lunes, 7 de noviembre de 2022

Feijoada

Si en la derecha europea el referente está en los melones, el líder del PP da para poco más que para un frijol, eso es, para un alubia seca. Si los líderes conservadores gallegos hacen bueno el mito de la escalera que nunca sabe si bajan o suben, parece ser que el expresidente de la Xunta le está costando el primer escalón, y estando a pie de escala, tanto da que vaya a subir como que ya haya bajado. El último episodio en la política nacional, con el donde dije digo Diego en el ámbito de la extenuante renovación del Consejo General del Poder Judicial, no traslada precisamente la determinación y coherencia que se le exige al liderazgo. Volver a apelar al desquiciador argumento de la unidad nacional, del agravio patrio, y hacerlo por la sencilla razón de no ser menos que la presidenta de Madrid, a cuya sombra parece desvelarse, desubica a quienes pudieran tener puestas en él la esperanza de una alternativa firme a la presidencia del gobierno. Y ya nos vale a quienes depositamos las nuestras en el acierto de las encuestas del CIS, pero no puede obviar que, al margen del margen de error estadístico, la alternativa no al gobierno, sino a liderar la oposición, es como para ponerse a temblar.

Díaz Ayuso, que tiene clara que la única alternativa posible al melón italiano es, en clave ibérica, la sandía, por su mayor volumen y frescura, estará aplaudiendo con las orejas. Y no hay para menos, cuando al único al que le salen las cuentas es a su asesor, el inefable Miguel Ángel Rodríguez, al que la estrategia le está saliendo redonda. Un buen plato de alubias exige una buena porción de chorizo para contemporizar, porque si no la cosa viene a ser, a parte de insípida, lo más parecido a comerse un plato de cemento. Y no es que al PP le moleste el hormigón, ni tan siquiera que le falten chorizos en la despensa, pero para presentarlos en sociedad hace falta un desparpajo del que carece el líder conservador. Quisiera Feijoo un liderazgo creíble, y eso, en un momento en el que todo el mundo sabe que las decisiones se toman entre Comisión, Consejo y BCE, exige maneras europeas. Lo ha intentado González Pons desde el parlamento en Bruselas, urdiendo y tirando del hilo con tal de superar el trance judicial que tanto afean desde la Unión, pero ha sido poner en escena Pedro Sánchez el delito de sedición y venirse abajo Feijo del primer escalón.

Y la cosa tiene retranca gallega porque precisamente, a la sedición, le tiene especial querencia la derecha extrema. Lo vimos en EEUU con la estampida que asaltó el capitolio, o, en el país de la Feijoada, donde triunfan las alubias, eso sí, adornadas con unos gajos de naranja, donde la sedición es bastante menos civilizada que la puesta en escena del 2017, en Catalunya. En Europa este delito, para ser tal, requiere de violencia explícita, y no hubiera costado demasiado normalizar ya no sólo el capítulo indigesto de la renovación del Poder Judicial sino situar la sedición en los parámetros de otros países de la Unión. Con su renuncia Feijóo no tan sólo traslada indecisión e incoherencia, que en política siempre acaban pasando factura, sino que pone viento en las velas de la presidenta madrileña, y, a su pesar, también en las del Presidente electo. Y es que a este ya debe traérsela al pairo la caspa y herrumbre de la judicatura, porque, al fin y al cabo, esta es la recta final de una carrera de fondo en la que el líder del PP contaba con una posición ventajosa que, a base de trastabillar, ha acabado echando por tierra junto a las expectativas y esperanzas depositadas en él.

No debe olvidar Nuñez Feijoo que Pedro Sánchez es un superviviente nato en política. Que viene curtido de una retahíla de lides y afrentas de las que, una y otra vez, ha sabido salir airoso. Y a los que no ponemos remilgos en creernos hasta los vaticinios esperanzados del CIS, ya nos va bien, especialmente cuando se impone la certeza de que el talón de Aquiles de una personalidad como la del presidente de gobierno, es, ni más ni menos, una mayoría absoluta que, en el panorama actual, difícilmente alcanzará, pero cuyo confort le podría anular. Así, de haber continuidad, lo más plausible es que la aritmética parlamentaria tan sólo dé para la permanencia del gobierno actual. La negociación y reforma del delito de sedición sirve para poner justicia en un país en el que ésta cotiza a la baja, pero también para consolidar la normalidad democrática que tanto ha costado encarrilar a lo largo del último lustro. Si los datos de la inflación y del mercado de trabajo acompañan, y se consigue articular una mayoría de progreso inclusiva, que vaya más allá de soflamas y agravios, el panorama no es desalentador.

Y luego están el melón y el frijol, que se nos está quedando seco. El riesgo mayor en estas lides es que el descalabro del liderazgo del PP se realice antes de tiempo, y que el esperpento de la extrema derecha acabe fortaleciendo la opción del populismo de la sandía, o que, del excedente de Vox de las elecciones andaluces, germine alguna semilla que acabe dándonos un orondo melón nacional. Y ya se sabe que el mayor problema a la hora de comprar un melón reside en saber cómo va a salir sin abrirlo antes. Saber si está maduro y sabroso requiere de una técnica especial, porque lo más fácil es equivocarse. Dicen los expertos que lo suyo es comprobar si la zona del pedúnculo, eso es, la zona en la que crece de la planta, huele a fresco. Tal y como está la derecha en España es de temer que el aroma que desprenda, sea a calcetín viejo, pero no seremos nosotros los que pongamos la nariz.

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