
Mucho han cambiado los tiempos desde que se escribiera ‘Los desempleados de Marienthal’. A pesar del progreso social y económico, la realidad del paro no irrumpe hoy en nuestra vida cotidiana más que envuelta en una higiénica nube estadística o mediante los pinchazos breves e indoloros del sensacionalismo. A partir de finales de los años noventa con la aparición de la tercera vía y la articulación de una estrategia europea de empleo, tiene lugar una rotunda transferencia de responsabilidades. De la sociedad y de la política al ámbito del individuo. Pocas frases resumen mejor este cambio de tercio que el leitmotiv de la reforma laboral del socialdemócrata alemán Gerhard Schröder: ‘exigir en vez de promover’. Lo que en alemán supone un giro insignificante a nivel fonético (fordern statt fördern) conlleva una auténtica carga de profundidad para nuestro modelo social. Supone una traslación de la ‘culpa’ del desempleo del ámbito de la política económica al de la persona. El fundamento jurídico alemán no fija el derecho al trabajo ‘y a una remuneración suficiente’ como sí lo hace nuestra constitución (art. 35). Pero tampoco esta diferencia pasa de ser un matiz a partir del momento en que también aquí se empiezan a aplicar las mismas políticas ‘de estado’.
El cambio que se opera con la ‘Agenda 2010’ en el mercado laboral alemán es presentado hoy de manera torticera como la clave del éxito del segundo ‘milagro económico’ alemán. Se omiten cuestiones como la cogestión, la liquidez del sistema financiero, el modelo impositivo, o el gasto en formación, investigación y innovación por parte de las empresas. Se pretende argüir que el gobierno de la república federal fue el único que se tomó en serio la estrategia de empleo europea e hizo los deberes a tiempo. Esta estrategia nace con el Consejo Europeo de Amsterdam, en 1997, y se articula en torno a cuatro prioridades: la empleabilidad, el emprendimiento, la adaptabilidad y la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. A excepción de la última, estas prioridades se basan en el mito de la iniciativa individual como motor básico de la competitividad. En el caso de la adaptabilidad, la persona se ha de adaptar al entorno, ya sea haciendo uso de la movilidad funcional o geográfica. El emprendimiento recupera e institucionaliza para Europa las esencias de la doctrina liberal, al identificar el instinto de superación, la competencia y la ambición como factores esenciales del crecimiento económico.
Pero es en la empleabilidad donde mejor se muestra la limitación de la ideología que inspira la estrategia europea de empleo y su negativa proyección sobre la situación actual. Es cierto que la capacidad de una persona para encontrar un lugar en el mercado de trabajo se basa en sus competencias, eso es, en su formación, capacidades, experiencia, calificación, pero también en su actitud y sus aptitudes psicosociales, eso es, su autonomía, madurez, disposición y conducta. Sin embargo parece evidente que una persona con la misma empleabilidad será mucho menos ‘empleable’ en un mercado laboral que en otro, en función de las condiciones estructurales. En un marco como el de Marienthal, no habrá empleabilidad que valga ni tampoco emprendimiento posible al no existir ni demanda ni inversión. Quedaría por tanto la adaptabilidad. Que las 367 familias tomaran el camino de la siguiente fábrica, o en el caso de no haber más fábricas, se adaptaran al entorno comiendo bayas e insectos. El camino que nos saca de Marienthal parece evidente que no es el de la emigración, ni el de la empleabilidad, ni tampoco el del emprendimiento o las reformas estructurales. De Marienthal se sale adaptando sí, pero adaptando la circunstancia a las necesidades y capacidades de las personas. A eso se le llama sentido común, solidaridad, soberanía y algo tan extraño como economía política.
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