
De las muchas y luctuosas citas del dictador, una de las que más dan que pensar es aquella declaración de 1947, en la que el generalísimo dejó dicho para la eternidad “Cuando otros van hacia la democracia, nosotros ya estamos de vuelta. Estamos dispuestos a sentarnos en la meta y esperar que los otros regresen también”. Estas palabras recogen de la manera más llana la relación de chulería y descreimiento que caracteriza desde siempre la comprensión que ha tenido y tiene la derecha española de la democracia. La define en el fondo un profundo clasismo, en el que no se comparte que el jornalero tenga la misma voz que el capataz, en la que se lamenta, que el supuesto analfabeto, vaya a emitir su voto con la misma fuerza que el señor. Esta es la razón principal por la que la derecha ha recurrido desde siempre al populismo, y lo es también para que, sin taparse las vergüenzas, se organicen en tripartito PP, C’s y Vox.
El régimen franquista se legitimaba como democracia orgánica, porque pensaba que la democracia parlamentaria era ineficaz al agotar su energía en la pugna entre partidos y no servía a los intereses del estado. Este domingo en la plaza de Colón, sobre un fondo de música de videojuego, entre proclamas y cursiladas varias, se oía por megafonía: “Hoy todos somos uno. No es cuestión de partidos, es cuestión de banderas”. Poco ha cambiado el discurso, y el hilo que se distingue de fondo nos trae reminiscencias del ‘una, grande y libre’, del españolismo excluyente, el férreo catolicismo, el anticomunismo de siempre. Estas son las señas de identidad que se cuecen a la sombra de una bandera que, en palabras del conductor del acto de Colón, ‘nos protege, nos defiende, nos ampara…’ y que, como símbolo y objeto inanimado, nos confronta con la pregunta… nos protege, nos defiende… pero ¿De qué?
Es sorprendente que una alianza supuestamente informal, pero claramente coordinada entre tres partidos, no sitúe su denominador común en el partido que ocuparía supuestamente un punto intermedio, eso es el PP, con C’s orientado hacia el centro, y VOX apropiándose del extremo. Es lo que ha pasado históricamente con otros tripartitos, pero no en este, en el que el centro de gravedad parece trasladarse a la extrema derecha. La razón para que así suceda, radica muy probablemente en el oportunismo que caracteriza a los tres líderes, y que es endémico de sus trayectorias políticas. Casado, Rivera y Abascal no se orientan por un giroscopio ideológico, sino directamente por una misma veleta que adivina y caza al viento la más mínima oportunidad de darle un zarpazo a las encuestas. Y se equivocan, sobre todo Albert Rivera, por demostrar una irresponsabilidad, que espanta a la derecha en Europa.
Bajo la bandera nada ni nadie se distingue, ni el que ha venido a la política para forrarse, ni el que sirve intereses, ni quien es sencillamente gregario por naturaleza. Grandes patriotas como Felipe, Luis, Rodrigo, Mario o Emilio, han demostrado hasta qué punto el amor por la patria es compatible con la evasión y elusión fiscal, la corrupción, la codicia o la explotación y ruina de los propios paisanos. La bandera es la alfombra bajo la que pueden barrerse todos los lodos, es la cortina que tapa todas las vergüenzas y es la mortaja con la que los falsos demócratas entierran a voces la democracia por ser incapaces de entenderla. Es, en definitiva, el tótem de aquellos a los que aterra la emancipación de las personas, de las mujeres, los jóvenes, los trabajadores, y que transigen con la violencia doméstica, ya sea de género o contra la propia ciudadanía, porque antes hunden el país, que permitir que sean otros los que lo definan.
Coinciden Pablo, Albert y Santiago en otro punto preocupante, y es que, de la Constitución, a la que tanto apelan, parecen importarles tan sólo los dos primeros artículos, y a alguno incluso le repele el primero, porque le suena a raro lo de estado social y democrático. El resto probablemente les sobra, ya sean las comunidades autónomas, el derecho al empleo, a la pensión justa, la fiscalidad progresiva o a la vivienda. Son grandes patriotas, pero son, parece evidente, constitucionalistas de pacotilla, a los que se les ven las intenciones desde bien lejos, ya sea desde Bruselas, Berlín o Estocolmo. La alianza entre los tres partidos conforma así un tripartito extraño, algo rancio y casposo, y que por sus ínfulas y máculas antes que un tripartito al uso, nos parece un trifranquito en pleno siglo XXI.
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