domingo, 23 de abril de 2017

Tres piernas

Hay algo que conecta a Sicilia, la Isla de Man y Barcelona. Se trata del triskelion un motivo artístico de origen celta, que representa tres piernas dobladas unidas por su parte superior, y que aparece en las banderas de ambas islas, aunque en el caso de la isla mediterránea, el centro lo ocupe la cara de la medusa. En Barcelona esta imagen está presente, porque una buena parte de los grandes yates que están amarrados en la Marina del Port Vell, navegan o se exhiben bajo la bandera de conveniencia de la isla del mar de Irlanda. Desde que, en el año 2010, la sociedad británica Salamanca Group se hiciera con la titularidad de este espacio, antes público, el puerto se ha convertido en un escaparate de la globalización sin reglas que, gracias a la iniciativa de PP y CiU, permanecerá amarrado a nuestra ciudad, hasta el año 2036, tras ampliarse la concesión a esta empresa de capital opaco.

Cerca del muelle del Port Vell está la plaza dedicada a Antonio López, un prócer del esclavismo, eso es, de los anales mismos de la globalización. Si algo tiene ésta, es que favorece que los delitos y miserias que se cometen en una parte del mundo, no afecten a la pátina de respeto y de distinción que se disfruta en el otro, hasta el punto de que la ciudadanía acabe por pasear a los pies de un mercader sin escrúpulos, al que la influencia política convirtió en prohombre de la ciudad. Si algo tiene el capital es el don de la ubicuidad. Lo hemos visto estos días con el Canal de Isabel II, cuyas estribaciones conectan al parecer con el canal de Panamá, con el Amazonas y con el Orinoco, en el marco del flujo de capital transoceánico que atraviesa el planeta, o con Rodrigo Rato, cuya responsabilidad al frente del FMI no le impidió ingresar 31,3 millones a través de tratos amañados con empresas a las que había privatizado anteriormente.

Lo del FMI tiene delito si se considera la trayectoria de sus últimos tres presidentes, pero aún más si se intenta encontrar un hilo de coherencia a su discurso. Así, a principios de año recomendaba a España un nuevo ajuste fiscal, subiendo el IVA, eliminando exenciones y tipos reducidos (medicamentos, pan, leche, frutas…), para al mismo tiempo reducir el gasto en sanidad y educación y ofrecer mayor seguridad jurídica a las empresas en materia de despido. Unos pocos meses después su economista jefe, Maurice Obstfeld celebra la situación boyante de los mercados financieros, advirtiendo al mismo tiempo de las consecuencias de una crisis política que tiene como motor el proteccionismo y la desigualdad que han originado las perturbaciones estructurales en los mercados de trabajo y el crecimiento bajo de los salarios medios. Como para hacérselo mirar, especialmente en el caso de España.

Se trata al parecer de proteger a nivel nacional los derechos y garantías transnacionales de las grandes empresas, mientras se globalizan aquellos que afectan a aquellos/as que viven de su trabajo. Como en el caso de los impuestos, en donde argumentativamente se pretende limitar el debate a ‘subir o bajar’, cuando de lo que se trata es de intervenir en su progresividad, la ceremonia de la confusión se extiende al concepto de ‘protección’, enfrentando de manera interesada la ‘protección social’ a la ‘protección de la inversión y de los flujos comerciales’, que es la que, en el ámbito doctrinal, promueve el crecimiento y con él una riqueza que, debido a la intervención coercitiva en los mecanismos de redistribución de la renta, ya sean salariales o fiscales, nunca llega a trasladarse al conjunto de la población. Agotada toda coherencia en la política económica global, quien se acaba beneficiando es la visceralidad patriótica.

Lo hemos visto en Francia con la primera vuelta de las presidenciales y con la alarmante victoria de Marine Le Pen. Junto a ella se ha querido encasillar también al candidato de la izquierda Jean Luc Mélenchon, en el ámbito del populismo proteccionista. El tirón del líder del movimiento Francia Insumisa, sin embargo no se ha debido al populismo y el recurso al miedo y a las más bajas pasiones políticas, sino a la coherencia del discurso. El proteccionismo solidario al que ha apelado Mélenchon es el de la inteligencia colectiva, el de la refundación democrática de la república y del empoderamiento de la ciudadanía. La repartición de la riqueza mediante una revolución fiscal, el enfrentamiento a la degradación ecológica y la defensa de la multilateralidad global y de un marco reglamentario para la globalización y el comercio, le han valido el apoyo de casi el 20% del electorado. Un importante estímulo para seguir luchando contra la ubicuidad del capital y las tres piernas del triskelion, hasta afianzar un cambio que nos devuelva el equilibrio bípedo que nos corresponde como seres humanos.

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