viernes, 26 de abril de 2024

La crisis del bingo

'En una sociedad compleja como la nuestra no podemos menospreciar ningún ámbito de sociabilidad ni ningún sector de actividad económica'. Así se lee a la patronal catalana, en una reciente publicación. Lástima que no se refiera al sector de los cuidados, a la educación especial, o a la inteligencia artificial, sino a un sector tan estratégico como el del bingo, en el que aprecia, "unas características de proximidad hacia las capas populares que le otorgan un papel difícilmente substituible". Tener una organización empresarial que dedica una de doce páginas de un texto con conclusiones sobre política fiscal al bingo, resulta perturbador. Máxime cuando, en ninguna de ellas, aparece la palabra fraude, ni tampoco la evasión o la elusión fiscal. Se presupone así que la patronal no ha de proteger a los y las emprendedoras que respetan las reglas de juego y ponen en valor por encima de todo su capacidad de innovación, de organización y de liderazgo, sino a aquellos que pretenden vivir en el lado salvaje de la vida y de la empresa, imponiendo no más que una codicia insaciable y una inmensa falta de escrúpulos.

Dice Foment, que Catalunya es un infierno fiscal, a pesar de estar la recaudación por debajo de la media europea. Comparar el hacer frente a las obligaciones tributarias con las condiciones de un infierno es hoy un auténtico despropósito. Si acaso el infierno está en Gaza, junto al Don, en las calles de Kabul o en Haití. La referencia al infierno es además un guiño casi sarcástico a la opción antagónica que sería la del paraíso fiscal. También en esto es de temer que a la organización empresarial le puede el apetito. Desde el punto de vista económico los paraísos fiscales, a los que otros llaman guaridas fiscales, no funcionan tanto por el hecho de no cobrar impuestos, sino por subvertir las reglas internacionales mediante una soberanía que tiene que ver, antes con la piratería, que con la política. Si la condición natural del infierno es que exista un paraíso, no habría mejor manera de acabar con los primeros que eliminando del mapa a los segundos. Sucede algo parecido con Madrid. La competencia fiscal a la baja, no refuerza sino el 'centralismo' de la capital en el plano económico, en un ejercicio de deslealtad que, si lo emprendieran las 17 comunidades, nos empobrecería a todos.

La decisión no debería ser tan difícil. Ha de decantarse la patronal por si el modelo es Francia, Bélgica, Noruega, Austria o Finlandia, que, junto a Dinamarca, Suecia o Alemania, encabezan la recaudación en relación al PIB, o si el entorno macroeconómico que persiguen para situar sus inversiones es El Chad, Bangladés, Nigeria, Egipto o Venezuela, que están a la cola. Viéndolo así, parece evidente que la opción sería, antes bien, conseguir un marco común a nivel internacional en relación a la fiscalidad y hacer depender de él, el acceso al comercio internacional, a las ayudas al desarrollo, o a los fondos del BM o del FMI. Como escribe la siempre lúcida Mariana Mazzucato no se trata de beneficios, ni se trata tampoco de 'crecimiento', sino de que éste tenga una dirección y un propósito. Es en este ámbito en el que desempeña su función la empresa, y en el que se vinculan economía y sociedad. Una patronal cuyo único propósito sea la de maximizar beneficios, al margen de cualquier ponderación entre sectores y tamaños de empresa, omitiendo cualquier compromiso o sensibilidad en el plano social o ambiental, es por eso un auténtico despropósito y un sinsentido.

Dice Foment en su texto sobre ficalidad que "la fiscalidad ha de acompañar la modernización de la economía" y que por eso se han de suprimir el impuesto de patrimonio, reducir los tramos del IRPF; eliminar el impuesto de sobre emisiones del CO2 y darle margen a que las 'clases populares' puedan seguir sus impulsos primarios y darse satisfacción cantando líneas y bingos. Según datos de la Generalitat el infierno fiscal de Catalunya atrajo en 2023 un 42% más de inversión extranjera que en 2022. ¿No serán tal vez las empresas catalanas las que son incapaces de ver las oportunidades que les brinda nuestro tejido socioeconómico? Al mismo tiempo que sigue cayendo la inversión empresarial, los márgenes han ido superando las previsiones los últimos años y han aumentado un 64% entre 2018 y 2023, situándose en 2023 en 311.000 millones. Pero sin embargo se nos dice que sigue apretando el calor infernal. El 20% de las empresas, las más grandes, concentran el 98% de los márgenes empresariales, pagando menos impuestos que las pequeñas, pero se supone que el infierno es el mismo sin distinciones entre tamaño, transparencia o compromiso.

Lo que más sorprende en el conjunto, no es ni tan siquiera la incoherencia en el relato interesado de la gran patronal, sino que le sigan el juego quienes en teoría defienden los intereses de las pequeñas y medianas empresas. Empresarios y empresarias honestos, a menudo volcados en proyectos de menor dimensión y que tienen en la morosidad o el acceso al crédito sus principales problemas. Y sin embargo, como en el caso de la fiscalidad, parece que quisieran trasladarse al paraíso de las grandes. Como si pudieran ejercer todas al mismo tiempo el poder de mercado, la ingeniería fiscal y la externalidad negativa en la ecología, la formación o las infraestructuras... Es lo que tiene el bingo. Que con tener un cartón uno ya se ve subido en el carro del progreso. Es de temer que enfrentamos una preocupante crisis de madurez en las organizaciones patronales. Una crisis de mediana edad. Una crisis del bingo.

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