
El 31 de octubre de 1936 el presidente demócrata norteamericano Roosevelt daba en el Madison Square Garden un discurso electoral en el que proponía reeditar el ‘New Deal’ y apuntaba a aquellos que lo querían destruir y que… “habían empezado a considerar el gobierno de los EEUU como un mero apéndice de sus propios negocios”. Reivindicando la autonomía de la política se reafirmaba en sus convicciones diciendo que “sabemos ahora que el gobierno del dinero organizado es tan peligroso como un gobierno de la mafia organizada”. Los EEUU llevaban en 1936 aproximadamente los mismos años de recesión que llevamos en el Sur de Europa, unos 7. Pero a diferencia del gobierno norteamericano que enfrentó la crisis con políticas de corte keynesiano, en Europa las políticas de austeridad aplicadas las han recetado aquellos que Roosevelt denominaba ‘viejos enemigos de la paz’: “Los negocios y el monopolio financiero, la especulación, la banca imprudente, el antagonismo de clases, el seccionalismo, los especuladores de la guerra”. Si por seccionalismo entendemos la excesiva devoción por intereses regionales, eso es, la falta de compromiso entre territorios, parece efectivamente que hablamos de la clase política que nos gobierna en Europa hoy.
El ‘gobierno del dinero organizado’ se sirve de diferentes mitos para mantenerse en el poder. El principal es el de ser competitivos en un mundo plagado de amenazas emergentes. Para hacerles frente hace falta inversión como la que plantea el tan aplaudido plan Juncker. Pero al no tratarse de un plan de inversión público, este precisa atraer, ¡Oh casualidad!, la inversión privada. Es en esta lógica en la que se inscribe la agenda europea ‘Mejor regulación para mejores resultados’ presentada el pasado 19 de mayo. Como no podía ser de otra manera, no hay mejor regulación que la que no existe, y así ¿Quién lo dudaba? el plan Juncker se convierte por arte de magia en un argumento de autoridad para la desregulación. La nueva agenda de la Comisión prevé reducir la iniciativa legislativa de la Comisión y retirar unas 80 propuestas en ámbitos tan relevantes como la fiscalidad energética, el reciclaje, el control de emisiones o la salud laboral. Una punta de lanza, en definitiva, para rebajar estándares y situarlos ya en la órbita de armonización a la baja que caracteriza el TTIP y otros mecanismos de privatización de la política. Una patraña tan evidente que le valió al inefable Vicepresidente para ‘legislar mejor’ Frans Timmermans, el ser recibido en el Parlamento Europeo al grito de ¡Vergüenza!
Un segundo mito junto al de la competitividad, la inversión y la ‘confianza’ por parte de los mercados, es el de la eficiencia. Pero Europa, a diferencia de los EEUU, exporta más de lo que importa, al igual que lleva décadas atrayendo inversión. Lo que es ineficaz es que se paguen salarios que no permiten vivir, y lo que resulta indignante a la par que ineficaz, es que lo que antes recaudábamos en impuestos, ahora nos llegue en forma de préstamos de la banca privada. Máxime cuando el dinero lo imprimimos nosotros (aún…) y se lo damos a coste cero a estas mismas entidades. El mito así no es que hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades, sino que llevamos años recaudando por debajo de nuestras necesidades. Como demuestra el impactante estudio ‘
La ilusión fiscal’ hecho por Oxfam, la crisis es el resultado de la desregulación bancaria y también de la desregulación fiscal que ha ahogado a la economía real mientras engordaba hasta la morbidez a la economía financiera. La evasión y la elusión fiscal suponen una pérdida anual de 1 billón de Euros, lo que da casi para 3 planes Juncker. Esa es la inversión que necesitamos, la que se ahorran las grandes transnacionales que aprovechan la laxitud interesada de una Comisión que trabaja tan sólo al servicio del capital privado.
Escándalos como LuxLeaks, que debería haberle costado el cargo al presidente de la Comisión y ex primer ministro de Luxemburgo, el reciente juicio contra la consultora PwC, tan próxima a la Comisión, por fraude en España, o la sanción de 5.780 millones de euros a UBS, Barclays, Citigroup, JPMorgan, RBS y Bank of America por violar las normas antitrust, muestran cómo trabaja ‘La banda del dinero organizado’. Que el PP y el PSOE votaran en contra de la creación de una comisión de investigación en el Parlamento Europeo por Luxleaks, o que PwC financiara con 400.000 libras al partido laborista, muestran hasta dónde llegan sus tentáculos. Parece obvio que si Apple, Amazon, Google, Microsoft, Ebay, Yahoo o Facebook pagaran lo que les corresponde ya tendríamos suficiente ‘inversión’ norteamericana. En España, si las grandes empresas no pagaran tan sólo el 5,3% en impuesto de sociedades, la recaudación de este impuesto no habría bajado un 56,3% entre 2007 y 2014 y las cuentas públicas estarían más saneadas. El fraude fiscal en nuestro país es de 59.500 millones. La inversión española hacia paraísos fiscales creció en un 205% entre 2013 y 2014. Esta es la indignante realidad que precisa ser ‘gobernada’. Como resume Susan George en su último libro ‘Los Usurpadores’ “Necesitamos desesperadamente leyes impositivas que impidan a las corporaciones destruir la democracia, los derechos humanos y la vida misma”. Ese debería ser nuestro primer plan: Pararle los pies a ‘La banda del dinero organizado’.
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