lunes, 27 de septiembre de 2021
Sin complejos
La extrema derecha sigue implacablemente su hoja de ruta: Tergiversar, polemizar y crispar en una estrategia de baja intensidad, a la que son volubles algunos medios y a la que sirven de caja de resonancia las redes sociales. Un ejemplo reciente lo tenemos en el bulo de la carta del Alcalde de Reinosa respondiendo a una supuesta petición de padres musulmanes para que se suprima la carne de cerdo en el comedor escolar. El bulo es recurrente (ya se difundió en 2019) y totalmente falso. No existe ni la petición de los padres, ni la supuesta respuesta del alcalde, ni tampoco el artículo que se menciona y que habría publicado ‘El Diario Montañés’. Una farsa miserable que no pretende sino alimentar la xenofobia, el racismo, el odio a la diversidad y el eterno recurso a la ‘identidad patria’ como sucedáneo que distraiga de la crisis social que comporta la globalización financiera. Una mentira tóxica que se vierte además a costa del buen nombre de una ciudad, Reinosa, cuya historia reciente se escribe con la migración, y que fue ejemplo, hace 35 años, de la solidaridad y de la lucha organizada de los trabajadores.
Es de justicia recordar en este sentido que la industrialización comportó que el municipio cántabro pasara de 3.000 habitantes, en 1910, a cerca de 9.000 en 1930, empleados en buena parte en fábricas metalúrgicas como La Naval. Quedan en la memoria los ‘sucesos del 87’, con los que se hizo frente a la reconversión industrial mediante huelgas generales que fueron reprimidas brutalmente por la Guardia Civil, en aquel momento a las órdenes de Luis Roldán, y bajo la batuta del ministro José Barrionuevo, que llegó a declarar que “los reinosanos son violentos y la vergüenza de la clase trabajadoras”. Reinosa no es por tanto ajena a la migración y no sufrió por las personas que buscaron allí su oportunidad, sino por la deslocalización del capital que las desposeyó de su trabajo y de su forma de vida. Sin embargo cuando en la carta supuestamente enviada a los padres por el alcalde se dice que “A pesar de los golpes de los internacionalistas los españoles no piensan renunciar a su identidad” la referencia no es a la globalización y la pérdida de soberanía, sino a la ‘migración’ a secas.
Se trata por tanto de una mentira pero también de una tergiversación. Ante la inseguridad que introduce la globalización, el recurso común del populismo es a la identidad y al victimismo. Como es sabido, la extrema derecha come de la mano ‘internacional’ del capital, que sufraga sus campañas y prebendas, a cambio de difundir el discurso de la ‘identidad nacional’, como dique de contención ante el hartazgo social que comporta la creciente desigualdad. La manipulación de la migración, las vías por las que se pretende azuzar el miedo al otro, obvian que la xenofobia no se entiende sin una buena dosis de aporofobia. Que el jeque venga de visita con un séquito con pañuelo, o que el futbolista internacional no coma carne de cerdo, no comporta polémica alguna. Es la pobreza la que hace criticable y también vulnerable la migración. Que el colono francés en Argel o Haití impusiera sus hábitos y de paso hiciera ‘migrar’ mediante el esclavismo a su fuerza de trabajo (20 millones de personas entre 1500 y 1900) es ‘mundano’ y ‘comprensible’, mientras que los hábitos alimenticios o costumbres de los migrantes musulmanes representan un desafío y un insulto al sentido común.
Sin embargo a nadie se le escapa que la migración es necesaria. Ya no sólo la de los altamente cualificados, sino de quienes dan continuidad a un modelo intensivo en mano de obra que es seña de identidad de nuestra estructura sectorial. Cuando sin políticas familiares y por obra de la precariedad endémica de las personas jóvenes, la natalidad cae en picado, la migración es además la válvula de escape con la que mantener el pulso económico y los ingresos del estado del bienestar. Que esa migración responda en el caso de los y las migrantes al deseo de mejorar su situación personal, se presenta como una veleidad o un lujo, cuando la movilidad geográfica, a excepción del ‘esclavismo’, es la mutua satisfacción entre las necesidades de empresas y trabajadores, migrantes o no, lo que vale para Reinosa y para cualquier otro lugar. La xenofobia es, esencialmente, aporofobia, y estigmatiza a la persona migrante por su pobreza y necesidad. Así le pasó a los españoles que fueron a trabajar a Alemania, y así le pasa hoy a quienes vienen a nuestro país.
El discurso de la virtud patriótica y del supuesto ‘egoísmo’ del migrante que busca su ventaja, como si quien le contrata no hiciera lo propio, se acompaña a menudo de una tercera derivada, la de la crítica al ‘relativismo cultural’ de la izquierda que, sin complejos, se resiste a ser encasillada en el discurso ‘patriótico’ y que, frente a la causa supuestamente incontestable de la identidad, no distingue entre unos y otros. Una burda estrategia que trata de distraer de una contradicción aún mayor. Son precisamente estos paladines del populismo identitario quienes peor defienden nuestros derechos, ya sea en el trabajo, en el acceso a la sanidad, a la educación pública, a la vivienda o a una pensión digna. Al tiempo que criminalizan al inmigrante, promueven e impulsan las políticas socioeconómicas que, desde siempre (en 1960 y en 2012), condenaron a la población más vulnerable a la migración.
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