domingo, 22 de octubre de 2017

16,3 metros cuadrados

En el año 2007, el Idescat hacía una proyección demográfica para el periodo 2015-2030 con cuatro escenarios, en el que el más bajo, con una previsión de baja natalidad y alta esperanza de vida, situaba, para 2015, una tasa de fecundidad de 1,45 y una edad media de maternidad de 31,2 años. Pero el escenario se quedó corto, superándolo la realidad con una tasa de 1,39 y una edad media de 31,9 años. La última proyección del Idescat, realizada en 2013, pronostica que, para 2050, cuando se jubilen (o no) los que ahora tienen 30 años, la población de más de 65 años supondrá el 62,1% del total. Un escenario lúgubre que hace patente cómo la demografía es, junto a la tecnología, el cambio climático y la globalización, el factor que más incertidumbre introduce sobre la sostenibilidad de nuestro modelo social.

La demografía crece a la sombra de la economía, y el desajuste en la proyección realizada en 2007 no es sino el reflejo del inusitado impacto social que tuvo la Gran Recesión y, con especial crudeza, en el ámbito familiar. En un estudio reciente, Sara Ayllón muestra cómo la peor parte de la crisis se la llevaron niños/as y jóvenes. En 2014, un 38% de las personas que tenían entre 0 a 17 años eran pobres, en relación al umbral de 2008, por un 36% de los que tenían entre 18 y 29 años. El porcentaje de niños en hogares con baja intensidad de trabajo (menos del 20% del potencial), aumentó, de 2009 a 2014, del 4 al 14%, y, por poner un ejemplo, en ese mismo periodo se dobló el número de hogares que no pudieron sufragar actividades extraescolares.

Si la pobreza es la maleta con la que han abordado su trayectoria laboral una buena parte de la juventud, no es muy diferente el destino al que se enfrenta hoy, en cantidad y en calidad. La tasa de paro de las y los jóvenes dobla las registradas al inicio de la crisis. En una publicación de FUNCAS y que toma datos de la Muestra Continua de Vidas Laborales, 2015, se muestra cómo los contratos de entrada de los menores de 26 años ofrecen, frente a 2008, una reducción salarial del 14,4%, pero que si se mide la reducción del ‘ingreso anual’ llega, al 33%, lo que se debe tanto al aumento de la parcialidad como al componente precio. Vemos así que la transición de la escuela al mercado de trabajo, no hace sino afianzar la precariedad.

Algo tiene que ver el laberinto de las prácticas, como lo definía una guía de CCOO, el recurso irresponsable de la figura del becario, y la progresiva implantación de un modelo de formación dual que responde a muchas necesidades menos a la de una inserción laboral de calidad. Hay que recordar que la reforma laboral aumentó hasta los 30 años el acceso a los contratos de formación, facilitando el encadenamiento de contratos en una misma empresa. Pero a la luz del reciente informe del CTESC sobre formación dual en el sistema educativo, el contrato de formación es toda una panacea, al menos para el 81% de los que optan por la formación dual, y se ven condenados a una relación de becario, con una gratificación media de 326,4 euros.

Que con este panorama la emancipación sea una entelequia no sorprenderá a nadie. El Observatorio del Consejo de la Juventud lo confirma con datos desagregados para Catalunya. La tasa de emancipación de 16 a 29 años es del 23,6% y con fuertes incrementos en el precio del alquiler en las grandes ciudades, donde se concentra el grueso de la juventud, la situación no tiene visos de mejorar. En 2016 un hogar joven debía destinar el 49,4% de sus ingresos al alquiler, y el límite de tolerancia de superficie alquilada para un asalariado/a de entre 16 y 24 años era de 16,3 metros, por 23,2 para uno/a de entre 25 y 29 años.

No es pues de extrañar, que España sea el cuarto país de la eurozona, tras Malta, Italia y Eslovaquia en el que los jóvenes se independicen más tarde, ni tampoco que la fecundidad sea un derecho tan inalcanzable para muchos/as, como aquel que tenemos a un trabajo digno, a una vivienda o a la protección social. A más de uno/a le parecerá que 16,3 metros cuadrados se corresponde con el tamaño de una celda, pero en esa celda no hemos hacinado a los más jóvenes, sino que nos hemos encerrado como sociedad. Porque el futuro al que nos condena la actual desidia en las políticas sociales y laborales, es un futuro tan viejo como la codicia, e igual de falto de criterio y de responsabilidad.

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