miércoles, 12 de mayo de 2021
Madrid en el cielo
De Madrid al Cielo, dice el dicho, pero las elecciones autonómicas han tenido muy poco de celestes, y en cambio mucho de lodazal. Entre mensajes bala, golpes bajos y muchas, muchas mentiras, pasó con más pena que gloria la campaña y tras ella la votación. El resultado viene a ser un páramo desértico en lo que a valores democráticos se refiere: Por las formas empleadas durante la campaña, por los guiños al fascismo por parte del PP, por las espantadas inoportunas y precipitadas de algunos candidatos. La política vaciada de contenido da para poco más que para algo de épica de bolsillo y esta no sirve más que al lucimiento efímero de propagandistas y tahúres. Pero al margen de las formas está el fondo, que en democracia es lo que sentencian las urnas, y el veredicto de estas fue muy claro: 2,1 millones de madrileños/as votaron a las derechas y tan sólo 1,5 millones, lo hicieron por un voto de progreso. Con el PP doblando escaños, el PSOE descalabrado y VOX impertérrito, hay poco que celebrar, ni tampoco que objetar a quienes han ejercitado libremente su derecho al voto.
Aun así conviene analizar, porqué desde el Tamayazo, en Madrid, se ha normalizado una mayoría que tiene bien poco que ver con la impresión que deja la ciudad y su gente a quien la visita. Tendrá que ver con lo de Villa y Corte, eso es, con el 30%, que vive del efecto capital, y que tiene bien cogidas las riendas de los medios y algunas otras. Como en toda capital, también en la del Manzanares confluyen cortesanos, supervivientes y migrantes varios. Entre los primeros se cuenta el linaje empresarial y los villanos con posibles, eso es, contratistas, comisionistas y conocidos. Los supervivientes son los que, como en toda capital, están en tránsito, de la migración a la periferia social, y de allí a donde les dejen llegar, que nunca es demasiado lejos. La mayor contradicción que experimentamos en relación a Madrid, los que somos periferia geográfica, es la compatibilidad del discurso patriótico más casposo, con las políticas más insolidarias, por ejemplo en el plano fiscal, donde sin llegar a ser un paraíso, aunque sí un cielo preferente, la propuesta es demoledora, claro que tan sólo para el resto del país.
De modo similar a cualquier élite en una ciudad con ambiciones, la de la capital para sí quisiera ser una suerte de Luxemburgo castizo. Y a fuer de intrépidos y leoninos lo están consiguiendo, si no en las formas, suaves y cultivadas en la frontera francoalemana, chulescas y arrogantes en la derecha capitalina, sí en lo sustancial, eso es los dineros, que van de la periferia a Madrid, y de allí al cielo y más allá. Con este trasfondo, lo que uno empieza a preguntarse es qué función desarrolla Madrid en la sociedad y la economía españolas. Al margen de Villa y Corte de una monarquía que, en clave postmoderna, ha trasladado su estuario al golfo Pérsico, es residencia fiscal de quien no quiere pagar impuestos, y centro de la administración de un estado con déficits importantes en lo relativo a la eficiencia y la garantía de derecho. Si no fuera por los y las madrileñas, uno por un momento desearía que diéramos un paso de gigante en nuestra vía al progreso y dejáramos de hablar de la independencia de Cataluña para empezar a hablar de la independencia de Madrid.
Con el consentimiento de los amigos y amigas capitalinas dejémonos llevar por un momento por el sueño de una España vaciada, pero tan sólo por el centro, a modo de elevación súbita. ¿Qué tendríamos? Pues una España como pura periferia, apetitosa como una rosquilla, y sin otra referencia que la de todas sus realidades y territorios, por no ser ninguno de ellos significativo o destacable. Supongamos pues que Madrid se hubiera ido al cielo, y que, de paso, se hubiera llevado consigo a la monarquía, y ya puestos, a la Conferencia Episcopal, al Consejo General del Poder Judicial, al Estado Mayor de los Ejércitos y a los Consejos de Administración de tantas empresas del IBEX, que han buscado refugio a las puertas del paraíso. No es de descartar que de esta manera nos entendiéramos mucho mejor gallegos, andaluces, vascos, valencianos y catalanes y que el gobierno del interés común fuera más sencillo. A pesar de que, de vez en cuando, al fijar al atardecer la vista en el cielo, y distinguir entre las luces del firmamento, alguna muy conocida, nos inundara la melancolía y nos brotará de lo más profundo un, ¡Ay, Madrid!
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