domingo, 14 de abril de 2013

Equilibrio de competencias

Cuando la atribulada familia del primer ministro británico llegó este viernes a Meseberg, el palacio situado a unos 70 kilómetros de Berlín en el que Angela Merkel acoge, de manera más informal, a sus invitados internacionales, se produjo una circunstancia curiosa. La magnífica propiedad pertenece a la Fundación a la que da nombre Willy Messerschmitt, el ingeniero que desarrolló los temidos cazas utilizados por el ejército nazi. En 2004 esta fundación, constituida en Liechtenstein, cedió al estado alemán, al módico precio de un euro, el derecho de uso de la finca. Una ganga dirán algunos, que ahora le permite a la canciller codearse con sus ilustres convidados en un entorno sin parangón y mostrarles su lado más afable y ufano, ya sea paseando por sus jardines barrocos o dando prueba de su reconocido talento como repostera. Es de suponer sin embargo, que de pensar Cameron por un momento en el historial del prohombre que patrocinaba la entrañable velada, se le atragantase algún grumo o tropezón de fruta del pastel recién horneado. Al fin y al cabo Willy Messerschmitt puso todo su ingenio y destreza en borrar del mapa a Inglaterra, y en sus excesos no puso el menor reparo en recurrir a la funesta SS para disponer de mano de obra esclava para maximizar la producción militar.

Pero probablemente la visita le merecía al primer ministro inglés algunos sacrificios. De lo que se trataba era, al fin y al cabo, de salvar el cuello tras la manifiesta bravuconada que supuso el anuncio, para 2017, de un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Por eso la prioridad era involucrar a la canciller alemana en el debate que Cameron necesita abrir en Europa sobre algo que denomina ‘equilibrio de competencias’. Bajo el titular se esconde un programa para devolver poderes a los estados a costa de un proyecto europeo que en Reino Unido cuenta con cada vez menos simpatizantes. Pero tal vez el viaje tuviera además un componente más emocional y humano.  El mandatario, como buena parte de la derecha británica, habría perdido en Margaret Thatcher una figura que, a pesar de su férrea naturaleza, era un referente de aire casi maternal. Así James habría buscado en Angela el consuelo o la complicidad de una dama de parecido talante: monetarista, inclemente y mordaz. Si bien es menester anotar cierta diferencia. Y es que en vez de torturar a sus propios paisanos, la insidiosa canciller alemana, prefiere desatar su furia ideológica sobre los demás.

Fueran cuales fueran los motivos ocultos de la visita de la familia Cameron al palacio de Messerschmitt - Meseberg, lo que parece evidente es la estrategia de la dirigente alemana en su papel de anfitriona: Aplicarle a los escarceos y rebeldías de su interlocutor tradicional, el presidente francés, un correctivo ejemplar. La creciente deslealtad de Hollande hacia el santo credo de la austeridad merecía ya una advertencia seria: la de un coqueteo germano-británico que cuestionara la necesidad de mantener el eje franco-alemán. Además, ante la evidencia de que la demanda en Europa se hunde y de que el flujo de capitales que se podía atraer hacia el norte, se ha exprimido al máximo con aquello de ‘lo de Chipre no se repetirá’, no estaría de más empezar a apuntar ya un oportuno cambio. Posponer ‘temporalmente’ el ‘más Europa’ para sacarle todo el rendimiento a la hegemonía económica que ha afianzado la injusta gobernanza económica y que tanto beneficio ha supuesto para las multinacionales alemanas. En este sentido la negociación de un tratado de libre comercio con el ‘aliado’ tradicional del Reino Unido, los EEUU, marcaría un momento de especial idoneidad para cambiar de tercio.

En esta circunstancia, hay pocas cosas más desesperantes que escuchar hablar de ‘los alemanes’. Pensar en categorías nacionales es entrarle al trapo a la demagogia que ha alimentado estratégicamente el establishment alemán y serle fiel al espíritu que hizo ricos a los Krupp, a los Braun y a los Messerschmitt, ya ganaran o perdieran guerras. Los fallos en la arquitectura de la Unión han sido utilizados por el capital y el gobierno alemán para forzar la recapitalización de sus instituciones financieras y para conquistar, mediante reformas estructurales, ventajas económicas para sus grandes empresas. Hoy los europeos, pero también los millones de alemanes que viven de forma precaria y dependiente, precisan urgentemente de un nuevo ‘equilibrio de competencias’. Pero no para devolver el poder a los estados, sino para devolver el poder al trabajo frente al capital. Es preciso un equilibrio que devuelva la financiación de los estados a los bancos centrales y le retire esa potestad a la banca privada. Además es necesario reforzar frente a las grandes corporaciones el papel de las medianas y pequeñas empresas que, no es baladí, crean el 75% del empleo europeo. En ese sentido ‘equilibrio’ es la reforma, supervisión y armonización de la fiscalidad sobre las sociedades y el mantenimiento, desarrollo y coordinación de la negociación colectiva en Europa.

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