dejó su aliento y desaliento, porque no nos da la vida, sino que nos invita a respirar, a cada uno en función de sus ‘necesidades’. Cómo habría de ser si no, cuando hablamos de quien concibió el socialismo desde un compromiso humanista, existencialista, que sitúa en la emancipación el único horizonte posible para disfrutar de una vida digna. Tiene que ver el ‘desaliento’ con una de las facetas o fuerzas que caracterizan la obra de Gorz, demasiado autónomo para ‘provocar’ pero suficientemente ‘comprometido’ para no ahorrarnos a ninguno de los que nos sentimos izquierda como vanguardia de un pensamiento ‘crítico’, el acicate de un ‘revulsivo’ intelectual.
Para un sindicalista, un activista, o un ‘político’ en el sentido etimológico de ‘arte social’, Gorz es un torpedo en la línea de flotación de cualquier pretendido ‘equilibrio’ intelectual. Trabajo y sociedad definen tal vez el contraste primario en el que encauzar un espíritu tan libre como el del autor que arraiga intelectualmente en Marx y en otras muchas lecturas nunca asumidas, sino ‘interpretadas’, desde la vocación por la absoluta autonomía y, por tanto, la superación inmediata de cualquier deuda o adscripción programática. En esta orientación, y pecaríamos de ingenuos o desagradecidos si no asumiéramos la emancipación como único móvil y esencia de Gorz, cabe situar el horizonte del plusvalor, como fundamento dialéctico de la pugna entre individuo y sociedad. El capitalismo comporta el reto por disputar la apropiación del excedente del trabajo como ‘producción’. La disyuntiva reside en disputar la renta que genera lo que no es trabajo como creación estricta de valor ‘social’, o disputar el tiempo de ‘dedicación’. Renta o tiempo. Es en este vértice en el que se sitúa la alternativa. La opción preferente del movimiento obrero ha sido la renta, y es aquí donde éste parece asumir el valor ‘mercantil’ del trabajo, que, de manera desacomplejada, cuestiona Gorz.
Si ante la posibilidad de luchar por el equilibrio ‘justo’ en la distribución del beneficio, la opción hubiera sido la de apoderarse del tiempo, la redistribución social de la dedicación al ‘trabajo’, habría comportado, entre otros, la anulación del efecto de ‘ejército de reserva’, y la cosmogonía de la élite del trabajo, como ‘clase’, que tiene el ‘privilegio’ de disfrutar de una renta asegurada frente a aquellos y aquellas que, sumidos en la marginación, viven la precariedad como condición. La denuncia de esta injusticia y de este malestar, distinguen a Gorz. Plantear la exigencia a la clase ‘trabajadora’ de ser fuerza transformadora, eso es, palanca, que no ‘parte’ del sistema, comporta un salto cualitativo en la asunción de un papel que dignifica a la clase obrera, como aquella en la que reside la responsabilidad de un futuro ‘político’ y ‘real’.
A día de hoy, cuando se cumplen casi quince años de la ‘desconexión’ voluntaria de Gorz, huelga decir que la disyuntiva sigue viva, y que la única llama de la esperanza radica en la clase trabajadora. Es ‘parte’ del sistema, pero frente al tecnofetichismo y su degeneración en ‘tecnofascismo’, la principal alternativa sigue residiendo en el trabajo organizado, que continua articulándose como única ‘palanca’ real de transformación. La ‘posibilidad’ pasa por la asunción de su ‘responsabilidad’ histórica, algo que encaja perfectamente con la visión de Marx. La disyuntiva entre renta o tiempo, sigue candente. La respuesta pasa por la educación, la emancipación como espíritu que nos transmite la espiración, el aliento de un grande de la filosofía, del compromiso social y de la redención intelectual, que nos dejó huérfanos de una libertad que sigue a nuestro alcance, a pesar de todas las incertidumbres.
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