domingo, 27 de junio de 2021

La Barcelona del corriol

Hace un tiempo parecía inaudito, pero hoy sabemos que la preocupación por el medio ambiente genera plusvalía social y económica. El mejor ejemplo lo tenemos bien cerca. La repoblación exitosa del estanque de la Ricarda y del hábitat de anátidas y otras aves como el corriol (chorlitejo), corrige a aquellos y aquellas que ponían en un lado de la balanza el equilibrio ecológico, y, en el otro el progreso social y económico de nuestro país. Cuando tal vez la inmensa mayoría ya no se acuerde de cómo empezó todo, lo que sí recordamos es cómo la lucha por conservar un espacio natural fue el detonante de la tercera gran revolución metropolitana que hoy nos invita a vislumbrar un futuro de prosperidad. Después de la olimpiada y del fórum de las culturas, la Barcelona del corriol, como alguien la bautizó, añadió una tercera transformación integral de la urbe que, después del deporte y de la interculturalidad, sitúa la sostenibilidad social y ecológica como nueva seña de identidad de nuestra milenaria ciudad. Tienen que ver sin duda los fondos europeos y por tanto se trata de una oportunidad y de una conciencia inducidas, pero no hubiera sido posible sin el fuerte consenso alcanzado de manera casi milagrosa a principios de los años veinte.

Si tuviéramos que escoger una imagen o un momento emblemáticos, sería tal vez aquella conferencia internacional en la que una política, hoy olvidada, se sacó del regazo una pequeña ave de dorso de color terroso y picos y patas negras, para entregársela solemnemente al presidente de la patronal, sentado a su lado. Se discutía en aquel momento la ampliación de la tercera pista del aeropuerto y a pesar de que el empresario, concentrado en sus argumentos, se resistió, cuando finalmente estiró el brazo para abrazar el pájaro con la palma de la mano, la tempestad de flashes le hizo sonreír. Si no fueron la suavidad del pelaje y el pulso acelerado del ave que sujetaba los que le convencieron, fueron las portadas de los diarios e informativos del día siguiente, que lo presentaron como triunfador de la noche, la noche del corriol, como alguien la bautizó. Nadie sabe qué le pasaría por la cabeza cuando fue entrevistado al día siguiente, ya sin pájaro, pero con la emoción a flor de piel, y pronunció las palabras que siguen recordándose: “La fuerza de esta ciudad, su capacidad de superación radica en un espíritu inagotable de inspiración e inteligencia colectivas, que nos obligan a estar a la altura a todos”.

A partir de aquel momento los acontecimientos se aceleraron. Tuvo que ver la voluntad de fijar un horizonte temporal al objetivo de la Barcelona limpia, de la capital mundial del progreso sostenible y de la innovación. Poner el año 2026 pudo parecer atrevido, y de hecho hubo algunos editorialistas que se cebaron, pero cuando se empezaron a definir los compromisos, una reducción del 50% de las emisiones en cinco años, y se supo captar la atención en Europa con titulares como ‘Barcelona se reinventa’, ‘La olimpiada de los pájaros’, o ‘Vuelve la ciudad de los prodigios’, se extendió la sensación de que allí tomaba forma algo más que una ocurrencia. Ha de reconocerse que para capacidad de resiliencia la de nuestra ciudad, por la que ha pasado de todo, pero que siempre ha sabido volver a levantar la cabeza. Cuando nos dimos cuenta de que no faltaba talento ni ingenio para realizar el sueño que se había iniciado, incluso empezamos a sentirnos cómodos. Tal vez porque sentíamos prender la chispa de un orgullo casi olvidado, el latido de un pulso demasiado tiempo adormecido. No hubiese funcionado sin la locura, la obstinación y el genio que nacen en esta orilla del mar, y no hubiese cuajado sin el diálogo constructivo que sabemos reconstruir cuando sacamos fuerzas de flaqueza.

La idea de reconducir la industria petroquímica para centrarla en la producción de carburante con impacto mínimo para la aeronáutica no hubiese sido posible sin imponer condiciones estrictas a las inversiones, como tampoco hubiera sido posible convertir Cataluña en un polo de desarrollo de la electromovilidad, si no hubiese habido una iniciativa pública que supo consolidar las inversiones ahora atraídas por el espíritu y potencia creativa de una ciudad con vocación transformadora. Evidentemente se aprovecharon algunas empresas ya arraigadas, pero si estas se quedaron fue porque había una visión y una promesa que funcionaba como un estímulo permanente. Nada hubiese pasado si no se hubiese invertido además en las personas y en su talento, si la inversión en la mejora de competencias y en el empleo de calidad no hubiese permitido transformar un modelo turístico, que dejó de girar alrededor de los bajos salarios y los contratos temporales, para centrarse no en el dinero que dejaban los y las visitantes, sino en la experiencia y en la vivencia que se llevaban con ellos.

Habrá quien añore los cruceros en nuestro puerto y quien diga que eso de tener que venir en velero o barco eléctrico es una tontería. Pero quién hubiese dicho que volveríamos a tener astilleros y una industria marítima en el litoral catalán, que es la envidia de muchos otros países. Habrá quien diga que hoy la juventud comienza a trabajar demasiado pronto, pero eso es por no tener en cuenta la formación que tienen con 30 años, ni las oportunidades vitales que se les presentan al trasladar su talento al sector público y privado con tal de que aprovechemos su empuje y creatividad. Hace dos días, cuando le preguntaban en la televisión a una mujer joven de origen africano qué pensaba de tener un trabajo y un salario dignos, se quedó sonriendo a cámara y juntó las palmas de la mano como si con ellas abrazara una pequeña ave. La Barcelona del corriol ha hecho realidad aquello que soñamos. No nos preguntemos cómo llegamos. Pensemos tan sólo en cómo continuar avanzando.

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