
De Grecia nos viene
también el origen etimológico de otra afección que podría haber atacado de
forma pandémica a la clase política europea. Se trata de la ataxia, que en
griego quiere decir ‘sin orden’. Los síntomas de este trastorno clínico se
caracterizan por la descoordinación de los movimientos de las partes del
cuerpo. Puede ser genético o producto de enfermedades como la rabia o la
encefalopatía, pero también de un fuerte traumatismo en la cabeza. La
padecieron celebridades políticas como Abraham Lincoln, aunque en su caso la
dolencia no le impidió abolir la esclavitud ni tampoco instaurar la
reconciliación en un país arrasado por una guerra de secesión que devastó gran
parte de los Estados Unidos. Si bien la sobriedad y control psicomotriz de
nuestros dignatarios europeos queda fuera de toda duda, sí podemos decir que,
en su conjunto, como órgano humano a la par que político, el Consejo Europeo
muestra síntomas de una grave descoordinación que refuerza la sospecha de una
ataxia colectiva.
Finalmente nos
encontramos con la afaxia o afasia. Se trata de la pérdida de la capacidad de
producir o comprender el lenguaje debida a lesiones en áreas cerebrales
localizadas habitualmente en el hemisferio de la izquierda. En sus síntomas
tiene parcialmente paralelismos con el trastorno de Asperger que comporta la
ausencia de habilidades sociales, la dificultad a la hora de entablar relaciones
sociales, una baja coordinación y un rango de intereses restringido, a pesar de
que, en lo relativo a la inteligencia, los pacientes que padecen esta
enfermedad puedan estar por encima de la media. Este tipo de enfermos tiene
dificultades para entender las sutilezas, la ironía o el humor y padecen de
graves impedimentos en el desarrollo de la empatía. Si tenemos en cuenta la
terapia de choque que se está recetando a la población de la periferia europea,
la descoordinación y la enfermiza exaltación de la virtud por encima de la
precariedad y de la miseria, no parece del todo improbable que los médicos que
tratan Europa muestren un complejo cuadro clínico que combine ataraxia, ataxia
y afaxia.
Al contemplar la deshumanización que parece haber contagiado al liderazgo político europeo, al comprobar como, día a día, la inclemencia, la obstinación y la estrechez de miras condenan a la población a la mayor desidia, no resulta tan remota la sospecha de que nos encontremos ante un brote de
insensibilidad degenerativa. La complacencia con la que se siguen impartiendo
recetas que tienen menos de medicina que de ideología, la imperturbable letanía
estadística que desvirtúa la realidad social para legitimar una cirugía inútil
y nociva, despierta la duda de si no estamos condenados a la improbable pericia
de una legión de autómatas. El amigo Udo Belz cuenta que, ante los excesos del
capital, intuye que hace unos pocos siglos hubo un desembarco alienígena. En
ese caso no sería del todo imposible que ante el peligro de humanizarse, los
tales extraterrestres hubieran optado por enviar una avanzadilla de naturaleza
robótica.
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